Resucitar
Buenos días, enhorabuena, te dirá María Magdalena
Para resucitar no es necesario descorchar el sepulcro como una botella de champán, saltar desnudo entre la gloriosa espuma a modo de tapón e ir corriendo a celebrarlo con cualquier María Magdalena. Existen otras formas de resucitar más sencillas que suceden todos los días. Basta con visitar la UCI de un hospital. Puedo aportar mi propia experiencia. A los seis años estuve cinco días en coma a causa de un batacazo. El médico le dijo a mi familia que si no despertaba esa tarde avisaran al señor Trinitario, el carpintero del pueblo, para que me tomara medidas para el féretro. El rostro edulcorado del Niño Jesús de Praga cuya imagen habían colocado ante mi cama y el sabor de una galleta empapada de leche condensada fueron la primera visión, la primera sensación que guardo en una placa de la memoria después de haber resucitado. En alguna UCI he visto a pacientes sedados, entubados, conectados a monitores en un terreno de nadie entre la vida y la muerte. De pronto un día, esa mujer que ha estado en coma varias semanas mueve una mano, siente un paño mojado sobre sus labios y al abrir los ojos reconoce el rostro sonriente de sus nietos en la foto que le muestra la enfermera. La mujer ha resucitado. En el espacio de la UCI cualquier acto anodino, toser, rascarse una oreja, beber un poco de agua, dar de nuevo unos pasos, cruzar una mirada es una conquista que contiene un erotismo formidable. La salud es el silencio del cuerpo. No te duele nada. Ese silencio significa que todos tus órganos funcionan con normalidad. Si uno considera que el cuerpo es el propio sepulcro durante el sueño, una mañana de abril como esta, día de gloria, despiertas del sueño y estiras la pierna hacia la parte fresca de las sábanas. Ese placer es la forma más milagrosa de resurrección. Buenos días, enhorabuena, te dirá María Magdalena
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