Pactos
No es un aprendizaje relacionado con la urbanidad o la cortesía, sino una enseñanza imprescindible para madurar, para que lleguen a ser felices, a vivir en equilibrio con la sociedad

Están inscritos en la esencia de la naturaleza humana. Vivir es pactar, llegar a acuerdos con uno mismo y con los demás, establecer prioridades, aprender a renunciar a todo para obtener una parte suficiente de lo que se desea, sentarse a hablar, negociar, romper la negociación como una medida estratégica para reanudarla, tirar de la cuerda lo justo para tensarla sin que se rompa, volver a sentarse, volver a hablar, llegar por fin a un pacto. Los niños y las niñas aprenden a pactar antes que a leer y a escribir. En las asambleas que se celebran a diario en las aulas de Educación Infantil, les enseñan a negociar con su deseo de intervenir, a ceder la palabra a los demás, a aceptar turnos y compartir recursos sin sentirse frustrados ni fracasados por no acaparar todos los materiales, todo el protagonismo. No es un aprendizaje relacionado con la urbanidad o la cortesía, sino una enseñanza imprescindible para madurar, para que lleguen a ser felices, a vivir en equilibrio con la sociedad y consigo mismos, porque irremediablemente tendrán que pactar para hacer amigos, para conseguir un trabajo, para atraer a la persona de quien se hayan enamorado, para criar a sus hijos. Todo esto resulta evidente para cualquiera menos para un político en campaña electoral. Entonces los pactos, ese imprescindible instrumento de la civilización, se convierten en una encarnación demoníaca, un enemigo mortal, un anatema. Los candidatos se sienten más fuertes prometiendo que nunca pactarán, porque creen que a sus votantes les tranquiliza una promesa que todos saben que no podrán cumplir. Eso no habla muy bien de la inteligencia ni de unos ni de otros. Porque pactar no es mancharse, y eso los saben hasta los alumnos de Educación Infantil.
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