Dani García y su dudosa hamburguesa
Soy consciente de que los métodos de producción de McDonald’s no permiten muchas sutilezas gastronómicas, e imagino que ha hecho lo que ha podido. ¿Pero qué le aporta al chef ligar su imagen al emblema universal de la comida deshumanizada?
De las muchas cosas que se me hacen bola en mi oficio, sólo hay una que supere la vagancia cósmica que me invade ante el documento de Word en blanco: el drama de escribir mal sobre alguien que me cae bien. Ojalá poseyera yo los arrestos de esos críticos capaces de poner a caldo el trabajo de gente con la que mantienen una buena relación personal, pero por desgracia pertenezco al género de periodistas nenazas a los que les cuesta enfrentarse a ese trance.
Como ejercicio de superación, voy a opinar sobre la hamburguesa Grand McExtrem BiBo que Dani García ha creado para McDonald’s. El marbellí no sólo es uno de los mejores cocineros que hay en España, sino que además es un tipo encantador: siempre ha atendido con paciencia y amabilidad mis requerimientos cuando le he dado la tabarra para algún reportaje, y en persona parece tan bienhumorado como poco creído. Por eso me duele decir que su último invento no me ha gustado.
Probé el lunes la hamburguesa, y reconozco que está ligeramente por encima de otros productos de la cadena, gracias sobre todo a una salsa aceptable y a un pan que recuerda lejanamente al pretzel centroeuropeo. El resto es más de lo mismo: dos discos de carne recocida, una hoja testimonial de lechuga lacia y la certeza de que cuando se enfríe, el bocadillo se convertirá en pienso para alienígenas, incomestible para cualquier individuo no famélico o con el paladar mínimamente educado.
Soy consciente de que los métodos de producción de la cadena no permiten muchas sutilezas gastronómicas, e imagino que García ha hecho lo que ha podido. Por parte de la multinacional, pienso que es un movimiento inteligente: con las ventas en constante declive, acercarse a la cocina de calidad podría lavar la cara a un modelo cada vez más en entredicho. ¿Pero qué le aporta al chef ligar su imagen al emblema universal de la comida deshumanizada?
Notoriedad y no poco dinero, me dirán. Incluso cierta satisfacción por haber intentado dignificar un plato consumido por miles de personas. Reconozco que son motivos poderosos, pero aun así me pregunto si Dani habrá pensado lo mismo que yo cuando, hace años y en tiempos de estrecheces económicas, colaboré con la multinacional como jurado en un concurso de ideas para sus hamburguesas: lo malo de tener sexo con McDonald’s no es sólo el daño que le haces a tu reputación, sino la sensación de haber vendido un trocito de tu alma al diablo.
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