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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

A tiros en el norte de Malí

José Naranjo

Soldados de Naciones Unidas en Gao. / AFP

¿Se acuerdan de Malí? Les hablo de ese país africano que hace tan solo un par de años salía tanto en los periódicos después de que todo el norte fuera ocupado por grupos yihadistas y de que el Ejército francés llevara a cabo una intervención militar para desalojarlos. Hoy, dos años después de aquella operación bautizada Serval, en el norte de Malí sigue habiendo enfrentamientos, muerte y ocupación, una situación compleja en la que se trenzan conflictos intercomunitarios, terrorismo con tintes islamistas y lucha por el control de los tráficos ilícitos del Sahel. Y para rizar el rizo, el pasado 27 de enero, sin que el mundo se estremeciera demasiado, cuatro jóvenes fueron asesinados en Gao, la ciudad más importante de la región, por disparos de bala. Sin embargo, sus verdugos no fueron miembros de alguno de los grupos armados que campan a sus anchas por los alrededores, sino soldados de la ONU, cascos azules cuya misión es estabilizar y pacificar la región.

Se llamaban Ahmadou Mama, Mohomodou Maiga y Mahamadou Mousa. Los tres jóvenes acudieron aquel día a una concentración en las puertas del cuartel general de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Malí (Minusma) para protestar contra la creación de una zona provisional desmilitarizada en Tabankort, al norte de Gao, donde en las últimas semanas se han producido intensos combates entre grupos armados. Muchos ciudadanos del norte se oponen a esta medida propuesta por la ONU porque supondría el desarme y el abandono de sus posiciones de los grupos leales al Gobierno de Malí que se enfrentan allí los rebeldes árabes y tuaregs. Así, en un ambiente caldeado, cientos de jóvenes se manifestaron el 27 de enero frente a la Minusma y tras el lanzamiento de piedras y algún cóctel molotov, los cascos azules, de nacionalidad ruandesa y china fundamentalmente, respondieron con gases lacrimógenos y “disparos al aire”, según fuentes de la ONU. Sin embargo, no debieron ser tan al aire porque hubo cuatro personas muertas con impactos de bala y una quincena de heridos.

Manifestación por la unidad de Malí y contra Francia y la Minusma. / AFP

Este grave incidente no es sino una muestra de la enorme tensión que se vive en la región. Pero para entender lo que ocurre es necesario hacer un poco de memoria y trasladarnos a enero de 2012. Hace tres años se desencadenaba en el norte de Malí la última revuelta tuareg, protagonizada por un grupo fuertemente armado, el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), cuyo núcleo duro en el campo de batalla lo integran ex miembros del Ejército libio que habían desertado cuando las cosas se empezaron a poner realmente feas para Gadafi. Estos tuaregs regresan a su país de origen y participan en la creación del MNLA, que reclama la independencia del norte de Malí para crear un estado propio. Sin embargo, no están solos. Desde los primeros momentos del alzamiento se puede ver que junto a la bandera del Azawad ondea la bandera negra de los yihadistas. Y es que el MNLA se alía con tres grupos islamistas radicales, AQMI, Muyao y Ansar Dine, para hacer su guerra contra el Ejército malí.

Apenas tres meses después, estos cuatro grupos logran hacerse con el control de una vasta superficie formada por tres regiones, Kidal, Tombuctú y Gao, provocando la huida del Ejército hacia el sur y una crisis humanitaria con la salida de miles de personas a países vecinos o a otras ciudades del país. Sin embargo, la alianza estratégica de rebeldes tuaregs y yihadistas acaba saltando por los aires y a partir de junio son estos últimos quienes se hacen con el control de todo este territorio, que atrae a combatientes radicales de toda África, como Somalia o Nigeria, una suerte de Afganistán en el corazón de África. Toda vez que la reacción internacional no acaba de llegar, en enero de 2013 se produce finalmente una respuesta contundente por parte de Francia ante un intento de los yihadistas de llegar hasta Mopti, región central de Malí y ciudad clave para un hipotético avance sobre la capital, Bamako.

Soldados malienses se enfrentan a los yihadistas en Gao en febrero de 2013. / AFP

El impresionante despliegue de tropas, vehículos, aviones y helicópteros franceses, que cuenta con el apoyo del humillado Ejército maliense y con la potencia de choque de las Fuerzas Armadas chadianas, logra en pocas semanas poner en fuga a los yihadistas y recuperar las ciudades de Gao y Tombuctú. Entonces el MNLA aprovecha la coyuntura y vuelve a instalarse en Kidal, auténtico feudo tuareg en el desierto. Sorprendentemente, los militares franceses deciden no combatir a los rebeldes y permitirles que se hagan fuertes esta ciudad, impidiendo el acceso al Ejército maliense. Todavía hoy, tres años después, la situación es muy inestable en Kidal, que no ha sido aún recuperada por la Administración maliense y donde son los rebeldes quienes imponen sus condiciones pese a la presencia de soldados bajo mando de Naciones Unidas.

En esta zona operan hoy, además del citado MNLA, una miríada de grupos armados que poco a poco se han ido adhiriendo a dos bandos claramente definidos. Por un lado están los rebeldes del MNLA desde su feudo de Kidal, a los que se han unido el Movimiento Árabe del Azawad (MAA) y el Alto Consejo para la Unidad del Azawad (HCUA), mientras que del lado fiel a Bamako ha surgido el Grupo de Autodefensa Tuareg Imghad, una escisión del MAA compuesta fundamentalmente por árabes de la tribu Lam-Har, y los songhays de la Coordinadora de Movimientos y el Frente Patriótico de Resistencia. A un lado, aquellos que piden la independencia; al otro, los leales al Gobierno de Malí. Esta guerra abierta entre las dos facciones ha provocado decenas de muertos durante el año 2014 y se agudizó sobre todo tras el intento frustrado del Ejército de recuperar Kidal el pasado mes de mayo.

Este escenario pone de manifiesto algo que ha sido muchas veces ocultado por los medios de comunicación occidentales y es que en el norte de Malí, sobre todo en Gao y Tombuctú, existe una amplia mayoría de personas que están contra la independencia, incluso de la etnia tuareg. Ya durante la ocupación de estas ciudades por grupos armados durante 2012 se produjeron muchas iniciativas de resistencia, no solo frente al yihadismo, sino también frente al separatismo. Muchas mañanas las calles de Gao amanecían con la bandera de Malí pintada furtivamente en sus muros. Una prueba de la adhesión de la principal ciudad del norte al resto del país es la iniciativa “No negocies en mi nombre”, puesta en marcha por el joven tuareg Aboubakarine Ag Intarga, natural de Gao, que pretende “mostrar al mundo entero que los habitantes del norte no están dispuestos a separarse del resto del país. El objetivo es federar las fuerzas de todas las iniciativas para expresar que la población está contra las imágenes transmitidas por los medios, sobre todo al exterior, por France 24 y otros”.

En el campo de batalla del norte de Malí no están en juego solo aspiraciones soberanistas. Detrás de esta partida se esconde también el interés de los grupos rebeldes por hacerse con el control de las localidades clave en los numerosos tráficos ilícitos que han prosperado desde hace décadas en la región, como son el de armas, tabaco, combustible o drogas. Por eso Tabankort, al igual que el enclave de Ber, son tan importantes. La caída de AQMI y Muyao frente al poderío militar francés dejó un hueco en la gestión de este lucrativo negocio que estos rebeldes tratan de ocupar a todo precio. Y muchos de los que hoy pelean bajo la bandera del MNLA, el HCUA o el MAA fueron, hace tan solo dos años, combatientes yihadistas, tal es la porosidad y la facilidad de pasar de un grupo a otro en el norte malí.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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