Los niños sirios de Zaatari vuelven a jugar y a aprender
En el campo de refugiados del norte de Jordania, donde viven más de 82.000 sirios, nada es normal para los niños que viven allí
El sol reluciente y el cielo azul engañan. La temperatura apenas sobrepasa los cero grados y el frío del desierto se mete en tus huesos. Pero al menos hoy no nieva ni llueve. Durante la última semana, una tormenta, conocida entre los locales como huda, ha endurecido aún más las condiciones del campo de refugiados de Zaatari, al norte de Jordania, donde viven más de 82.000 sirios.
Hoy estamos aquí para evaluar la situación de los niños tras la tormenta y para comprobar cómo las actividades del día a día vuelven a su cauce. Conducimos por el campo y observamos una imagen poco habitual. Los colores rompen la monotonía de las caravanas blancas, la arena y la gravilla. Los colchones y la ropa se esparcen por todo el campo en un intento desesperado de secarlos mientras haya sol.
Conocemos a Azizah, de 40 años, mientras cuelga la ropa de sus hijos en la ropa de tender del exterior de su caravana. Vive sola con sus cinco hijos en Zaatari. Su marido nunca salió de Siria.
“El agua entró por el suelo de nuestra caravana y empapó todo”, nos cuenta Azizah. “No podíamos aguantar el frío, no sentíamos ni nuestras manos ni nuestros pies. Pero al menos ahora la ropa se está secando bajo el sol”, añade, con evidente alivio. Los niños también se alegran de poder salir de nuevo.
En la misma calle de la caravana de Azizah, se encuentra uno de los espacios amigos para los niños y sus familias de Unicef. Estos centros son un lugar en el que los niños pueden jugar y aprender en un entorno seguro y estructurado. Cuando entramos, sentimos la energía acumulada inmediatamente. Las actividades van y vienen y el sonido de las fichas de dominó se escucha alto y claro.
Wiam, de 12 años, es uno de los que más disfruta. “Durante los días de tormenta no podíamos salir fuera a jugar. Ahora que el sol ha salido, podemos jugar fuera otra vez y estamos muy contentos", dice.
Hace dos días, este centro estaba lleno de familias que vinieron para refugiarse aquí cuando sus tiendas quedaron destruidas por las inundaciones. Durante tres días se les proporcionó calefacción, agua y comida. Ahora, las familias tienen un nuevo lugar en el que vivir y los niños pueden volver a ser niños.
Seguimos caminando por el campo y llegamos a casa de Abu Mohammed. Se ha construido un impresionante recinto uniendo dos caravanas en las que vive con su mujer, su madre y sus nueve hijos. En el medio del patio hay un pequeño jardín bien arreglado. Abu Mohammed atiende cuidadosamente a sus plantas.
“Soy un artista de la jardinería”, dice, visiblemente afectado por los daños que la tormenta ha causado en su jardín. Abu Mohammed hizo lo que pudo para prepararse para la tormenta. “Compramos pan 24 horas antes pero no había gas, así que usamos el gas de la cocina como calefacción, para mantener a los niños calientes”, cuenta.
Sus hijos supieron sacarle partido a las condiciones meteorológicas. “Hacía mucho tiempo que no veíamos nieve, ya que esta zona es desértica”, dice Abdul Baset, de 12 años. “Jugamos con la nieve, hicimos un muñeco y nos hicimos fotos con él”, añade Abdul Aziz que, con 9 años, es el más joven de los hijos.
Más de la mitad de los 82.000 habitantes de Zaatari son niños. Hoy están por todas partes, aprovechando al máximo el tiempo soleado aunque frío. Tras la tormenta, la vida finalmente vuelve a la normalidad en Zaatari. Pero cuando se cumplen casi cuatro años del inicio del violento conflicto en Siria nada es normal para los niños que viven allí.
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