Rumbo expansivo
La política económica que propone Juncker es acertada, pero su plan de inversión suscita dudas
Europa necesita con urgencia un cambio de política económica que rescate a las economías del euro del estancamiento y el riesgo de deflación. Esta es la idea dominante que ha sustituido a la mera creencia en los ajustes presupuestarios a cualquier precio. Las recetas ortodoxas han fracasado, bien porque no han podido aplicarse, bien porque sus efectos sobre la economía, en forma de recesión y desempleo, ya no son soportables en una zona que se ha convertido en el enfermo crónico de la economía global. Jean-Claude Juncker, nuevo presidente de la Comisión Europea, ha captado el mensaje de los nuevos tiempos y ofrece un proyecto para reactivar las expectativas económicas.
Los tres pilares del plan de Juncker son aceptables en términos generales; responden a las reclamaciones implícitas en el amplio consenso de economistas. La pieza más importante es la articulación de un plan de inversión, dotado con 300.000 millones de euros, cuyo objetivo fundamental en estos momentos de atonía es incentivar el crecimiento y el empleo con la financiación de inversiones viables y de alto contenido estratégico, como proyectos energéticos y de transporte a los que se dedicará el grueso del programa. Nada hay que oponer a esta orientación; el dinero invertido en infraestructuras energéticas ofrece la mejor rentabilidad en términos de crecimiento y empleo.
Lo que sí es discutible es la estructura económico-financiera del plan. Es dudoso que una inversión de 300.000 millones en tres años tenga un impacto significativo sobre una economía congelada del tamaño de la europea, y más en la situación pertinazmente recesiva de Italia y de parálisis en Francia. Si, además, el dinero público nuevo apenas llega a los 2.000 millones y se confía en el efecto de atracción para la inversión privada (la Comisión pondrá unos 20.000 millones de los 300.000 necesarios), se entenderá que las dudas están justificadas.
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Europa necesita un impulso inversor, pero uno que se transmita por capilaridad a las regiones dañadas. El plan de Juncker, por lo que se conoce hasta ahora, probablemente se quedará corto; si fuera así, sus efectos no descenderían hasta los núcleos nacionales más afectados por la desinversión del último lustro.
La apuesta por una expansión económica es loable, pero Juncker tiene todavía mucho que precisar para que su proyecto sea convincente ante los inversores y la opinión pública, que espera algo distinto, y mejor definido. La insistencia de Juncker en las reformas estructurales es un tópico, pero el nuevo presidente de la Comisión ya debe saber que tropieza con la resistencia de los países. La política fiscal más permisiva exige mucha presión política, aunque es imprescindible mantenerla. En cuanto al BCE, su papel en el cambio de expectativas es crucial. El inicio de las compras de valores respaldados por activos ha disparado las bolsas y estrechado el diferencial de las deudas nacionales. Hay que profundizar en esa vía.
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