No sin mi barba
La barbería Malayerba, inspirada en los años cincuenta, recuerda el viejo oficio del barbero El negocio es el local oficial de Movember, una iniciativa donde los hombres se dejan bigote
Una animada pieza de rock and roll ameniza la labor del barbero, mientras recorta el vello del cliente con la misma precisión y pulso que un cirujano. Controla el ángulo, la presión, el grado de inclinación y el nacimiento del pelo para conseguir un buen rasurado con apenas una navaja. “Queremos recuperar este oficio y recordar cómo se afeitaban nuestros abuelos”, dice Renata Prado, dueña de Malayerba, una barbería en el barrio de Malasaña, en Madrid. Allí, un perfilado de bigote traslada a los años cincuenta. Un lavacabezas de latón, dos sillones de rejilla, un mostrador de madera, cristales biselados, un altavoz de sonido envolvente disimulado tras una radio de época… cada detalle recrea la estética de mediados del siglo pasado. El aire acondicionado parece la única concesión a la modernidad.
Detrás de este negocio está la agencia internacional de publicidad Kastner and Partners. Su fundador, el austriaco Johannes Kastner, pide a sus socios que le presenten planes de negocio y presta financiación cuando alguno le gusta, como fue el caso del proyecto de Prado y Pelayo Herrero. Así surgió Malayerba, que en apenas mes y medio se ha convertido en la barbería oficial de Movember, una iniciativa en la que hombres de todo el mundo dejan crecer sus bigotes en noviembre para concienciar sobre enfermedades masculinas como el cáncer de próstata.
Un joven mira todos los estilos de afeitado disponibles. Luce una prominente barba que, según él, cuida como parte de su identidad y símbolo de modernidad. A su lado, la luz entra por grandes ventanales que iluminan varias fotografías antiguas que cuelgan de la pared. “Estamos en plena plaza del Dos de Mayo, en el centro de Malasaña, así que sobre todo viene un público más joven, más moderno”, afirma Pelayo Herrero. Detrás de él, el cliente pide un afeitado básico que cuesta 15 euros. El barbero le invita a relajarse en una de las sillas de rejilla y pone un paño de agua fría sobre sus ojos. “La barba ya no es solo exclusividad de los hipsters (anglicismo utilizado para referirse a jóvenes que lucen tupidas barbas, gafas de pasta y un estilo bohemio). Empieza a verse como algo normal”, explica Andrea de Pascali, uno de los barberos del negocio, mientras mueve con naturalidad la navaja que utiliza en sus afeitados. Tiene 37 años, un denso bigote y unas manos que parece que han cortado patillas toda la vida.
En cada rincón del salón se pueden ver todos los instrumentos que emplea en su trabajo: maquinillas, cuchillas, tijeras, peines y secadores que asemejan tener decenas de años. De Pascali asegura que para muchos clientes pasar la cuchilla por el mentón es una rutina diaria, pero en Malayerba es todo un ritual. Allí, cada tratamiento puede durar hasta media hora. “Afeitarse con una navaja no lo puede hacer cualquiera. Es algo que a día de hoy se ha perdido y que da una sensación muy distinta a la maquinilla”, explica Prado. A su lado, dos aparadores muestran numerosos productos de cuidado facial.
Prado y Herrero hicieron un estudio de mercado y descubrieron una mayor preocupación por la estética masculina. Según los dos socios, los hombres demandan cada vez más un tipo establecimiento alejado de las peluquerías unisex, donde el vello facial tenga un protagonismo especial. Vieron una tendencia, la transformaron en negocio y ahora el local es su nueva oficina. Allí, compaginan la gestión de la empresa con su trabajo de publicistas. “La barba es una tendencia que viene a quedarse, y nuestro objetivo es conseguir un lugar especializado que recuerde a los negocios de antaño”, asegura Herrero.
Pero ¿de dónde viene ese deseo por dejar crecer la barba? “Me parece muy cómoda, y cada vez está mejor visto. En los trabajos, por ejemplo, ahora son más permisivos y no te obligan a quitártela”, dice uno de los clientes del local. Para otros, no solo supone comodidad. También es un elemento de protección, de seguridad. “Transmite modernidad, intelecto… Depende de la persona“, afirma De Pascali, y explica que también oculta rasgos desfavorecedores, que potencia los más brillantes y que funciona como el maquillaje de la mujer.
La tradición vuelve así con barberos del siglo XXI, eso sí, con la sabiduría de los profesionales de los años cincuenta. Y es que con la barba pasa igual que con el pelo: no se deja en manos de cualquiera.
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