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Las cinco implicaciones machistas que esconde el concepto 'tía guay'

En 'Perdida' se analiza esta idea de chica tan admirable... que parece un hombre. ¿Ha logrado hacer más daño que la Barbie?

Carmen Mañana
Rosamund Pike en 'Perdida', de David Fincher
Rosamund Pike en 'Perdida', de David FincherCORDON PRESS

Perdida es un bestseller que reflexiona “sobre la diferencias entre hombres y mujeres”. Al menos así lo apunta Ben Affleck, el actor que protagoniza la adaptación cinematográfica dirigida por David Fincher y que se estrena este viernes en España. En la novela de Gillian Flynn se muestran los estereotipos clásicos de un matrimonio y se guía al lector a través de un análisis de los mismos. Finalmente, nada termina siendo lo que parece. Pero la novela también se ha hecho célebre por describir como en pocos libros se ha logrado un concepto a partes iguales aspiracional y pernicioso, tan atractivo al oído como negativo a largo plazo: la tía guay, la cool girl. Una de esas ideas que suenan a puente entre un género y otro, pero que más que armisticio, son un caballo de Troya.

El párrafo (o párrafos) en cuestión han alentado un debate sobre lo retrogrado o machista de este modelo de mujer, cuya esencia Flynn resume (magistralmente) así:

“Ser una tía guay significa que soy una mujer sexy, inteligente y divertida a la que le encanta el fútbol, el póker, los chistes guarros y que eructa, que juega a los videojuegos, bebe cerveza barata, le gustan los tríos y el sexo anal, y se atiborra de perritos calientes y hamburguesas como si estuviese protagonizando la mayor orgía culinaria del mundo, mientras, de alguna forma, consigue mantener una talla XS, porque las tías guays son por encima de todo sexis. Están buenas y son comprensivas. Las tías guays nunca se enfadan; solo sonríen con desazón, de una forma encantadora, y dejan a sus hombres hacer lo que les dé la gana […].

Los hombres creen que esta chica existe. Quizá estén engañados porque hay muchas mujeres que están dispuestas a fingir que son esa chica. Durante mucho tiempo, las 'tías guays' me han irritado. Veía a los hombres –amigos, compañeros, extraños– atontados por estas horribles mujeres falsas y quería sentarlos y decirles calmadamente: 'No estas saliendo con una mujer, estas saliendo con una mujer que ha visto demasiadas películas escritas por hombres socialmente ineptos a los que les gusta pensar que este tipo de mujer existe y que les besará'.

La cuestión de si este estereotipo de mujer está haciendo más daño al género femenino que el estereotipo de la Barbie tonta merece al menos un debate. Porque la tía guay, en muchas de sus acepciones, no deja de ser más que un Barbie con una litrona pegada la mano: una Miss Universo de Brooklyn o Malasaña (ponga aquí el barrio que usted considere); una especie de ser híbrido que incrusta los valores emocionales y sociales del colega masculino perfecto en el cuerpo de una top model.

¿Existen mujeres así? Si las películas fueran registros notariales de la realidad, estos ejemplos demostrarían que, efectivamente, la tía guay es de carne y hueso (y gases):

1. Se enfada tan poco como Mery Jensen de Algo pasa con Mary

Realmente, la actriz que da vida a esta chica cándida, que dispara rifles mejor que un francotirador ruso y no se avergüenza de su vibrador es la tía guay por excelencia. Cameron Díaz encarna a esa mujer con la que un futbolero podría mantener una larga conversación sobre la situación de Casillas en el Real Madrid y que, a continuación, sería capaz de participar en un desfile de Victoria's Secret sin que su cóncavo abdomen dé cuenta de la ración XXL de patatas fritas que se acaba de meter entre pecho y espalda. Una perversión de las leyes de la anatomía y los procesos digestivos. Porque Cameron no es de las que dice “no, gracias, prefiero una ensalada mixta sin tomate” y luego se pasa la cena picoteando de tus patatas fritas (primero con disimulo y después como Adrien Brody en El pianista con la lata de mermelada). No, ella es sincera con su propio hambre y se pide siempre su propia ración de patatas fritas.

2. Come tanto (y engorda tan poco) como Andie Anderson en Cómo perder a un chico en 10 días

La historia es así: Kate Hudson es una licenciada en periodismo por la universidad de Columbia, superfan de la NBA y adicta al bacon que debe conseguir librarse de un tío bueno, Matthew McConaughey, en diez días. Para lograrlo se convierte en el estereotipo de la novia odiosa: una tía obsesionada con su peso, que interrumpe sus partidas de póker con excusa irritantes y que ha decidido bautizarle el miembro con un diminutivo. Es una tía guay encubierta. Pero las tías guays son tan guays, según la película, que al final su guayeza acaba prevaleciendo pese a todos sus esfuerzos. La película deja muy claro cuál es el ideal de chica y cuál la reencarnación de Satán. Lo que se abre camino entre estos dos extremos o no existe o no merece la pena aparecer en la película.

3. Se le dan tan bien las 'cosas de chicos' como a Robin Scherbatsky en Cómo conocí a vuestra madre.

Tendámonos en el diván un rato. En la serie nos cuentan que el padre de la-siempre-deseada-Robin se sintió tremendamente defraudado porque fuera una niña en vez de un niño. Tanto que le puso como segundo nombre Charles. La canadiense se pasa toda la serie/vida intentando agradar infructuosamente a su padre. Robin bebe whisky solo, ama el hockey y las armas y no le hace ascos a fumarse un puro de vez en cuando. También tiene cierto pánico al compromiso y a perder la pasión sexual con el paso de los años. Y además es capaz de aterrizar un helicóptero en Manhattan sin haber pilotado nunca antes (gracias a lo cual le ponen su nombre a un sandwich en una tienda neoyorquina). Freud tendría algo que decir sobre el hecho de que Robin sea la mujer de los sueños de Ted y Barney (dos de los protagonistas de la serie: el chico bueno y el golfo). Pero Robin no es una tía guay 100%, porque ella no sonríe y perdona todas las jugarretas de sus parejas como si le hubiesen pasado el neutralizador de memoria de Men in Black. No. Robin se enfada, Robin es vengativa, Robin llora. Robin no es una cheerleader afiliada a la Asocación del Rifle. Siguiendo con el hilo cinematográfico, un claro ejemplo de mujeres que nunca se cabrean son las habitantes del barrio de Las mujeres perfectas… y son robots. Y meten miedo.

4. Aprecia la cerveza tanto como Kate en Colegas de copas

¿No es este uno de los sueños de millones de hombres? Una compañera de trabajo con la que te llevas genial, con la que compartes gustos y aficiones, entre ellos la pasión por la cerveza (de nuevo: ¿es que no hay hombres, aparte del marqués de Griñón, a los que les guste el vino?) y la comida basura. Además, da la casualidad de que esta compañera es Olivia Wilde y que se fija en un tipo perfectamente normal como Jake Johnson. Soñar es gratis. Pero, de verdad, ¿qué probabilidades existen de encontrar a alguien así en la oficina? Seamos sinceros: nuestros lugares de trabajo se parecen más a The Office que a Anatomía de Grey.

5. Le gusta tanto el sexo como a Anne Hathaway en Amor y otras drogas

En esta película los roles estereotípicos aparecen ligeramente alterados. Es ella la que solo quiere sexo sin complicaciones. Pero, claro, este comportamiento debe de tener una explicación (léase con tono irónico): Maggie, la protagonista, padece una enfermedad degenerativa. La única razón por la que una mujer podría querer solo sexo (y no un anillo de compromiso en cada cita) es que esté cerca de la muerte o padezca alguna patología que amenace con destruir su calidad de vida (o que sea Mila Kunis en Con derecho a roce, donde las ganas de roce le duran poco; o Natalie Portman en Sin compromiso, que es exactamente la misma película). La tía guay por enfermedad horrible es un modelo que ya había sido esbozado en dramones como en Otoño en Nueva York (Winona Ryder tiene un problema de corazón grave que le hace vivir cada segundo de la vida como si fuera el último, siempre sonriente y encantadora, dispuesta a liarse con un hombre que le triplica la edad y fue amante de su fallecida madre), o Noviembre dulce (Charlize Theron tiene cáncer y decide redimir a un totalmente despreciable ejecutivo agresivo sin alma mostrándole las bondades de las cosas importantes de la vida). No hay forma más retorcida de llamar guay a alguien.

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