_
_
_
_
_
el pulso
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dolly, la oveja rechazada

Casi una década después de forcejeo legal, un tribunal federal de apelaciones de EE UU ha denegado al Instituto Roslin de Edimburgo la patente del animal clonado

Dos niños observan a Dolly, la oveja clonada.
Dos niños observan a Dolly, la oveja clonada.Jeff J. Mitchell (Reuters)

Ese futuro genético de salvaje oeste que novelaba el fallecido escritor Michael Crichton, donde las compañías biotecnológicas estadounidenses venden mascotas clonadas, patentan material biológico de alguien con nombre y apellidos para obtener fármacos contra el cáncer o fabrican monos capaces de hablar, se aleja tras dos decisiones judiciales clave. Casi una década después de forcejeo legal, un tribunal federal de apelaciones de Estados Unidos ha denegado al Instituto Roslin de Edimburgo la patente de Dolly, la oveja más famosa del mundo creada con la técnica que usaron Ian Wilmut y Keith Campbell y que los hizo famosos, la transferencia de núcleos (aunque ellos ya tenían concedida la patente del método). Y por otra parte, los genes humanos no son patentables, ratificó recientemente el Tribunal Supremo de Estados Unidos.

El razonamiento es que no se puede patentar la naturaleza. Y a pesar de que Dolly haya sido creada en un laboratorio, es una copia exacta de su progenitor natural. Las decisiones judiciales norteamericanas están ahora en más sintonía con la legislativa europea, más restrictiva. “Las técnicas son patentables, los seres vivos no”, resume Marcelo Palacios, presidente de la Sociedad Internacional de Bioética en Gijón. ¿Por qué patentar un animal como Dolly? No es fácil encontrar una respuesta. “Tiene que plantearse la finalidad con absoluta claridad”.

El propio Crichton describía en su obra Next a un personaje, Jack. B. Watson, atacaba a todo aquel que se opusiera al progreso y defendía que las patentes son vitales para que los inversores inviertan y la industria produzca los milagros biológicos esperados: “Que los paralíticos anden, que los niños enfermos de cáncer mejoren, una vida libre de la demencia y las enfermedades…”.

¿Hasta qué punto negar la patente de Dolly detiene la investigación? Para Carl Gulbrandsen, director de la Fundación Wisconsin Alumni Research en Madison (Estados Unidos), especializada en patentes universitarias, el razonamiento de esta negativa “va a impactar a todo el área de la medicina personalizada”, según manifestó a InsideScience, de la revista Science. El peligro es que las patentes no puedan cubrir los productos que la biotecnología promete en ese futuro idílico: una línea de células madre humanas modificadas para hacer frente algún día al párkinson o al alzhéimer, o quizá hígados y corazones cultivados en el laboratorio para reemplazar órganos humanos, a pesar de haberse creado con técnicas sí patentadas. “Un producto patentado es mucho más valioso y los inversores se sienten más a gusto que con la patente de la técnica”, asegura Gulbrandsen.

“Es la reacción típica, en la que se argumenta que no habrá progreso y en el que la ciencia se ralentizará. Y eso simplemente no es verdad”, refuta Michelle Bratcher ­Goodwin. Ella dirige el Centro de ­Biotecnología, Política y Salud Global de la Escuela de Derecho de la Universidad de California en Irvine (Estados Unidos). Menciona el caso de Jonas Salk, quien se negó a patentar la vacuna contra la polio que había inventado –lo que acerca ahora el sueño de erradicar este mal en todo el mundo tras la viruela, sin que importe el nivel económico de los que la reciben. La patente de semillas por parte de compañías como Monsanto, argumenta esta experta, ha cercenado la biodiversidad que existía en los campos americanos de cultivo de soja de hace treinta años “de un 90% a un 2%”.

Monsanto patentó una semilla transgénica de soja resistente a un herbicida fabricado por la propia compañía que resultaba tres veces más cara y más productiva. Pero el granjero que la adquiría se comprometía a no usar los excedentes. Goodwin señala que la compañía ha demandado incluso a los granjeros que no deseaban esta soja, pero cuyos cultivos fueron contaminados accidentalmente por el polen o semillas transgénicas de otras cosechas próximas. El futuro que pinta tras la concesión de esa patente no resulta halagüeño. “Puedes imaginarlo. Si tus vacas fueron clonadas, su descendencia no te pertenecería”, según explica esta profesora. “Sería de la compañía que posee la patente, ya que esa descendencia deriva de ese animal clonado”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_