Guía básica para escuchar música en el trabajo
No hay mayor icono del siglo XXI que la estampa del trabajador con auriculares. ¿Bendición para la creatividad o práctica a erradicar?
Si trabajas delante de un ordenador es muy probable que, en un momento u otro del día, lleves auriculares puestos. Seamos sinceros: todos necesitamos aislarlos del mundanal ruido y de las conversaciones entre nuestro compañero de trabajo y su madre sobre si el niño le come bien. Pero, ¿es positivo escuchar música en el trabajo? Y, si es así, ¿cuál es la que más aumenta nuestra productividad. La cuestión se deja desgranar punto a punto.
¿Conviene escuchar música?
La música estimula nuestro cerebro. Lo dicen los publicistas de la colección Baby Einstein y lo confirman los estudios académicos. Ahora bien, ¿es este estímulo positivo? Todo depende de cuál sea tu tarea. Si es mecánica no te irá mal un poco de ritmillo. Por el contrario, si tu trabajo es intelectual, es bastante probable que solo consiga distraerte, porque a ver quién es el guapo que cuadra un balance contable mientras escucha el Uno más uno son siete de Fran Perea o el Un limón y medio limón de Juan Antonio Canta. Resumiendo: la música amansa las fieras y mejora tu humor, pero distrae de los quehaceres, así que hay que elegir el repertorio con sumo cuidado para equilibrar nuestro karma.
Conviene escuchar música de melodías repetitivas. Estos ritmos hacen que se genere más dopamina, un neurotransmisor que produce tu cerebro y que da placer
¿Estamos escuchando la música adecuada?
Como regla general, nada de canciones con letra. El oído, como bien sabían Beethoven o Goya, es un órgano muy tonto. Cada vez que escucha algo tiene que chivarse al cerebro que, automáticamente, intenta descifrar qué palabras se esconden tras esos sonidos guturales. Si no te va la música clásica o el hip hop abstracto, siempre puedes probar con lenguajes inventados, como el élfico, el hopelandic de Sigur Rós o lo que sea que canta Shakira.
¿Hay música que aumente nuestra productividad?
El mayor masaje para el cerebro ocupado son las canciones con patrones repetitivos (no estamos hablando del Bailando de Enrique Iglesias o el Ave María de Bisbal que tienen, ejem, letra). El efecto de los ritmos repetitivos se multiplica cuando conoces las canciones que vienen a continuación, momento en el que tu cerebro produce el neurotransmisor llamado dopamina que da mucho placer. ¿Un ejemplo clásico? El aburridísimo (por repetido) pero igualmente maravilloso, Requiem for a Dream de Kronos Quartet. ¿Un ejemplo precioso? El concierto para violín de Britten.
¿Esto en qué géneros se encuentra?
Repasemos. música sin letra (adiós, Bob Dylan), con melodías repetitivas, ni grandes sobresaltos. O sea: jazz clásico –nada de vanguardismos estridentes y jam sessions infernales–; música clásica –lo mismo, mucho Bach y nada de ruidismo a lo Stockhausen, pero un Beethoven metido en furia ayuda en los días de estrés y un buen Wagner ahoga el runrún de cualquier cotorra de oficina–; música minimalista a lo Philip Glass, Steve Reich o Erik Satie; ambient a lo Brian Eno; chill out, pero sin pasarnos con las dosis ibicencas, que el lugar de trabajo no es el Café del Mar, por favor; muchas bandas sonoras, del muy de moda Cliff Martínez a Michael Nyman o Alexandre Desplat. Y, ¡sorpresa!, bandas sonoras de videojuegos, especialmente diseñadas por los desarrolladores para no despistarte en tus aventuras gráficas. Busquen Michael Giacchino o Medal of honor en Spotify. Todas estas canciones ayudarán, pero no convertirán a el Tonto Simón de la canción de Radio Futura en Einstein. A fin de cuentas, la relación de amor entre música y trabajo se parece más a un bolero que a cualquier otra cosa.
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