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Columna
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La muralla

La plebe reza, canta, gime o blasfema hacinada al pie de la muralla, aunque a veces los adecanes del poder realizan un sorteo aleatorio que permite a los agraciados franquear la puerta

Manuel Vicent

Sin que la podamos ver, puesto que sus muros son muy transparentes, ante nuestros ojos se está levantando con levas de esclavos modernos una nueva Ciudad Prohibida, que alberga al emperador de la dinastía financiera celestial cuyo poder es omnímodo, férreo e igualmente invisible. La Ciudad Prohibida de Pekín, rodeada de una muralla de color sangre y protegida por un foso ancho y profundo, contenía un laberinto de 9.999 estancias. En el palacio central, llamado de la Armonía Suprema, se elevaba el trono del emperador. Esa ciudad estaba habitada por guardias muy armados, sacerdotes, altos funcionarios, adivinos, sanadores, cocineros y cientos de concubinas atendidas por eunucos. Sólo algunos cortesanos gozaban del privilegio de acercarse al trono de oro para recibir las órdenes del emperador sin levantar los ojos del suelo ni darle nunca la espalda. Fuera de la ciudadela la gente corriente vivía al margen de esta organización del Estado imperial como mano de obra esclava y carne de cañón. En nuestros días es muy difícil discernir esa nueva Ciudad Prohibida rodeada por una muralla de sangre muy transparente, que se está construyendo en medio de nuestra sociedad, pero todo está ya dispuesto para que a ese recinto hermético, sagrado e invisible sólo puedan acceder los señores de la guerra, los economistas agoreros, los dueños del dinero, los sacerdotes servidores directos del poder. La plebe reza, canta, gime o blasfema hacinada al pie de la muralla, aunque a veces los edecanes del poder realizan un sorteo aleatorio entre la ciudadanía común, que permite a los agraciados franquear la puerta. A estos elegidos se les exige el juramento explícito de fidelidad ciega al sistema de la Suprema Armonía, acompañado del esfuerzo de no menos de tres carreras, cuatro másteres y cinco idiomas. Dentro de esta ciudadela sus habitantes se reproducen por sí mismos para ser cada día más fuertes, más inaccesibles, más blindados; fuera de ella los pobres se fecundan entre sí y se multiplican para ser cada día más pobres, más desesperados, a quienes el poder les reserva una sopa de caridad si se someten a su destino o la verga de la policía si se rebelan. Por su parte la historia ya está preparando el caballo de Troya para que esta Ciudad Prohibida sea asaltada.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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