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Rubén Blades: “Estoy pensando un programa presidencial para Panamá”

No solo ha sido para la música latina el creador de ‘Pedro Navaja’. Más bien representa la figura del hombre que revolucionó la salsa y apuntó alto con ella Su historia es la de un reto y un éxito cambiante. De emigrante panameño acabó en el mundo del espectáculo, pero también en la élite de Harvard, donde ahora se está organizando su archivo No se detendrá ahí. Pasó por la política como ministro en su país. Hoy quiere configurar un programa con el que presentarse a presidente en 2019

Rubén Blades.
Rubén Blades.DINA LITOVSKY (Polaris/Contacto)

El cóctel que preparó Rubén Blades cambió la música latina para siempre. No solo revolucionó la salsa con su mensaje radicalmente social –influido por la nueva trova cubana o por Joan Manuel Serrat–, sino que otorgó una profunda y ambiciosa identidad a la creación de quienes deseaban caminar por esa senda. Así es como después, aparte de ser un reconocido maestro en su género, han querido trabajar con él artistas de diferentes estilos. Del pop al flamenco, de Bob Dylan, Sting, Paul Simon y Lou Reed a Paco de Lucía, con quien dejó un proyecto de boleros sin terminar, Blades se ha prestado con gusto a las colaboraciones y a los retos del mestizaje. Pero también a la política. Licenciado en Derecho y con una Maestría por la Universidad de Harvard, donde quedará su archivo personal, este creador fiero y convulso, actor y también poeta, no renuncia al sueño de cambiar su país. 2016 será el año de su despedida en gira, pero el comienzo de otra aventura, nos cuenta en un café de Nueva York. La carrera presidencial en Panamá. Porque Rubén Blades quiere empezar a elaborar un programa de Gobierno con que presentarse a las elecciones de 2019.

Supongo que el conflicto entre la empresa Sacyr y el Canal de Panamá no impedirá que usted y yo conversemos amigablemente. No, en absoluto, eso son problemas que afectan a la imagen de las empresas, pero no he percibido ningún sentimiento antiespañol en mi país. Todo lo contrario. De todas formas, no he estado muy al tanto del conflicto. Espero que resuelva sin más tensiones.

¿Entre qué lugares reparte ahora su vida? Yo trabajo por etapas en distintas actividades, pero me encanta no hacer nada porque así me dedico a muchas cosas: caminar, leer, ir al cine, revisar mis cómics y mis soldados, organizar, catalogar y cuando tengo que escribir, escribo, pero eso nunca lo vi como un trabajo.

¿Qué es el trabajo para usted, entonces? Salir de gira, pero yo divido mi tiempo. Acabo de terminar una película con Edgar Ramírez y Robert De Niro. Nos tomó dos meses. Ahora le estoy dando la vuelta a un libro de poemas, pero todavía no sé, estoy leyéndolo a ver si me captura la mentira.

¿Qué quiere decir? Pues que si no lo siento, no lo saco. Son impresiones de la calle.

¿Qué si no eso es Pedro Navaja? ¿Un gran travelling callejero? Eso acabó con los vídeos. Por eso no me gustan a mí, te limitan, te coartan. Pedro Navaja puede ser chino, puede ser negro, alto, chocolate, indígena, gordo, flaco, ¿tú sabes? La gente me mandaba dibujos de él y cada cual lo veía como quería.

¿Es usted de esos artistas que han acabado cansados de un éxito tan enorme como el de su canción? No, aunque yo nunca pensé que lo fuera a tener así. A mí me gusta contar historias, y siempre el público es nuevo. Estoy feliz de que la gente lo siga escuchando. Que al menos haya eso por otros medios, porque de los discos, nada.

¿Se ha acabado ese mundo? Sí, completamente. En el futuro, las antiguas producciones serán meras publicidades y la gente irá a ver shows. A menos que encuentren la forma de evitar la copia, que creo que la tienen, pero no lo ponen en práctica.

“En el futuro, las antiguas producciones serán publicidades”

¿Quizás porque a las compañías de telefonía, comunicaciones y electrónica no les interesa dejar de vender velocidad de transmisión y aparatitos para el pirateo? ¡Claro! Es un negocio redondo para ellos. Yo trabajo para pagar mis deudas.

Ah, pero, ¿tiene deudas? ¿De qué tipo? Préstamos. Estuve cinco años sin trabajar, fui ministro en mi país.

¿Y la música no le rentaba? No.

¿Ni siquiera el hecho de que su primer disco en 1969 llegara a vender 25 millones de copias? Vaya usted por ahí y entérese de dónde está esa plata. Pregúntele a Willie Colón. Gané 500 o 1.000 dólares de seis canciones que compuse en el primer disco.

¿Así que entonces tampoco el negocio era boyante? No. Pero ni a nosotros ni a los artistas de Motown o a Elvis Presley, eso siempre fue un problema, pero ahora es peor. Yo trabajo solo desde hace tiempo. El disco lo pongo yo en la calle con un distribuidor independiente, los sellos no quieren saber de eso, a ellos no les interesa la puesta en el mercado, les interesan los másteres. Yo los estoy regrabando todos para adueñarme de ellos.

¿Tan mal acabó con Willie Colón? El trabajo siempre fue bueno, pero él me demandó en los tribunales por una percepción suya de que yo, de alguna forma, era responsable de un dinero que se habían hurtado en la compañía que nos representó para un concierto en Puerto Rico. Luego llegó a un arreglo judicial con una persona de los directivos de aquella empresa que se quedó con el dinero. El juez condenó a la empresa a pagarme a mí, pero ese dinero nunca llegó, se arregló con ellos por su parte y me retiró a mí la demanda.

¿Se hablan? No, no me interesa, aunque para ambos aquello no tiene importancia. El trabajo que hicimos quedará.

Rubén Blades

(Ciudad de Panamá, 1948) nació en un entorno que le marcaría profundamente. Sus padres, igual que él, estaban implicados en causas políticas. De hecho a su padre le expulsaron del país, acusado de conspirar contra el dictador Noriega. Pero, además de revolucionar la salsa con una variante social y comprometida, fue el primer miembro de su familia en licenciarse en la universidad como experto en Derecho. Su carrera comenzó a finales de los sesenta con Los Salvajes del Ritmo y siguió, entre otros, con Son del Solar y Willie Colón, junto a quienes ha reunido una discografía de más de 50 títulos. En el cine también ha desempeñado su papel lo mismo que en la política como líder del Movimiento Papá Egoró. El 25 de abril comienza en el sur del norte (Nueva Orleans, EE UU) una gira que acabará más al sur del sur  (Córdoba, Argentina) el 9 de mayo recalando también en Chile e Uruguay.

¿Qué ha sido Rubén Blades para la historia de la música latina? Nada. No sé.

¿Un artista que supo en un momento crucial, cuando se imponía el eclecticismo, lograr un modo de expresión que impactó por lo social y así revolucionar la salsa? Es que a mí todo me ha resultado muy extraño. Uno cuenta historias en el contexto de la música popular. A la gente le fascina la música popular. La diferencia es que proviniendo de ese ámbito yo había ido a la escuela, había leído mucho, tenía pretensiones literarias, veía las cosas distintas y podía encontrar el argumento tras lo obvio. Utilizarlo, integrarlo y darle la vuelta al asunto. Musicalmente conté con la dicha de tener a Brasil de mi lado también y escuchar las Big Band, por ejemplo. Se me ocurrían muchas ideas en términos melódicos, pero básicamente era un escritor.

Una mezcla explosiva. Estás en el barrio viendo y viviendo cosas. La gran decisión fue decidir escribir sobre temas que eran de interés y no se tocaban porque los responsables de las compañías indicaban qué debíamos hacer. Los creadores componían bajo esa condición pensando que la gente no iba a entender cosas, y yo me puse en contra de todo eso porque siempre me ponía en el lugar del público sin sentirme superior a nadie. Si me interesaba a mí, ¿por qué no al resto?

¿Pero esa ceguera la mantenían en el norte o en el sur? En todas partes.

Me extraña que lo creyeran en el sur porque de los lugares donde sale el tango, el bolero, el corrido, con ese sentido poético en sus letras, esa enjundia, daba mil vueltas a las muy recurrentes simplezas del norte. Pero no ocurría en la salsa.

Aun así, el público latino debía estar muy predispuesto a conjugar ambas cosas. Así lo veía yo, pero no las empresas de discos.

¿Qué tipo de cerebros las llevaban? No sé.

Sí sabe. Cada cual opina de lo que entiende, y ellos vendían por repetición, no se arriesgaban e imponían axiomas como que a la gente no le interesaba la política en la música. No causar problemas. No imaginaban que ciertas canciones podrían tener éxito. Cuando Siembra se plantea, los disc jockeys de Nueva York pensaban que era el peor disco posible.

Y al comprobar el éxito, ¿cómo reaccionaron? Con estupefacción y con zozobra. Aquello les representaba un cambio que no sabían afrontar y encima les quitaba la razón. Se plantearon cómo era posible que no lo hubiesen previsto, y eso fue lo que les provocó zozobra, incluso la necesidad de negar el éxito. Resultó muy desconcertante.

¿Tan marginal era? Sí y no. Los músicos ni éramos conscientes de lo que estábamos provocando. Yo me di cuenta de que Siembra es un éxito cuando fui a Venezuela. No sabía que lo tuviera. La compañía lo ocultaba.

¿Quizá Estados Unidos y ustedes dentro estaban demasiado encerrados en sí mismos? Creo que existía el sentimiento de que lo que hacíamos no era importante. Que tocábamos para que la gente se divirtiera y ya. Yo lo que sabía era que la gente podía reflexionar sobre cosas sin que se les pegara en la cabeza ideológicamente, ni que se les estuviera panfleteando, ni adoctrinando dentro de una clave de baile, puramente, pero con historias de la vida común. Yo supe que era factible, que se podía hacer y lo hicimos. Como Chico Buarque en Brasil, Silvio Rodríguez en Cuba, Serrat, sobre todo Serrat, en España, y con un argumento mucho más poético.

"Fui a Harvard para que mi mamá me viera graduarme. Allí me hacen hoy un archivo”

Pero con el mismo vehículo. En el caso de Serrat, muy pegado por ejemplo a la copla. Cierto. Aunque también tuvimos nuestros rechazos, como Agua de luna, donde yo me puse mucho más metafórico. El trabajo lo discutía yo con García Márquez, que no es de hablar mucho, sí más bien de escuchar. Yo le había dicho: Gabriel, mira cómo es esta cosa. Voy a escribir un cuento corto y, ese cuento, se lo van a aprender de memoria miles de personas. Por lo tanto, lo que le pido es que lo escuche y me diga si es o no literatura. Entre otras cosas, tomé 10 relatos suyos, los hice míos, compuse con lo que yo sentía tras leerlos y los convertí en canciones. A él le gustó. Pero fue el disco que más insultos, críticas y ataques me ha valido nunca. En vez de Agua de luna, alguno tituló su comentario “agua en el cerebro”. Eso me molestó y contesté: “¡Por qué no le dicen mejor hidrocefalia!”.

El éxito le llegó antes de estudiar en Harvard. Antes. Yo ya era abogado en Panamá.

Y alguien que había triunfado en la salsa, ¿por qué se empeñó en sacar un título en Harvard? Porque mi mamá no me vio graduarme en Derecho allá en Panamá.

¿Solo por eso? Por eso y porque yo siempre siento la necesidad de reinventarme. Cuando me veo cómodo en algo me voy para otra parte. Aparte de que a mí la fama y eso…, aunque suene hipócrita y yo no tenga explicación para la contradicción, elegí tres profesiones que tienen que ver con dar la cara: la música, la actuación y la política. ¿Cómo pasó? No sé.

Bueno, porque es usted carismático. No, carismático no. Yo quería salir a cantar con máscara, pero me lo prohibieron.

Bueno, pero estábamos en Harvard. A mí me retaron básicamente. Fue allí, me invitaron a hablar de la música y la política. Entonces el decano, que se llamaba Fred Schnei­der, me dijo que si volvería a estudiar, y yo le dije que claro, que el proceso de educación para mí no terminaba nunca. Me preguntó si ingresaría en esa universidad y yo le respondí que no creía que me aceptaran. Siguió insistiendo, y le dije que si me mandaba la solicitud, lo intentaría. Me aseguró que si estaba pensando en la política no sería mala idea para el futuro darme una vuelta por allí. Yo ni me lo planteaba, le dije que en la universidad había pasado raspando, pero me animó, y me aceptaron por un ensayo que envié y que empezaba diciendo: “Tres veces a la semana mi abuela y yo caminábamos al cine Edison que albergaba el aire acondicionado más frío de todo el hemisferio occidental…”. Me aceptaron. Me puse a pensar, aunque primero me dio la vanidad: ohhhh, voy a ir a Harvard. Luego me planteé: para qué. Pero en esa jugada entró mi mamá. En mi familia nadie había llegado a la universidad y ella ni siquiera me vio graduarme porque tuvieron que salir en el 73 por un problema con Noriega. Mi padre era detective y le habían inventado un complot. Me quedé pensando y vi que era una oportunidad para que mi vieja me viera graduarme. Eso pesó mucho. Cuando entré en la universidad, a las dos semanas, pensé que era lo más estúpido que había hecho en mi vida.

¿Por qué? Era dificilísimo. Llegué con la arrogancia de pensar que iba a controlar y, qué va, tú no controlas ahí nada. Peor que parir un hijo macho, andar metido dos años en esa vaina. Era como ir al baño constipado. Muy difícil. Lo logré, pero todavía es el día que me despierto y pienso que me falta algo, que no me han aprobado. Y la banda encabronada conmigo, no podían trabajar porque yo era el cantante, me hubieran mandado matar. Ahora me están haciendo un archivo allí y les estoy enviando correspondencia. Voy a editar las cartas políticas para que queden las ideas de lo que fue mi Movimiento Papá Egoró. El argumento sigue siendo válido.

Usted tuvo el cuidado de convertirse en un artista latino. Cada canción suya trataba de un asunto que tenía que ver con algún país del continente en concreto. ¿Fue intencionado? Sí, yo diría desde Pablo Pueblo, en 1976, aunque ya apuntaba aquello desde 1969 con De Panamá a Nueva York donde está El pescador o Juan González. Pero mi argumento ha sido siempre el ser humano. No veo a la gente como miembros de un país.

Rubén Blades (izquierda), con Madonna, Marc Anthony y Enita Nazario, en una imagen de 1997.
Rubén Blades (izquierda), con Madonna, Marc Anthony y Enita Nazario, en una imagen de 1997.CLARENCE DAVIS (GETTY)

Pero sí como pertenecientes a una comunidad: la latinoamericana. Sí, porque yo me defino así, es una cuestión cultural. Una crianza, una educación, un entorno social en el que tiene que ver la lengua y una cuestión anímica, el lugar donde forjaste tus sueños, donde tuviste tus primeras intenciones, tus primeras equivocaciones y aciertos, contactos de solidaridad, risa y llanto. Eso es algo patriótico, que me gusta definirlo así porque resulta abstracto, porque conlleva una mística que me define a mí como el transmisor de la esperanza. Siempre vi mi pueblo, a mi gente con esperanza, no como un sálvese quien pueda sino como un salvémonos todos.

¿Siempre? ¿O más cuando entró en política? Cuando fui ministro de mi país, también. La gente me decía: ¿usted no va a extrañar eso? Y yo respondía: “¿Qué?, ¿qué voy a extrañar? ¿El saco y la corbata que me lo tuve que poner?”. ¡Picha, no me gusta!

¿Y se quitó el sombrero? No sería Rubén Blades entonces. Me sentí yo completamente.

¿Por eso se va a volver a presentar a las elecciones? Estoy pensando un programa para 2019. Voy a hacer todo en esa dirección, pero quiero estar preparado, no ir a lo loco, sin inventar nada. Ya metí la pata una vez por no ser consciente de una serie de cosas.

¿Quiere ser presidente de Panamá? No necesariamente. Lo que yo quiero es presentar un programa de Administración pública distinto de lo que estoy escuchando por ahí.

¿Escuchando en su país o en el mundo? En todas partes, aunque específicamente en mi país. Es necesario un cambio total, no cosmético. Hay que definir qué tipo de sociedad queremos. Somos un país de servicios, pero podemos ser más que eso. Nuestro lugar es estratégico, mi programa abordará desde la constitución hasta las razones de la existencia de la gente. No va a ser fácil, pero voy a hacer todo para que esté listo: de la educación a la seguridad social, pasando por lo agrícola, la vivienda.

¿Será un programa de izquierdas? No voy a entrar en esa división, el propio argumento va a llevar a las conclusiones pertinentes. Debemos prescindir de los dogmas, aunque hay que buscar un concepto que sea nuevo. Yo soy de izquierdas, de todas formas. Pero no creo en ideologías porque esa vaina es una camisa de fuerza que destruye la realidad natural. Necesitamos programas inclusivos, no excluyentes pero sin etiquetas. Las revoluciones, además, piden servidumbre a cambio, y no sé si eso funciona.

¿O sea, que usted está en contra de crear mordazas como otros que se definen de izquierda en el continente? No vale ir imponiendo nada. No vale el te voy a dar con mis ideas en la cabeza y si no te voy a meter preso hasta que me quieras. El asunto es qué hacer con el porcentaje que no te apoya. ¿Qué hace una democracia? Garantiza el voto. Pero no garantiza justicia, ni razón. Hay que ser más humildes, aunque la humildad, como digo, es el orgullo en reposo.

¿Corrompe el poder? No necesariamente. El poder desenmascara, cuando tú no estás preparado para ejercerlo, si accedes a él, te conviertes en un problema. Cuando fui ministro yo salí como entré. Aunque con deudas.

Pero con ganas de volver, como veo. Con ganas de presentar un proyecto antes de morirme y dejarlo ahí, y si no lo hago yo, lo emprende otro, un camino que no sea como el de aquellos imbéciles que les da por aniquilarse mutuamente, te lo juro por mi madre muerta, es para dejar algo. Si tengo que ir yo, voy, pero no lo hago por ejercer el poder.

¿Cómo tiene las encuestas? Creo que todavía me queda credibilidad, pero no tengo la menor piche idea de esa vaina. Lo que sé que tengo son 500.000 seguidores en Twitter, pero no acabo de enterarme para qué sirve.

No llega a los 13 millones del escritor Paulo Coelho, pero es algo. ¿Tanto? ¡Eso es una verraquera! ¡El alquimista!

¿No tiene miedo de contraer más deudas? Para entonces ya las voy a tener todas pagadas. Este año empiezo.

¿Le implica dar muchos conciertos? Alguno, para pagar impuestos, también. Incluiré España en mi adiós.

¿Su adiós? Sí, voy a trabajar hasta 2016.

¿Y se retira? Me voy a salir de las giras de salsa.

¿Cansado? No, pero tengo que empezar a preparar lo otro y armar un grupo de rock.

¿De rock? Sí, no tanto en verdad, de mixtura.

¿Y quién le acompañará? ¿Todos los que han colaborado con usted? ¿De Paul Simon a Sting pasando por Maná, Lou Reed o Bob Dylan? No, hombre, ya esos tienen su banda. Es que tengo canciones que quiero plantear de otra forma. Y tocar guitarra, que nunca la he tocado.

¿Como la de Dylan? Pero cantando mejor.

¿Cómo fue aquello de escribir una canción con él? Fue muy cómico. Él es muy reservado.

Rarito. Sí, sí, vamos a ver si la acabamos, hici- mos parte de la letra, va sobre el hecho de hacer cosas que uno no quiere, pero tiene que hacer.

¿Y aquella colaboración con Paco de Lucía? ¡Coooño, no! ¡Qué cosa tan triste! Iba a ser un disco de boleros. Esa noticia de su muerte ha sido una patada en el alma. ¿Tú sabes para mí el honor que fue que quisiera hacer ese disco de boleros conmigo? ¡Carajo! Pero no lo voy a hacer con nadie.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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