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¿De verdad son amigos el alcohol y la literatura?

'Sobrebeber', de Kingsley Amis, analiza el impacto de los destilados en la cultura La obra de teatro 'Pasen y beban' también aborda la cuestión "Muchos escritores empezaron a beber para aliviar su timidez", explia Olivia Laing

Ernest Hemingway, protagonista del ensayo 'The trip to Echo Spring'.
Ernest Hemingway, protagonista del ensayo 'The trip to Echo Spring'.

Nadie ha descrito la resaca con tanta precisión como Kingsley Amis en La suerte de Jim (Destino): “Algún bichejo nocturno había utilizado su boca como letrina y luego como mausoleo. También durante la noche, se las había arreglado para participar en una carrera a campo traviesa y ser luego golpeado por la policía secreta. Se sentía mal”. Si bien a su protagonista “la luz le hacía daño, pero no tanto como mirar las cosas”, el autor británico siempre dio por buena la paradoja de George Gale referente a las consecuencias penitenciales del alcohol: “Persuádete a ti mismo de lo afortunado que eres por sentirte mal; si no te encuentras mal después de una buena torrija, es que sigues borracho, por lo que deberás estar sobrio y despierto cuando ataque la resaca”.

Prologado por otro polemista encendido y dandi de los espirituosos, Cristopher Hitchens, Sobrebeber reúne textos escritos por Kingsley Amis entre 1971 y 1984, editados en castellano por Malpaso con el mimo con el que se prepara el cóctel de la primera cita. Los artículos, más que perderse en digresiones clínicas o poéticas, constituyen esa especie de guía maravillosa que se le chiva a un compañero de barra, ya que en muchos casos las reflexiones surgen de largas horas junto a coroneles condecorados en el arte de mirar el mundo a través de telescopios con forma de botella: del poder potenciador de la resaca de los hielos a la presunta pertinencia de ingerir aceite antes de un festín etílico para forrar los tubos del organismo. Amis, sin embargo, no se fía de aquel que no bebe: considera que la civilización occidental habría implosionado tras la Primera Guerra Mundial de habérsele aplicado la Ley Seca, masculla maldades sobre el hilo musical de los pubs británicos y recela incluso de la familia, invitando al lector a comprar una nevera sólo para los útiles del bebercio. Es más, aconseja candarla, “librándola así de porquerías irrelevantes como la comida, sin ir más lejos”. El literato tronchante se convierte en el mejor barman y en el más proficiente enfermero: da recetas concretas de sus mejores tragos, diserta sobre su impacto cultural (La metamorfosis de Kafka es la mejor explicación, según él, de los efectos de una curda mal gestionada) y ofrece remedios tanto para la resaca física como para la metafísica (leer novelas bélicas como Lepanto, de Chesterton, y escuchar a Chaikovski).

La edición en castellano de esta biblia ebria coincide con el estreno de Pasen y beban, montaje teatral adaptado en nuestro país por Santiago Segura y con Enrique San Francisco y Denny Horror sobre el escenario. En el Teatro Caser Calderón se diserta sobre la influencia del OH en la literatura, en el amor y en la vida. Incluso se enseña a fabricar cerveza casera y se invita a seis chupitos (aplauso final asegurado). Y si esta obra revisa la influencia del vino en la labor de personajes como Jesús o Dalí, Olivia Laing ya se preguntó por qué los escritores tienen esa sed sempiterna en un ensayo más lírico y riguroso: The Trip to Echo Spring. “Muchos de ellos empezaron a beber para aliviar su timidez”, explica esta autora comparada con W G Sebald. Si bien desmiente el mito del escritor que teclea con una botella de bourbon en el cajón (“sólo Fitzgerald a veces y se arrepintió”), la autora, tras analizar la relación con el vaso de seis autores (el autor de El Gran Gatsby, Hemingway, Carver, Cheever, Tennessee Williams y John Berryman), apunta que los literatos se ganan el pan (y el vino) bajo algunas presiones concretas: “Trabajan solos y tienen que combinar largos periodos de aislamiento con otros de intenso escrutinio público”.

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