Generaciones desechadas
La falta de expectativas provoca desánimo entre los jóvenes españoles
Los servidores del grupo sueco Ikea se colapsaron ante la avalancha de solicitudes de trabajo: en diciembre recibieron 100.000 peticiones para cubrir 400 plazas en la nueva sucursal de Alfafar (Valencia). Eso da una idea de cómo está el patio laboral en este país.
Los más castigados por el desempleo, ya se sabe, son los jóvenes. Tenemos el dato: el 58% de los menores de 25 años. Pero ahora se ha puesto también números a su desesperanza. Según un estudio elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, el 71% de los jóvenes españoles considera poco o nada probable encontrar un trabajo en el próximo año. Un 80% está convencido de que tendrá que seguir dependiendo económicamente de su familia en el futuro. La mitad de ellos están dispuestos a aceptar cualquier empleo, en cualquier lugar y con cualquier sueldo. Y casi un 62% sopesa irse al extranjero en busca de oportunidades.
Que un joven esté dispuesto a trabajar en lo que sea y por lo que sea puede verse como un síntoma de vitalidad. Así se empieza y a nadie se le deberían caer los anillos. Tampoco parece negativo que seis de cada 10 piensen en buscarse la vida fuera de España: es una sana ruptura con la mentalidad funcionarial hispánica —cuya vida ideal se compone de título, plaza fija y piso en propiedad— para acercarse a la actitud más independiente y emprendedora de los jóvenes de otros países. El drama es que este empuje choca con la falta de oportunidades. Por eso el resultado de la encuesta es tan sombrío: los jóvenes españoles están hoy atenazados por el pesimismo y el temor a la exclusión. Las mofas sobre el mileurismo y los minijobs resultan un ejercicio de frivolidad.
Estamos ante un fenómeno global: 300 millones de jóvenes entre 18 y 24 años están sin trabajo en el mundo: un 50% en el sur de Europa, un 40% en los países árabes, un 31% en el Sudeste asiático, un 23% en Latinoamérica... Pero el caso español es de laboratorio. De otros lugares llegan recetas: una enseñanza más competitiva y vinculada al mercado laboral, mayor implicación de las empresas, más flexibilidad, imaginación y meritocracia. El paro juvenil es el peor fracaso no solo de los Gobiernos, sino de toda la sociedad. Las nuevas generaciones se estrenan con la moral minada y la perspectiva es aterradora.
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