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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

España es diferente

Integración económica, por un lado; aislamiento cultural y moral, por otro

Josep Ramoneda

La sede central del partido que gobierna España, el PP, ha sido registrada por orden del juez Ruz de la Audiencia Nacional en busca de documentos que había reclamado, pero no recibía. Es un hecho de una gravedad extraordinaria. Nadie de la dirección del partido ha asumido responsabilidad alguna, como si de una simple anécdota procesal se tratara. Culmina así la irresponsable gestión del caso Bárcenas por parte del PP. Una fiel aplicación de las consignas dadas por el presidente Rajoy: resistir, hay cosas que nunca se podrán probar, el tiempo lo borra todo. Entre las obligaciones de quien gobierna figura velar por el buen funcionamiento de las instituciones y, por tanto, combatir la corrupción. Un deber que empieza en su propia casa. Bárcenas se paseó por el partido 20 años y se enriqueció ostentosamente, y nadie del PP se reconoce responsable de lo que ocurrió allí. El PP no solo no ha dado explicación convincente alguna, sino que ha negado información a la justicia y ha apoyado toda su acción en la imposibilidad de probar las acusaciones. Un comportamiento tan laxo consigo mismo le resta toda autoridad para combatir la corrupción. La restauración de la confianza en la política pasaba porque el PP asumiera con coraje el caso Bárcenas, cayera quien cayera. No lo ha hecho. Esta idea patrimonial de la función pública nos aleja de Europa.

Estos mismos días, el PP perpetraba su ley del aborto, aprobada en Consejo de Ministros. La prensa europea habla de regresión. Algunos políticos extranjeros han obviado la prudencia diplomática para resaltar el retroceso que representa. Y todo ello con la nueva ley de orden público como sonido de fondo. Después de la reelección de Angela Merkel, el presidente Rajoy, en sorprendente acto de vasallaje, dijo estar esperando las señales que la canciller emitiera, como si de una lucecita inspiradora se tratara. Sumisión absoluta a las órdenes que emanan de Europa en lo económico (“no hay alternativa”). Retorno a los valores añejos que el país había dejado atrás en materia de derechos civiles, moral y costumbres: asunción de las exigencias de la religión católica; paternalismo machista, imposición de las propias creencias, estigmatización de la discrepancia. Integración económica, por un lado; aislamiento cultural y moral, por otro. Quieren que España vuelva a ser diferente.

En su mensaje de Navidad, el Rey dijo “asumir las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad”, en reconocimiento de haberlas incumplido en el pasado, y pidió “la actualización de los acuerdos de convivencia”, en alusión a la necesidad de reforma del régimen. Buenas intenciones, empañadas por su insistencia en seguir en su cargo hasta el final. Ante la urgencia de renovar un régimen lastrado por la corrupción y la desconfianza, el PP responde poniendo la marcha atrás. Quiere galvanizar a sus sectores ideológicamente más radicales para construir un país a su medida. Adiós a la cultura de la Transición.

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