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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Egipto y sus generales

La drástica represión militar del islamismo aleja vertiginosamente el proyecto democrático

La escalada de la represión contra los Hermanos Musulmanes en Egipto augura lo peor para el más significativo de los países árabes y desacredita la pretendida democratización de que hablan los generales que mandan y el gobierno civil provisional que les sirve de fachada. Es imposible hablar de libertades cuando alrededor de dos mil muertos, la mayoría a manos de las fuerzas de seguridad, jalonan los poco más de dos meses transcurridos desde el golpe castrense que depuso al presidente islamista Mohamed Morsi.

Los acontecimientos de la semana que acaba reflejan crudamente la mano de hierro de los militares a las órdenes del general Al Sisi, el hombre fuerte del país árabe. De esa vuelta a los métodos del viejo orden forman parte la acusación formal de incitación al asesinato contra Morsi y algunos de sus principales colaboradores, el encarcelamiento por docenas de dirigentes de los Hermanos Musulmanes, el cierre de canales de televisión próximos a éstos o el regreso a los supuestamente abandonados procesos militares, como los que en Suez han concluido en cadena perpetua para una decena de islamistas.

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La oleada de represalias no solo liquida cualquier esperanza de reincorporar a los islamistas al proceso político. Apunta a que los militares egipcios buscan simplemente su extinción, en la línea que en su día marcara Hosni Mubarak. No ha habido todavía un intento formal de prohibir el partido Libertad y Justicia, con el que los Hermanos Musulmanes participan en la vida política, pero esta misma semana se ha anunciado oficialmente —para desmentirse horas después— la ilegalización de la ONG que ampara al movimiento islamista, constituida en marzo para salvaguardar su estatus legal.

En su escaso y desastroso año en el poder, los islamistas se han ganado a pulso su total descrédito. Las acciones de Morsi y los suyos han sido un catálogo de desprecios por los más elementales principios democráticos, a la vez que intento por ocupar espuriamente cualquier espacio social y político y exhibición de incompetencia para solucionar los inmensos problemas de Egipto. Pero no se puede enderezar una transición caótica mediante el procedimiento pendular de erradicar de la vida pública a millones de partidarios de un ideario que, además, ha ganado las únicas elecciones dignas de tal nombre en el país árabe.

Por más que la represión en marcha esté siendo jaleada por muchos egipcios, el mapa de Al Sisi y sus generales hacia un supuesto futuro democrático carece de toda credibilidad si una de sus herramientas es la misma intolerancia hacia la disidencia mostrada por sus predecesores. Por el contrario, el recrudecimiento de la violencia y del terrorismo — atentado reciente contra el ministro del Interior, entre otros— muestra que los militares están alumbrando con sus errores la radicalización de una nueva generación de islamistas que puede emponzoñar Egipto durante años.

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