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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Frenar la matanza

La comunidad internacional debe movilizarse para detener la sangrienta represión de Al Sisi

Algo funciona muy mal en el mundo para que la comunidad internacional entera pueda permitirse el obsceno espectáculo de una matanza como la que está perpetrando el Ejército egipcio sin apenas emitir unos confusos gemidos de protesta. Toda la filosofía desarrollada por Naciones Unidas sobre la obligación de proteger a las poblaciones civiles ante las matanzas perpetradas por los Gobiernos y por grupos armados queda neutralizada e invalidada cuando el poderoso Ejército de un país como Egipto sirve para derrocar al poder legalmente constituido y luego para reprimir las protestas al precio de centenares de muertos y heridos, de millares de detenidos e, incluso, de la restricción de las libertades y la prohibición de partidos.

Nada diferencia por el momento el violento golpe militar dirigido por el general Abdul Fatah al Sisi de los episodios golpistas que abrieron las puertas a las dictaduras de Pinochet en Chile y de Videla en Argentina en los años setenta del pasado siglo. Entonces en el Cono Sur, como ahora a orillas del Nilo, no faltan responsabilidades por parte de los partidos y dirigentes al cargo del poder civil hasta el golpe, ni las provocaciones de los violentos. Pero en todos los casos las responsabilidades directas por el putsch y, por supuesto, por una represión tan sangrienta pertenecen de lleno a los máximos jefes militares que han tomado el poder y han decidido emprender el peor camino en vez de buscar rápidamente el diálogo y la reconciliación.

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A ellos debe presionar la comunidad internacional, y principalmente Estados Unidos y la Unión Europea, para exigir ante todo el cese de las matanzas, y luego el regreso a la normalidad y la liberación de los detenidos, empezando por el hasta ahora presidente Morsi.

Está bien subrayar la impotencia europea y la desorientación de Washington, capaz de aparecer como quien apadrina a la vez a Morsi y a su némesis de Al Sisi. Pero la cruda realidad de la nueva geopolítica de Oriente Próximo es que hay otros responsables internacionales mucho más próximos a la escena del crimen.

El riquísimo Catar y la influyente Turquía tienen numerosas palancas con los Hermanos Musulmanes, a los que han financiado, que debieran utilizar para obligarles a la moderación en vez de lanzarlos a la radicalización y a la lucha armada. Lo mismo cabe decir de Arabia Saudí, Emiratos y Kuwait, que jalean la represión contra los Hermanos, sus rivales en la hegemonía en el islam suní, cuando deberían frenar los ímpetus represivos de los militares.

El destino de un país como Egipto, situado en el corazón geoestratégico de Oriente Próximo y con compromisos en la seguridad y en la estabilidad de la zona, ha quedado primero al albur de unos ineptos políticos como los Hermanos Musulmanes y después de una casta militar autoritaria y cruel. Ahora será difícil que estos últimos regresen a los cuarteles y que la cofradía no se oculte de nuevo en la clandestinidad a la que estaba ya habituada y en la que la quieren recluir los militares.

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