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Columna
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Ayuden a Pendás

Los periódicos de estos días están llenos de ejemplos de los que se vale la gente para desconfiar de quienes mandan o de quienes mueven a los que mandan

Juan Cruz

Nadie sabe cuándo tendrá que probar el agua que desprecia. Ahora en la política el agua turbia es tan densa, tan abundante, que nadie puede decir que algún día ese líquido espeso no caerá también sobre su cabeza.

Lo que ha pasado, o lo que está pasando, con el extesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, forma parte ahora de lo más visible de las aguas turbias. La reacción del PP, por otra parte, es representativa de lo que ocurre cuando en casa pasan cosas así: ya este no es de nuestra familia, lo hemos expulsado, y además ya no se ve con ninguno de los nuestros. Está fuera y nos hemos olvidado incluso de que existió.

En este último olvido está el pecado: la gente sí se acuerda, de modo que los suyos (o los exsuyos) solo podrán arreglar lo que pasó acordándose de que este corrupto presunto estuvo un día con ellos. Y haciendo que la gente sepa más de lo que hizo.

Algún tiempo antes de este descubrimiento judicial del supuesto encubrimiento de la fortuna suiza de Bárcenas algunos altos cargos del PP se agarraron de otras aguas presuntamente turbias (las aguas catalanas) para lanzarse a la yugular de los adversarios. Lo hacían desde la creencia (asimismo presuntuosa) de que a ellos no les pasaría nunca lo que entonces estaban divulgando medios habitualmente atronadores a partir de informes cuya paternidad (o maternidad) nunca ha estado tan clara como para no sospechar de la naturaleza de sus orígenes.

Como es lógico, desde que se destapó (otra vez) el llamado caso Bárcenas les han sacado de las hemerotecas y de las videotecas a esos políticos que remaban para sí mismos los discursos en los que decían que de ese agua su partido no bebería nunca. Pues ha bebido, ha estado bebiendo, y lo que deduce el pueblo es que mientras el partido bebía sus dirigentes no se daban cuenta del sabor tremendo que tiene el resultado de esas degustaciones. O porque no tenían gusto o porque miraban para otro lado.

Lo que sucede ahora es que ese suceso lo ha enlodado todo, y por supuesto ha enlodado al partido en el poder, que aunque haya mirado para otro lado ahora ha de escarbar para limpiar esas manchas que no son ajenas.

El Gobierno ha encargado a Benigno Pendás, director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, un informe cuyas conclusiones permitan combatir el clima de desconfianza que el ejercicio de la política despierta en la ciudadanía. Es una tarea difícil para la que sin duda este jurista con amplio conocimiento de lo que siente (y padece) la opinión pública tendrá armas a mano. Pero necesita ayuda.

Enseguida que se puso a trabajar se encontró con la naturaleza del desasosiego: los periódicos de estos días están llenos de ejemplos de los que se vale la gente para desconfiar de quienes mandan o de quienes mueven a los que mandan. Vergüenza es una palabra menor para calificar el oprobio que se siente ante este ataque sistemático a la esencia de la democracia, el uso de lo público. El caso que protagoniza el extesorero del Partido Popular es, por ahora, el más llamativo de esos sucesos. Mirarlo desde la distancia cuando lo has tenido dentro le ayuda muy poco, por ejemplo, a la tarea de Pendás.

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