Una ley ignominiosa que castiga el altruismo
Mi amigo Abdoulayed tiene la piel negra y los ojos inundados de estrellas. Llegó a España para trabajar en la Expo zaragozana y luego fue abandonado a su suerte, sin dinero y sin papeles, por un empresario que decidió aprovecharse de su indefensión y su deseo de encontrar una vida mejor en estas tierras. En 2010, un grupo de organizaciones y movimientos ciudadanos aragoneses realizamos una marcha a Bruselas en defensa de los derechos laborales y sociales que estaban en peligro. Durante más de 1.800 kilómetros de asfalto, polvo, sol y lluvia, la estilizada figura de Abdoulayed compartió su camino con el nuestro.
Tras regresar de esta romántica aventura, una orden de expulsión y una oscura celda le estaban aguardando. Inmediatamente, la solidaria red de la amistad se puso en marcha y conseguimos regularizar su situación. Volvería a hacerlo un millón de veces. Lo haré cuando se tercie, señor Gallardón. No tenga duda. A pesar de las veladas amenazas que asoman del indecente texto de su reforma del Código Penal. No pienso obedecer una ignominiosa ley que castiga el altruismo y la colaboración entre los seres humanos. ¿No dicen que el matiz está en que haya ánimo de lucro? Pues humildemente pienso que lo hay en esa norma que permite “comprar” la nacionalidad a un extranjero si desembolsa más de 160.000 euros por un piso.
Curioso síndrome sufre este Gobierno. No puede ver la viga de la indecencia que lleva clavada en la plena córnea. Pero escudriña meticulosamente en nuestros ojos, buscando una brizna de solidaridad o rebeldía, para pasar a aplastarla.— Ana Cuevas Pascual.
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