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Columna
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Indignados

En España habría que plantearse qué vía queremos escoger para intentar sobrevivir: la empatía o el enfrentamiento

Rosa Montero

La gente ya no está indignada: está desesperada, desolada y angustiada ante el alud de desgracias que nos está cayendo encima cada día. Una muestra: en septiembre van a cerrar el primer hospital público que caerá víctima de la crisis. Es el Juan March, en Baleares: 104 camas para enfermos crónicos y cuidados paliativos. Los pacientes, en su mayoría ancianos, están aterrados. ¿Qué pasará con ellos? ¿Los mandarán a sus casas, a sufrir y quizá morir como perros en el conveniente silencio de su indefensión? Siendo viejos, pobres y enfermos, estoy segura de que no darán la lata. Quiero decir que no se manifestarán en Sol (por eso necesitamos que los del 15-M lo hagan).

Anthony Lake, el director general de Unicef, dijo hace unos días en una entrevista que en las situaciones duras aumenta la empatía de las personas. Es cierto; está comprobado que la gente más pobre participa más en el voluntariado social, y suele haber más solidaridad en las colectividades con pocos recursos. Y esto es así porque la empatía mejora las posibilidades de supervivencia del grupo; digamos que es una respuesta innata e instintiva. Pero no es la única: los momentos duros también pueden fomentar la depredación y la pelea violenta. En España estamos atravesando una de las crisis más severas de nuestra historia, y habría que plantearse qué vía queremos escoger para intentar sobrevivir: la empatía o el enfrentamiento. O hacemos todos un esfuerzo de veracidad y colaboración o será aún más duro. Pero colaborar no es callar y aceptar cualquier cosa; al contrario, es intentar reflexionar sobre cuales queremos que sean nuestras prioridades. Las mías, por ejemplo, son sanidad y educación. Ese es el debate que están intentando hacer los del 15-M, y no creo que ayude a la empatía social que los aporreen.

 

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