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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Los griegos, sacrificados en el altar de Europa

No es sólo una cuestión de que haya gente que no pueda pagar sino de que las medidas son ampliamente percibidas como injustas.

Irene Martín Cortés
ENRIQUE FLORES

Es importante no olvidar que “la gente está dispuesta a hacer sacrificios, pero no a ser sacrificada”, señalaba recientemente la Primera Ministra danesa. Los griegos llevan ya dos años de duros sacrificios. No son los únicos en Europa, pero quizá convenga afinar un poco más. Pónganse, por ejemplo, en la piel de un profesor de secundaria en Grecia. Para empezar, aplíquense un recorte en su sueldo de un tercio y renuncien a la casi totalidad de sus pagas extraordinarias. Según un informe de la Agencia Europea de Educación Eurydice, hace dos cursos en Grecia el salario base en secundaria oscilaba entre 11.820 19.992 euros anuales y en España entre 33.344 y 46.692. A esto hay que añadir el recorte adicional del pasado mes de octubre que deja a los profesores griegos con un sueldo mensual de entre 660 y 1.400 euros. Además, aumenten en un 4% su declaración del impuesto sobre la renta, aumenten también su factura de la luz en un 9%, el tipo máximo de IVA en un 10% adicional, e imagínense que les aplican un nuevo impuesto de bienes inmuebles que les lleva a pagar entre 600 y 1.000 euros anuales por un piso de 100 metros cuadrados, según la zona donde se encuentre. A esto añadan el elevado precio de la gasolina (1,65 el litro) y de los productos básicos (un 40% más altos que en España, a excepción de la fruta y verdura que es, aproximadamente, un 30% por ciento más barata).

En esta situación, Alemania exige que la Unión Europea pase a controlar por completo las cuentas de Grecia y que ésta sólo atienda a sus partidas de gasto una vez cubiertos los vencimientos de la deuda. Me viene a la mente un artículo de Thomas Friedman en The New York Times titulado “¿Pueden los griegos convertirse en alemanes?”, al final del cual el periodista contaba cómo el anterior Primer Ministro griego, Giorgos Papandreu, le había confiado una de sus mayores frustraciones “¿Cómo se logra cambiar la cultura de un país?”. En este determinismo cultural me temo que alemanes y griegos se parecen más de lo que ellos mismos creen. Por un lado, los griegos se ven a sí mismos, con una mezcla de orgulloso y resignación, como individualistas irredimibles. Por otro, muchos votantes alemanes, temerosos por sus impuestos, recurren a esa imagen estereotipada del griego que se pasa el día tomando café al sol, filosofando y bailando. De ahí, a la creencia en que se merecen estar donde están porque son unos vagos, hay un paso.

Los griegos, como otros, responden bastante a incentivos y castigos

Reconozco que me preocupa leer cada cierto tiempo argumentos culturalistas de este tipo en boca de líderes políticos – ya sean alemanes o griegos - en cuyas manos está la salida de esta crisis. Argumentos que recalcan la resistencia del “carácter nacional” de los países al paso del tiempo y a las circunstancias. No es mi intención negar las diferencias evidentes que existen en la cultura de los distintos países, pero nada ganamos en la situación actual aferrándonos a estereotipos que, como ya ha quedado demostrado, malamente se ajustan a la personalidad media de los individuos. Tampoco resulta nada útil para el análisis de lo que está ocurriendo el fijarse en aquellos aspectos de la cultura de un país que damos por inmutables. Si el carácter nacional se hubiera demostrado un instrumento válido para hacer pronósticos, los españoles habríamos quedado atrapados en una eterna guerra civil. No me extrañaría tampoco que Lord Byron y Gerald Brenan hubieran imaginado un destino muy similar para Grecia y para España. Y, sin embargo, las cosas cambian. El destino de los países no está grabado de antemano en su cultura. Las decisiones políticas tienen un impacto claro en cómo se sale de situaciones difíciles y no es lo mismo salir de una forma que de otra. En vez de plantearnos de forma desesperada cómo se cambia la cultura de un país quizá sería más útil preguntarnos cómo diseñar políticas para que resulten efectivas en un determinado contexto.

Los griegos, igual que los alemanes, o que los españoles, responden bastante a incentivos y castigos. Según esto, la pregunta sería ¿qué incentivos tienen los griegos para sacrificarse de forma obediente en las condiciones actuales? Alguien podría decir que la respuesta es tan simple como salir de la crisis. Pero no es esto lo que perciben los principales afectados. La sensación que predomina es que, hagan lo que hagan, irán directos al precipicio. Es decir, que aunque se sacrifiquen, serán sacrificados. Lo peor es que nadie ha intentado convencerles de lo contrario. La esperanza, pues, no figura en la lista de incentivos y las crecientes medidas de ajuste no hacen sino minarla un poco más cada día.

Dado que buena parte de la crisis griega parece deberse al fraude fiscal y a la incapacidad del Estado para recaudar, otro incentivo podría ser el evitar que este problema se perpetúe o, al menos, se agudice. Pero lo que se les está pidiendo más bien parece perseguir el objetivo contrario. La pérdida progresiva de la soberanía griega no hace sino debilitar cada vez más al Estado. A ello contribuye también el aumento del fraude fiscal. A muchos griegos no les duelen prendas en admitir – incluso en sus declaraciones a los medios de comunicación – que no piensan pagar el impuesto de bienes inmuebles. En YouTube ya hay vídeos sobre cómo evadirlo sin que a uno le corten la luz, y sobre cómo conectarse a la red eléctrica evitando que el consumo quede registrado en el contador. Todo apunta, pues, al efecto perverso de unas leyes que, por ser frontalmente contrarias a las normas sociales y percibidas como ilegítimas, acaban teniendo efectos contraproducentes. Esto no debería sorprendernos. Varios estudios, incluido algún informe de la OCDE, demuestran la relación que existe entre una excesiva presión fiscal y el fraude.

La pérdida  de la soberanía griega debilita cada vez más al Estado

No es sólo una cuestión de que haya gente que no pueda pagar – que también – sino de que las medidas son ampliamente percibidas como injustas. En España no nos son ajenos argumentos comunes a los de muchos griegos cuando señalan que la presión fiscal creciente afecta sobre todo a quienes siempre han pagado sus impuestos – los trabajadores dependientes – y que son escasamente visibles las medidas dirigidas a combatir el fraude por parte de los propietarios de las grandes fortunas. La percepción de que las medidas son injustas e ilegítimas no sólo hace que el fraude siga aumentando sino que también lleva a que se desarrolle una tolerancia creciente hacia quienes lo practican. Ante este panorama, ¿no haría falta un debate serio sobre cómo crear incentivos para romper este círculo vicioso, en vez de seguir castigando a la población con una insoportable presión impositiva que difícilmente logrará el objetivo recaudatorio que se propone? El fortalecimiento del Estado griego y la legitimidad de las medidas que adopte no pasan tampoco por debilitar la soberanía del país. Los griegos están dispuestos a sacrificarse pero, ni ellos ni nadie, se somete voluntario a ser sacrificado. Mientras, como es lógico, buscarán la forma de sobrevivir a esta penosa situación. ¡Qué tiempos aquéllos en los que era Zeus quien seducía a Europa!

Irene Martín Cortés es Profesora de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

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