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Columna
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Ciberseguridad para la nueva economía

Lo importante es determinar hasta qué punto los Gobiernos, empresas y personas estaremos protegidos

Santiago Carbó Valverde
Un grupo de jóvenes internautas navegan por Internet.
Un grupo de jóvenes internautas navegan por Internet.

En Mr. Robot —una serie para la televisión de cierto éxito en la actualidad, con más oscura ficción que ciencia contrastada— un conjunto de hackers borran los registros electrónicos de deuda de millones de estadounidenses, supuestamente para liberarlos y, finalmente, para abocarlos al caos. La realidad está aún lejos de situaciones similares pero la ciberseguridad es un tema de creciente interés. El viernes de la semana pasada, varios ataques coordinados inutilizaron el acceso a múltiples webs de uso común en todo el mundo. Según los expertos, se trató del incidente de este tipo más grave de la última década, que afectó a más de 1.000 millones de usuarios. Más que manipular esas webs, lo que se hizo es bloquear a la empresa que traduce sus datos para que sean visibles por todos. Además, para darle más enjundia y siniestralidad al asunto, la ofensiva se apoyó en lo que se conoce como el "internet de las cosas" puesto que su magnitud se logró haciendo uso de la conectividad de aparatos de uso generalizado hoy en día, en particular de cámaras con conectividad a la Red.

Sería absurdo pensar que estos incidentes son aislados y que irán a menos. Lo importante es determinar hasta qué punto los Gobiernos, las empresas y el común de los mortales estaremos protegidos ante ellos en el futuro. Más aún cuando avanzamos de forma acelerada en esta autopista de cambio económico y social a la que se ha convenido en llamar digitalización.

Esta nueva economía precisa de soportes, de su propia seguridad. En el siglo XX los hombres libraron las guerras y los grandes avances tuvieron nombres y apellidos. En el siglo XXI casi todo queda reducido a datos, las batallas se instrumentan en la Red y somos, más que nunca, unidades de información: nuestra identidad, nuestro dinero y nuestras relaciones sociales son registros electrónicos. Las enormes ventajas que puede conllevar la digitalización entrañan también el riesgo intrínseco de la dificultad de que sus usuarios últimos controlemos y, lo que es más importante aún, entendamos cómo se gestiona y preserva esa información. Tecnologías de registro distribuido como el Blockchain aportan seguridad pero también un anonimato y una vía de escape para usos menos edificantes. Además, se trata de procesos en constante perfeccionamiento para evitar, precisamente, ataques como el de la semana pasada.

La industria financiera es una de las más sensibles a estas cuestiones. En mayo de este año, Wall Street acogió la primera conferencia mundial sobre inversión en ciberseguridad. Una inversión que superó el medio billón de dólares en 2015 y que se espera que esté por encima de los dos billones de dólares en 2019. En unos años de incertidumbre en los mercados, la ciberseguridad es uno de los pocos activos que no para de crecer. La propia Unión Europea coordina desde el pasado mes de julio una iniciativa público-privada de 450 millones de euros sobre investigación en seguridad en la red. Que comprendamos en qué consiste la protección de nuestra propia información también merece una inversión.

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