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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Humo de cine

Manuel Rodríguez Rivero

Abandoné el tabaco hace 11 años, tras alcanzar, de modo estable y prolongado, la cota de los 60 cigarrillos diarios. Había empezado pronto. En mi casa fumaban, y también lo hacían muchos de mis héroes: ni siquiera el deporte parecía entonces (demasiado) reñido con el humo. Tampoco la salud, si se me apura: conservo un anuncio de Lucky Strike (tal vez diseñado por los mad men de la avenida de Madison) en el que aparece un médico con bata blanca fumando placenteramente. En las películas fumaban hombres y mujeres: el humo de sus cigarrillos subrayaba un fascinante y siempre renovado ritual de rebeldía o peligro, de sensualidad y cortejo, de reflexión y madurez, de bálsamo tras el combate o de estímulo para iniciarlo (a todo ello se refiere Richard Klein en el elegiaco Los cigarrillos son sublimes, publicado por Turner). En las cintas que veíamos en las salas de sesión continua con los ojos encendidos como ascuas, fumaban casi todos: héroes y villanos, colonos y colonizados, amantes y esposos. Y también lo hacía la gente corriente, cuando salíamos del cine. Incluso sorprendíamos inhalando el humo de las colillas a los "niños de la calle" (entonces había muchos), que llegaban antes que nosotros a los ritos de paso de la juventud, y a quienes observábamos con aprensión y envidia. Algún día, también nosotros fumaríamos. Y ese día llegó.

Arrecia en el mundo anglófono la campaña en favor de calificar para mayores de 18 años las películas que muestren a gente fumando

Arrecia en el mundo anglófono la campaña en favor de calificar para mayores de 18 años las películas que muestren a gente fumando, es decir, de darles el mismo tratamiento que a las que contienen sexo "explícito" o lenguaje ofensivo, o muestran escenas de máxima violencia. Los partidarios de la medida están muy organizados y explican sus razones en medios escritos y páginas de Internet (puede consultarse, por ejemplo, smokefreemovies.ucsf.edu y scenesmoking.org). En todos ellos recurren a prolijas estadísticas para demostrar que millares de adolescentes se inician cada día en el malsano hábito, inducidos por el glamour de sus iconos cinematográficos y por la mercadotecnia de la industria tabaquera. Y su mensaje, directamente dirigido a productores, directores y estudios cinematográficos, no puede estar más claro: si fumar es esencial en su película, adelante, pero resígnese a que la califiquen para mayores de 18 años. Lo que implica, claro, una reducción sustancial del taquillaje. Para que se hagan una idea de la catástrofe: La comunidad del anillo, por ejemplo, en la que Gandalf y Bilbo descansan fumando y haciendo anillas de humo (busquen la escena en YouTube), no estaría autorizada para menores.

En el cine, parecen insistir los enemigos del tabaco, el medio es el mensaje. En la vida la gente fuma, pero no es lo mismo. Igual que las ficciones dan sentido al caos del mundo por medio de la selección y la condensación, el cine ungiría con el halo de lo deseable a comportamientos que, en la calle, carecerían de glamour. Los que se oponen a la medida (aunque tampoco duden de lo pernicioso del hábito), argumentan que en Internet -un medio mucho más poderoso- los adolescentes pueden ver de todo, incluyendo gente echando humo. Y que si seguimos por el camino impuesto por nuestra ultraprotectora sociedad-nodriza nadie sabe qué vendrá después. Quizá la carne roja. O los libros "peligrosos".

Así están las cosas. Cuando empecé a escribir este comentario, creía tener clara mi postura. Pero luego he caído en la cuenta de que en la pared tengo dos fotografías de fumadores fijadas con chinchetas: en una se ve a Faulkner recostado en un sillón, en pantalón corto y gafas de sol, sujetando su pipa entre los dientes. En la otra están Vincent (Travolta) y Mia (Turman) fumando cigarrillos en el restaurante de Jack Rabbit (recuérdenlo en YouTube) mientras sorben sus batidos y hablan acerca de lo incómodos que son los silencios. Tal vez me despedí del tabaco demasiado pronto.

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