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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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Hacia un mundo más sabroso

Desde hace media docena de años se habla de la "teoría del decrecimiento" que abanderaba Serge Latouche. En sus libros y otros de su misma onda se insiste en que "decrecimiento" no significa volver atrás, sino revolver en lo que hasta ahora se cotiza. Si el crecimiento fue asociado a tener más y llamar a esa ascensión prosperidad, ahora se trataría de prosperar no tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. Mejor en el bienestar que el bien-tener.

El modelo de los cambios constantes, el de los viajes numerosos de quita y pon, el sexo en cada esquina o las compulsivas compras en H&M se reemplazaría por un modelo dirigido a saborear una experiencia más despaciosa e intensa. Lo más no se hace menos recorriendo un camino de escasez, sino que la lumbre efectiva del menos procuraría aquello de que era incapaz la luminaria del más.

Las nuevas tecnologías de la comunicación coinciden con el deseo de acceder a la información

¿Una utopía? ¿Un desiderátum moral? Lo interesante de esta nueva propuesta es que viene a juntarse con el auge del interés por ella. Si los medios de comunicación de masas triunfaron en su día fue porque las masas ya existían y ansiaban naturalmente, por su misma condición, medios masivos.

Igualmente, en la actualidad, las nuevas tecnologías de la comunicación han coincidido con el deseo general, sin censuras, de acceder directamente a la información, de cuya tensión la obsesión por exigir "la transparencia" en todo es su correlato.

Finalmente, si la Gran Crisis ha tenido lugar no ha sido tan solo por la satánica condición de los bancos (que sí) o por la orgía de la codicia de unos pocos (que también), sino por la amplia actitud de los muchos y la bacanal especulativa en la que ha participado casi el mundo entero.

¿Un patrón de crecimiento que busque menos el crecimiento de las rentas que la rentabilidad de la vida? En ese punto nos hallamos hoy. La gente e incluso el gentío no encuentra la recompensa debida en trabajar más horas (cuando se podía) o ascender a puestos de mayor responsabilidad a cambio de más dinero (cuando lo había) y menos tiempo libre (cuando era de esperar).

La demanda ha girado, en dialéctica con los perversos espasmos del sistema, de las adquisiciones en efectivo a las ventajas de lo afectivo. De la cantidad a la cualidad.

El mundo que se anuncia tras esta Gran Crisis contiene, de hecho, un insólito cambio en la condición humana. Un cambio en el deseo de la humanidad tratando de ser más feliz de otra manera. Y por esta razón triunfará el "altermundismo", sea lo que sea. Porque "los mercados" acabarán detectando que la mejor oferta para la clientela no consiste en lanzar incontables modelos de coches, neveras o camisetas, sino la creatividad unida a una buena máquina o una buena ropa.

Los consumos desbordantes y efímeros de años anteriores han cumplido el papel de divertir a los niños en las aulas o en los recreos. A todos, en general. Ahora, sin embargo, él representa esta Gran Crisis nos ha pasado, sin contemplaciones, de niños a adultos, de niña a mujer.

Pero, ¿una sociedad adulta será más aburrida? ¿Vamos a terminar con la ligereza de la vida volando de aquí para allá? Claro que no. En primer lugar, la amenidad de cualquier producción -en el cine, en la ropa, en la gastronomía, en el arte- es ya irrenunciable. Incluso la religión ha entendido que no se puede administrar fe sin ser doblemente "graciosos".

De lo que se trata ahora, con el mal llamado "decrecimiento" es de hallar en las vetas, en la cata del vino, en los entresijos del sexo o en los partidos de fútbol, las dulces moléculas de felicidad que antes, con la prisa, escupíamos. Y esto que va unido al espacio de lo despacio, a la educación de los buenos (y bien pagados) maestros y a la buena ilustración, se halla al final de esta crisis. Crisis que, como un huracán, arranca mil plantaciones insípidas para dejar el territorio a disposición de un mundo más sabroso, concentrado y solar.

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