Políticos, doctores y otros animales
Al ministro alemán de defensa, Karl-Theodor zu Guttemberg, no parecía bastarle con ser noble. En una sociedad como la alemana, los títulos adquiridos a través de la cuna necesitan complementarse con los logrados por el esfuerzo. El esfuerzo intelectual, por supuesto. Quizá por eso sintió la necesidad de hacerse doctor. Además, se buscó como director de tesis a uno de los grandes constitucionalistas alemanes, Peter Häberle. Así consiguió al fin tenerlo todo, un nombre de alcurnia, una esposa que entroncaba con el mismísimo Bismarck, una atractiva imagen mediática, una capacidad expresiva que destacaba sobre cualquier otro ejemplar de la fauna política alemana, y, como toda persona que se precie en ese país, el doctorado. Era el candidato natural para convertirse algún día en canciller. Hasta que se descubrió que una buena parte de su tesis había sido plagiada de fuentes diversas. Al final, en una bella ejemplificación de los efectos de la codicia, la presión mediática pudo con él y no tuvo más remedio que dimitir.
Hemos dado por perdido un mecanismo fluido de ida y vuelta entre política y sociedad civil
Hasta aquí, todo esto no deja de ser una anécdota de la política europea. Si acercamos este modelo a nuestro país encontramos, sin embargo, algunas cosas interesantes que nos dicen bastante sobre la forma específica en que se ejerce el reclutamiento de la clase política en España, los alicientes y desincentivos de entrar en lo público. Para empezar, aquí nadie con el perfil de Zu Guttemberg hubiera pensado jamás en dedicarse a la política. Su destino hubiera sido, sin ninguna duda, la empresa privada. Del mismo modo que entre nosotros ningún político en su sano juicio puede imaginar jamás que un título de doctor pueda servir para algo en el ejercicio de su empeño profesional. Nadie se lo reconocería como mérito a tener en cuenta. Ni en la izquierda ni en la derecha.
Con todo, sí se aprecian actitudes y orígenes profesionales distintos según hablemos de uno u otro bando. En la derecha parece predominar todavía la divinización franquista de las grandes oposiciones. Quizá porque son garantía de disciplina y capacidad de trabajo. Obsérvese que el líder del PP es registrador y sus dos mujeres más relevantes son abogadas del Estado, y eso sigue pesando en el imaginario de la derecha nacional. No parece haber espacio para los empresarios de éxito por mucho que su discurso vea en ellos a los nuevos héroes sociales. Estos no encuentran en ella, además, el más mínimo incentivo, a menos que, como Pizarro en su día, estén ya de vuelta de su empeño profesional "natural". Pero siempre se verán como una extravagancia. Lo natural es, en general, el vínculo entre política y mundo jurídico y el reconocimiento estatal del mérito a través de los altos cuerpos funcionariales. Eso sí, cuando salen de su ejercicio público todos van como locos a la empresa privada. La política es aquí el camino hacia la empresa, no al revés.
En la izquierda predomina también la selección de cargos a través de los diversos cuerpos de funcionarios, aunque sin insistir tanto en su estatus relativo. Los políticos, y esto lo sabemos ya desde el clásico libro de Klaus von Beyme (La clase política en el Estado de partidos; Alianza ed.), en todas partes tienen una conexión privilegiada y simbiótica con los cuerpos funcionariales. Sin embargo, la izquierda siempre ha gustado también de adornar su imagen con gentes provenientes del mundo intelectual y académico. La mayoría de las veces para sufrimiento mutuo. Al contrario que los funcionarios, aquellos no están tan acostumbrados a la disciplina y a las jerarquías que impone la vida partidista. Pero quienes aguantan y consiguen transfigurarse, suelen acabar convirtiéndose en algunos de los mejores políticos.
La cuestión fundamental, por tanto, es saber si quien se dedica a la política puede seguir conservando la identidad de su anterior origen, o si lo político consigue disolverla en sus lógicas propias. Hoy la mayoría de los políticos son ya casi todos "políticos de profesión", no de vocación, por valernos de la distinción weberiana. Y los que sobreviven en la política, sean doctores, intelectuales, juristas o trabajadores del metal, se ven tan fagocitados por ella, que al final su formación anterior queda como mera anécdota curricular. La política, en interacción directa con los medios, establece sus propios mecanismos de selección darwinista, solo sobreviven los más aptos. Quizá por eso se dice que carece de incentivos. Y esto es lo grave. Hemos dado ya por perdido un mecanismo fluido de ida y vuelta entre política y sociedad civil que permita mantener el atractivo del servicio público.
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