La Mano derecha del Oscar
En Hollywood, cualquiera daría su brazo por conseguir un Oscar, pero solo James Franco aceptó el reto. Así de en serio se toma su profesión este actor con taquillazos tipo Spider-Man y que también apuesta por productos independientes como Howl. Además practica su arte en televisión, ya sea con esa biografía titulada James Dean, que le supuso el Globo de Oro en 2001, o su paso hace unos meses por el culebrón General Hospital. Una larga lista de éxitos a la que hay que sumar la de maestro de ceremonias de la próxima gran gala del cine, la entrega de los Oscar de 2011, junto a la también precoz Anne Hathaway. Esta última aparición estelar le hacía más falta a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas que al propio Franco porque el intérprete californiano de 32 años tiene más que garantizado este año su paso por los Oscar con la candidatura que tiene casi asegurada por 127 horas , un filme en el que interpreta a Aron Ralston, el montañero que perdió su brazo, pero salvó su vida en las cumbres de Utah.
"Cuando empecé como actor me di cuenta de que me habían preparado muy mal"
"Yo me veo como alguien curioso al que le interesan muchas cosas que explorar"
"Nunca antes como en estos últimos años he sentido tanta inspiración y estímulo de los que me rodean"
"En mi vida he hecho un montón de cosas raras con tal de meterme en el papel", dice este actor torturado pero sonriente que maneja el método hasta el extremo de hacerse quemaduras con cigarrillos para meterse en la piel deJames Dean, se mezcló con los sin techo cuando interpretó City by the Sea o se rodeó de chavales dedicados a la prostitución masculina en Sonny. En la actualidad, Franco conserva sus dos brazos. Pero su realismo durante esa crónica que es 127 horas le ha situado en el ojo del huracán. Curioso para alguien que no hace ni cinco años pensó en dejar Hollywood desencantado con la experiencia. "Fue mi momento ¡ops! Cuando comencé como actor me di cuenta de que me habían preparado mal, me dijeron que un actor tiene que saberlo todo porque no hay una buena dirección de actores. Y eso me hizo ir a muchas de mis películas con una actitud antagonista, pasando por experiencias horribles hasta que me vi entre la espada y la pared", añade buscando el sentido de su crisis personal.
Películas como Anápolis, Tristán + Isolda o Flyboys están entre las películas que más odia de su filmografía y no lo esconde. Afortunadamente, nadie las recuerda ya. Franco ganó la fortuna y la fama como Harry Osborn, el amigo/antagonista de Spider-Man, y el respeto gracias a Milk, Los Superfumados y, sobre todo, la última: 127 horas. Pero antes de estos cuatro trabajos pensó en dejarlo todo refugiándose en los estudios académicos. El hombre renacentista que sabe de todo y está en dominio de todas las disciplinas. De actor torturado a superartista que se ríe de sí mismo. Ese al que empieza a ser difícil entender por las múltiples caras que tiene. Como decía recientemente la revista The New Yorker, "¿quién es el verdadero James Franco ?".
¿Quién es James Franco? Hay definiciones para todos los gustos. La Academia le ha coronado como uno de los iconos de la nueva generación de actores. Un juicio exagerado pero efectivo para su publicidad. Sin conocerle, aunque admirando su trabajo, Laura Linney, la actriz tres veces candidata a los Oscar, no dudó en describirle como "todas las leyes de la buena interpretación en acción", alguien cuya curiosidad como actor es infecciosa, añade Linney. El productor Judd Apatow, su amigo desde que le dio una de sus primeras oportunidades como actor en la serie Freaks & Geeks, le conoce aún mejor: "Alguien muy listo y agradable. Alguien que ha cambiado porque al principio estaba tan hambriento y obsesionado con su trabajo que resultaba un poco intenso".
Ahora se pasa de sueltito, motivo por el cual el director Danny Boyle casi no le contrata para 127 horas. Le interesaba como actor, más que Cillian Murphy, Ryan Gosling o Sam Rockwell, algunos de los otros nombres que se comentaban para el papel del montañero Ralston. Pero tras quedar con él, el realizador británico pensó que Franco estaba fumado. De verdad. "Muchos confunden al tipo de Los Superfumados conmigo. Y la gente no quiere al protagonista de Los Superfumados en su película. O en Yale si me apuras", se ríe Franco con su sonrisa de dentífrico. Incluso ahora, mientras hablamos, su comportamiento es un poco afectado, como si sus pensamientos fueran más rápidos que sus palabras, lapsos que mitiga a golpe de sonrisa.
La trayectoria de Franco es todo menos aburrida. Cierto que iba para galán, con ese pelo ondulado que le encasilló en un determinado tipo de papel. Pero su alma de actor no estaba por ese registro. Como afirma Peter Bart, al frente de la revista Variety, pocos como él han sabido reinventarse de tal forma y con tal asiduidad. Quizá el actor Mark Wahlberg. Porque lo de un presentador tan joven en los Oscar es extraño, pero más extraño aún es que además sea candidato el mismo año. Lo que nunca se había dado hasta ahora es que un graduado en literatura, cine y artes por Yale y otras tres universidades haga de maestro de ceremonias. "Yo me veo como alguien curioso al que le interesan muchas cosas que quiero explorar con seriedad. Alguien al que le gusta colaborar, involucrarse con los proyectos de otros. Me he dado cuenta de que me interesan más cosas además de la interpretación y por eso he vuelto a estudiar en universidades en las que puedo trabajar con mucha gente que admiro. Y, bueno -remata con otra de sus sonrisas-, también me veo como un tipo decente y majo, ¿no?".
James Franco llega tarde para conocer al que siempre fue su ídolo, incluso cuando era un actor más que había abandonado sus estudios en busca de una oportunidad en Hollywood. Nunca citó a Marlon Brando o a Robert De Niro, quizá porque trabajó con este último nada más empezar su carrera cinematográfica. ¿Su ídolo? William Faulkner. Y de ahí para arriba, porque Franco es un actor pegado a los libros. Ahora dice que es El Quijote, quizá por hacerme los honores. Durante Spider-Man 3 se aficionó a los clásicos ingleses como Shakespeare y Milton. Cuando rodó Milk, le tocó el turno a Thomas Pynchon, y The House of Leaves, de Daniel Z. Danielewski, era el que llevaba cuando trabajaba en Los Superfumados. No hay nada como un amigo para reírse de Franco porque vuelve a ser Apatow quien le toma el pelo: "En cuanto acabábamos la escena, ahí estaba, enfrascado en La Iliada, ese libro que nadie lee porque es un tocho", recuerda de aquel rodaje. Una pasión lectora que en 127 horas llevó al extremo ya no por los libros, sino por sus idas y venidas a la universidad, desde los solitarios cañones de Utah. Franco asegura que sus estudios le han abierto la mente y la curiosidad haciendo de él mejor actor. Además, en este caso, sus continuos desplazamientos le proporcionaron el agotamiento necesario para el papel de alguien que durante 127 horas vive la cuenta atrás hacia su muerte sin poder hacer nada para evitarla más que cortarse su propio brazo. "Danny, el director, me ayudó mucho porque un rodaje que iba a ser de tres meses y medio lo dejó en dos para que pudiera trabajar seis días a la semana y el séptimo ir a la universidad", recuerda.
Tanta entrega también le ha proporcionado numerosas críticas de las que en Hollywood nadie se libra. Frente a las fotos que circulan de otros actores, de sus borracheras, amores y escándalos, de Franco el momento más dañino para su imagen fue una instantánea sacada en una de sus clases universitarias donde se ve al actor dormir a pierna suelta. "Ni tan siquiera era una de mis clases obligatorias", comenta sin darle importancia. Otras críticas son más mordaces. La publicación de su primer libro de narraciones cortas, Palo Alto, fue recibida con comentarios extremadamente duros, tachado de pueril con una obra que según un crítico hace del también vilipendiado actor metido a escritor Ethan Hawke "un Herman Melville". Sus instalaciones artísticas tampoco han sido mejor recibidas, y en cuanto a su preparación académica, la duda anida entre sus propios compañeros de facultad, que recibieron con protestas la invitación que la UCLA extendió a Franco para inaugurar el curso como ponente de honor. Sus compañeros no le consideraban preparado para tan alto honor y el actor acabó rechazando la oferta alegando compromisos previos. De nuevo, impermeable. Como él mismo afirma, sus estudios de cine no producirán las mejores películas del mundo, pero le han hecho entender la figura del director y han hecho de él mejor actor. Y lo mismo con el resto de las disciplinas que practica. "Llevo, ¿qué?, ¿14 años trabajando como actor? Nunca antes como en estos últimos años he sentido tanta inspiración y estímulo como el que me ha llegado de los que me rodean. Uno puede tener más intereses que el cine. Y en eso me encuentro yo en este momento".
Los seguidores de James Franco también tienen otro interés en su vida: su orientación sexual. Franco lo dejó claro este año en la revista homosexual The Advocate: "Ni fumo marihuana ni soy gay". De ahí que se haya ganado el apodo del "heterosexual más gay del mundo". Proclive a las relaciones largas, antes con Marla Sokoloff y ahora con la también actriz Ahna O'Reilly, con quien lleva cinco años, ningún galán como Franco ha interpretado tantos papeles homosexuales o bisexuales en pantalla: Allen Ginsberg, James Dean o el novio de Harvey Milk, Scout Smith, entre otros. Incluso su papel en Los Superfumados destila energía homoerótica. Una vez más esa sonrisa perfecta que rasga sus ojos sirve de respuesta. "Alguien me ha dicho que cada vez se me ve más contento. Y es cierto. Supongo que además podría ayudar más a los demás y estoy colaborando con [el realizador] Paul Haggis para ayudar a la gente de Haití y trabajo con un grupo llamado Out of Elysium para hacérselo más fácil a los niños con discapacidades. Sí, soy feliz".
Razones no le faltan porque los proyectos se le acumulan. La clave está en hacer para la industria cinematográfica justo lo que le apetece ver en pantalla, como le dijo su amigo Seth Rogen. Ya está bien de ser el artista torturado. "Seth fue el primero que me dijo que la mejor manera de hacer cine es pasárselo bien", dice con esa máxima que ha hecho suya. Al éxito de 127 horas sumará en los próximos meses otro posible taquillazo en su biografía como Rise of the Apes, que explicaría el origen de otra franquicia millonaria como fue El planeta de los simios. Y también se habla de otro trabajo junto a Javier Bardem (con quien coincidió en el filme romántico Come, reza, ama) en la continuación de Lucha de titanes. Incluso se le ha visto comiendo con Tony Gilroy, encargado de relanzar la franquicia de Jason Bourne, lo que desató todo tipo de rumores con Franco como posible maestro del espionaje. Una carrera de grandes títulos que equilibrará con sus propios proyectos artísticos y universitarios totalmente independientes como la ya anunciada Maladies, que dirige su amigo Carter, y The Broken Tower, que realiza él mismo.
Danny Boyle suele describir 127 horas como la historia de un montañero roto que salió de este accidente hecho un hombre. Lo mismo podría decir de su actor, James Franco, alguien que llegó a los solitarios cañones de Utah con muchas dudas y salió hecho una estrella.
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