Donde las mujeres
Guardo el hilo que sobra de las agujas. Y los cordeles de las cajas. Y las cajas. Y las medias agujereadas, para colar el café. Y los vasitos de los yogures, para plantar semillas. Y los abrigos, porque las modas siempre vuelven". Este es un paradigmático fragmento de Delicadas, la feliz joint venture de Alfredo Sanzol y T de Teatre. Una enumeración que atrapa, en su aparente simplicidad, el aire de una época. Una forma de mirar, una forma de guardar. Delicadas es un álbum de fotos en blanco y negro que cobran vida y color. La rama materna de Sanzol, los veranos de Quintanavides. La abuela María Luisa, y la tía Ger, y la tía Guada, la tía Isabel, la tía Filo, la tía Trini, "a las que no dejaron ser delicadas". Y el tío Felipe, y el tío Clemen. Una biografía sentimental, impresionista: no los hechos sino sus ecos, sus perfumes. Todo lo que el niño Sanzol atrapó, de refilón, sin entender del todo, y que el Sanzol adulto evoca y reinventa. Delicadas muestra su propia poética en el episodio de la pintora de rosas, casi una sosias de Olga Sakharoff: "¿Cómo he llegado a saber que pinto la vida? Pintando el detalle. ¿Cómo llegar a pintar lo más importante? Siendo humilde y pintando lo que muchos creen que es lo menos importante".
'Delicadas' es un álbum de fotos en blanco y negro que cobran vida y color
Poquísimas compañías hacen lo que T de Teatre: buscar nuevas formas, encarar nuevos riesgos
Poquísimas compañías hacen lo que T de Teatre: buscar nuevas formas, encarar nuevos riesgos. Y encargar funciones a los autores que les gustan. Hará tres años le pidieron a Daulte una comedia de terror: Cómo puedo amarte tanto. El año pasado vieron Sí, pero no lo soy y le pidieron a Sanzol un nuevo ramillete de historias con la marca de la casa: humor agridulce, comprensivo, jovial y melancólico.
El espectáculo narra historias más allá del tiempo: la mayoría están ambientadas en la guerra y la posguerra (donde no hay, felizmente, fascistas de tebeo ni dulcísimos republicanos, sino gente, viva y contradictoria) aunque de repente dobla por una esquina la melodía de Los Picapiedra o se cuela un Facebook, último tablón de náufrago de un padre ávido de amor. Un universo muy navarro y muy burgalés, pero también catalanísimo (gracias a la espléndida traducción de Sergi Belbel), y más francés que Queneau (que sí) o tan inglés como las comedias de la Ealing. Un gran río cuyos afluentes se llaman Mihura, Azcona, Armiñán, Dubillard. Y Chéjov, claro está: no son "historias rurales", del mismo modo que no pensamos en "historias rurales" cuando leemos a Chéjov.
La escenografía de Alejandro Andújar y la luz eternizada de Albert Faura levantan el cielo de aquellos días azules: la infancia de Sanzol y la juventud de sus tías y abuelas. Sanzol es un joven maestro del relato breve y les ha servido a las T de Teatre los mejores dibujos femeninos de su carrera: reinas sin corona, mujeres que siempre dan el paso, que ríen y lloran al mismo tiempo, y parecen dibujadas, mano a mano, por Penagos y Valentí Castanys. Sus hombres son tímidos, solitarios, silenciosos: personajes de Junceda estilizados por Coll. Ellos son Albert Ribalta y Jordi Rico, recién incorporados a la compañía y, a juzgar por el resultado, cabe desear que por largo tiempo. Mujeres que cuentan, hombres que callan. La que habla con las rosas como si fueran cachorritos ("has tenido un bebé. ¿Sí o no? ¡Ay qué guapa! ¡Qué preciosa!") y el que dice, puro Pombo: "Me gusta quedarme dormido mientras hablan las mujeres. Es un arrullo muy sensual. Luego me despierto descansadísimo". Heroínas cotidianas, como la que pega en la pared un crucifijo con cemento para que no se lo lleven los milicianos y luego murmura: "¡Tanto trabajo para que ni lo hayan tocado!". Héroes absurdos, como el músico militar empecinado en deleitar a la familia de su novia con un solo de platillos. Presuntos monstruos de corazón tiernísimo, como el arnichesco Jacinto en el episodio del ratón. Sanzol tiene arquitectura, poesía, y un oído portentoso para el diálogo y la narración. Una de las cotas del espectáculo es el formidable relato de Margarita y el pescadero, que le valió a Carme Pla el primer gran aplauso de la noche, y que en castellano suena a García Pavón y en catalán a Pla, quizás para estar a juego con la actriz, igualmente arrolladora en el sketch del perro que cruza la vía y provoca, en una escalada de tensión, un vibrante carpe diem que la esposa dirige a su aterrorizado marido.
La otra cima es la magistral historia, en dos entregas, del romance (imposible resumir aquí toda su gama de giros y matices) entre Josefina Ochoa y el aviador Felipe Lecumberri, que envía a un fotógrafo para tener en el frente una foto suya, desnuda. El humor de la situación cubre y revela al mismo tiempo, progresivamente, el dramatismo del trasfondo. Àgata Roca, que siempre ha sido una cómica deliciosa, con una gracia finísima y una dulzura excepcional, clava el colofón, cuando pide que corten la foto a la altura del cuello, por si su imagen "llegara a caer en malas manos".
Sin duda que hay desigualdades entre los textos (imposible que no las haya, con 18 historias), pero predomina la sensación de maravilla, de pequeña joya pulida a mano. Todo está admirablemente medido y colocado por Sanzol: los gestos, las inflexiones, la emoción y los gags.
Me encanta, ya digo, el trabajo de Àgata Roca, y la bravura de Carme Pla, y la elegancia de Mamen Duch, que borda, sin una gota de almíbar, el doble rol de las abuelas que empiezan a perder la cabeza; y el humor contenido y efectivísimo de Rico y Ribalta, y la gozosa desenvoltura, muy a lo Mari Carmen Yepes, de Marta Pérez, que cierra la función, en bucle, con el precioso mensaje de la abuela a sus descendientes: "Guardo los corchos. Las gomas elásticas. Guardo los cuchillos sin mango para remover la tierra de los tiestos. Todo lo que tengo está aquí, para mis hijos y mis nietos. No hay satisfacción más grande que poder dejar alguna cosa después de lo que hemos pasado. Que lo tengan más fácil. Solo pido esto: que lo tengan más fácil que nosotros". Este es el teatro que a mí me gusta: popular y complejo, con magia, y a favor de la belleza. Que gire, por favor.
Delicadas, de Alfredo Sanzol. Teatre Poliorama. Barcelona. Hasta el 1 de agosto. www.teatrepoliorama.com.
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