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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Del Flamingo al parlamento

Diego A. Manrique

Benditos sean los placeres modestos: estoy disfrutando con Mod classics: 1964-1966 (BGP), recopilación de rarezas de Georgie Fame. No están Yeh yeh o Get away, primeros números uno del cantante y organista; sí aparecen sus versiones de Mose Allison, James Brown o Ray Charles. Escasas en originalidad, pero poderosas: si toleran las hipérboles, podría explicar cómo esa música contribuyó a derribar un Gobierno.

A principios de los sesenta, emergieron dos posibles candidatos a "sonido de Londres". Ambas tendencias tenían origen afroamericano, como si las antiguas colonias quisieran dar lecciones a la metrópoli; tras una posguerra miserable, los británicos necesitaban añadir sabor y ritmo a su vida diaria. La propuesta de Georgie Fame lucía irresistible: interpretaba soul, de Memphis y de Detroit, pero también standards, hard bop y ritmos latinos (El bandido se titulaba una de sus raras composiciones); incluso tocaba bluebeat, lo que ahora conocemos como ska. Su banda, los Blue Flames, usaba metales y contaba con instrumentistas negros. Exhibían pulcritud de jazzmen: trajes, corbatas, gafas, algún sombrero.

Tras las miserias de la posguerra, los británicos necesitaban añadir sabor y ritmo a su vida diaria

Los de la competencia eran más toscos, en apariencia y sonido. Machacaban rock and roll y blues eléctricos. De clase media, a veces estudiantes, pretendían pasar por aparceros de Misisipi emigrados a Chicago. El único instrumento de viento aceptado era la armónica; terminarían prescindiendo de los teclados.

Ambos clanes se cruzaban en el Soho, el pulmón libertino de Londres. Corría julio de 1962 cuando los Rolling Stones debutaban en el Marquee, en el 90 de Wardour Street. En el número 33 estaba el Flamingo, un sótano donde reinaba Georgie Fame con su órgano Hammond, comprado tras alucinar con los discos de Booker T. y Jimmy Smith.

El Flamingo intimidaba al público juvenil. Era parada obligada para hipsters negros: jamaicanos, nigerianos (¡Fela Kuti!) y soldados de bases estadounidenses que aprovechaban los horarios del antro, abierto hasta las seis de la mañana. También arrastraba a la fauna específica del Soho: trapicheros, delincuentes, prostitutas. Atraía igualmente a algunas inglesas que -ssssh- buscaban amantes negros.

Una de ellas era Christine Keeler. A los 17 años había tenido un hijo (que moriría a los pocos días) tras intimar con un sargento negro. El rechazo social la empujó al Soho, donde bailaba semidesnuda en un night-club con pretensiones. Cuando terminaba de trabajar, aparecía por el Flamingo, dispuesta a relajarse. La Keeler era generosa con su cuerpo. Demasiado para los posesivos jamaicanos: en aquel submundo, era señal de distinción tener "novias" blancas, que podían transformarse en rentables empleadas. Pero ella no necesitaba un proxeneta: sabía desenvolverse en las zonas oscuras del Reino Unido del primer ministro Harold Macmillan.

Los malentendidos estallaron en el Flamingo una noche de 1962. Chocaron dos compañeros de cama de Christine, ambos jamaicanos. Y ganó Johnny Edgecombe, que rajó la cara a Lucky Gordon, hermano de un músico que solía tocar con los Blue Flames. Ambos se sintieron humillados. Lucky envió a Christine las 17 grapas que le pusieron en el hospital, amenazando con desfigurarla. Edgecombe persiguió a la chica hasta la casa de su protector, el osteópata y pintor Stephen Ward; rechazado, disparó contra la puerta.

La policía investigó, con resultados funestos: un año después, tanto Keeler como sus dos "amigos" habían sido condenados a temporadas en la cárcel. Ward, procesado por "vivir de los beneficios de la prostitución", se suicidó -o fue eliminado- antes de darse a conocer su sentencia. Una bronca de los bajos fondos ascendió a crisis política: Christine había vivido aventuras sexuales simultáneas con un sospechoso "diplomático" de la embajada soviética, y con John Profumo, ministro de la Guerra. Profumo, que inicialmente mintió al Parlamento y al propio MacMillan sobre la naturaleza de su relación con la showgirl, dimitió. Atrapados con los pantalones bajados, los conservadores perdieron las elecciones de 1964; los laboristas volvieron al poder.

Tras el escándalo, se prohibió a los soldados estadounidenses acudir al Flamingo. Su hueco fue ocupado por unos críos, que se denominaban mods y que idolatraban a Georgie Fame. Pero se desencantaron: al igual que Graham Bond o Zoot Money, apenas componía temas propios, las canciones que reflejaran el momento y sus aceleradas posibilidades. Por ahí se colaron los Small Faces, The Who y muchos grupos guitarreros; el guapo Georgie derivó finalmente hacia vocalista convencional y se emparejó con una aristócrata. Christine Keeler no volvió al Flamingo.

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