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Columna
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Lo ordinario

Sin ánimo de polemizar: tendríamos que agradecer a ETA el asesinato de Carrero Blanco. Lo dijo el novelista Martin Amis en Granada y lo hizo con el soporte de un condicional -si eso permitió que tras la muerte de Franco se estableciera un régimen constitucional-. Podríamos discutir la validez de ese condicional hipotético, y habrá quienes aún consideren que ese asesinato fue crucial en la concatenación de hechos que abocaron a la implantación de un régimen democrático y los habrá que piensen que éste era resultado de otras variables y que se hubiera producido igual sin el crimen. La polémica puede resultar vacua, pero las palabras de Amis tienen la virtud de recordarnos una cuestión espinosa.

El asesinato de Carrero, cuando se produjo, no nos planteó ningún problema moral. Fue celebrado, vitoreado y simulado en fiestas y verbenas como un hito en la lucha contra un régimen despótico. Lo que se impuso en su valoración fue ese mismo condicional que ahora Amis nos viene a recordar. La mayor inmoralidad del objetivo -el régimen de Franco- imponía una ceguera moral sobre un acto que quedaba al margen de toda consideración de ese tipo. No quiero decir con esto que esa actitud fuera correcta; trato simplemente de recordarla. Vivíamos una situación extraordinaria.

Sé que la vida es fruto de una serie de azares y que fortuna e infortunio se nos dan en el seno de un marco que no solemos elegir. Actuamos en lo dado y nos ennoblecemos en lo dado, y es en su seno en donde podemos lograr que nuestras vidas sean o no valiosas. Y si no podemos elegir, sí al menos podemos desear y hacer que esos deseos orienten nuestros actos hacia una vida más digna de ser vivida que la que nos depara la realidad que nos ha tocado en suerte. Mis padres y mis abuelos vivieron una guerra espantosa, de la que yo me he librado, y ya por eso me considero más afortunado que ellos. Sin embargo, y pese a tanta fortuna, mi vida no ha conseguido escapar aún del ámbito de lo extraordinario, de esa urgencia épica inacabable que sitúa siempre su realización en un momento por venir. Las palabras de Amis me han recordado uno de esos momentos épicos, que para nosotros, los vascos, no fue de los últimos. Hemos seguido viviendo bajo la exigencia de lo extraordinario: el conflicto irresuelto, el retorno del origen, la construcción de la nación,... Y de verdad que ansío lo ordinario.

En su nombre, he recibido como otro paso más hacia su restablecimiento la elección de Patxi López como lehendakari, entre otras cosas porque nos promete el fin de la épica. En Gernika la sustituyó por la lírica, la lírica de la reconciliación y la diferencia. Me atrevo a sugerirle, sin embargo, que es de la novela de la que estamos necesitados los vascos, pues es ése el género de la ciudadanía. La vida que construye cada cual, tratando de hallar su plenitud en medio de las limitaciones, con libertad y criterio moral, y sin subordinarla a otro fin que el que a todos nos llega.

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