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Reportaje:

El otro Korda

La Habana estaba llena de tiendas lujosas y de night-clubes que echaban fuego hasta el amanecer cuando Studios Korda se trasladó a la esquina de 21 y N, a pocos metros del hotel Nacional, en el céntrico barrio del Vedado. Corría el año de 1956, y la zona era el corazón de la ciudad moderna y también de la bohemia más salvaje. En pocas manzanas se concentraban cines, teatros, clínicas privadas, bares, estudios de televisión, bufetes de abogados y garitos como El Gato Tuerto o el Habana 1900, donde cada noche había descargas de filin y de jazz.

Al final de la calle 21 estaba el restaurante Monseigneur, dominio en el que el gran Bola de Nieve amenizaba las comidas y cantaba aquello de "Vito Manuel, tú no sabe inglé". Justo delante de los nuevos estudios fotográficos Korda se construía el Capri, uno de los primeros hoteles cubanos, al servicio de un gran casino al frente del cual el actor norteamericano George Raft ejercería de relaciones públicas para la Mafia hasta que triunfó la revolución y se esfumó la clientela de turistas estadounidenses y ricos.

En 1954, Alberto Díaz Gutiérrez y su socio Luis Pierce habían abierto su primer estudio en la calle de O'Reilly, en La Habana Vieja. Pero el local estaba demasiado lejos de la ciudad elegante que se habían propuesto conquistar. La elección del nombre Korda tenía que ver también con aquel objetivo. El apellido Díaz era muy común en Cuba, y Alberto, que daba sus primeros pasos como fotógrafo de publicidad y moda, había visto un filme de los hermanos húngaros Alexander y Zoltan Korda. Los dos socios pensaron que Korda sonaba a Kodak y que sería fácil recordar un estudio llamado así.

Inclinado más a lo artístico que a lo puramente comercial, el establecimiento se hizo pronto con un espacio propio en aquella Habana elitista y sofisticada. Junto a los trabajos habituales de encargo, que asumía el estudio, Alberto Korda -y se quedaría con ese nombre para siempre- realizaba campañas publicitarias para marcas de prestigio como Revlon o el ron Bacardí. También hacía portadas de revistas y de discos de cantantes como Benny Moré, y publicaba reportajes de moda en la prensa más chic y en el suplemento La Mujer, que dirigía Madame Rié en el Diario de la Marina.

Su estilo, contemporáneo e innovador, y muy influido por el diseño y las tendencias norteamericanas de los años cincuenta, fue distinguiéndose hasta convertirse en una estética reconocible y cada vez más valorada. Un arte siempre ligado a la imagen de la mujer, pues Korda llegó a la fotografía debido a su pasión por la belleza femenina.

"Yo quería llegar a ser un famoso fotógrafo de modas porque de esa manera podría estar con las mujeres más hermosas de Cuba", confesó en la última entrevista que concedió a Marck Sanders, meses antes de morir en París, el 25 de mayo de 2001.

Korda quería ser el Richard Avedon cubano. Buscó en las mujeres su fuente de inspiración y la encontró. Julia, su primera esposa -y madre de su hija mayor, Diana, heredera de su obra-, fue una de sus primeras modelos. Y después, en 1957, llegó Norka, la modelo más importante de su carrera y con la que también se casó y tuvo dos hijos.

Hasta después del triunfo de la revolución, Korda publicó semanalmente en la revista Carteles fotorreportajes de jóvenes que acudían a su estudio atraídas por su fama. Los textos los escribía su amigo Guillermo Cabrera Infante, que firmaba bajo el seudónimo de G. Caín. Alberto ensayaba con aquellas caras y cuerpos. Y fue convirtiendo su adicción a las mujeres bellas en una estética y un estilo que, sin casi darse cuenta, luego reproduciría al retratar a los líderes revolucionarios.

Durante aquellos años, muchas modelos pasaron por Studios Korda. Ninguna se compenetró con él como Norka, mujer camaleónica a la que supo convertir en símbolo del espíritu de aquella época descocada y repleta de comodidades pequeñoburguesas.

Nat King Cole cantaba en Tropicana. En las calles de La Habana, los limpiabotas competían con los Cadillac y Oldsmobile de último modelo. Y mientras la pareja hacía publicidad para la casa de modas Marfell y los grandes almacenes Sánchez Mola, se acercaba la traca de fin de año y Errol Flynn se disponía a viajar a Palma Soriano para rodar una película en el oriente de Cuba.

En noviembre de 1958, Korda también viajó a Miami a la filmación de Millonario de ilusiones (A hole in the head), de Frank Capra, protagonizada por Frank Sinatra, que contó con la participación de Norka. El reportaje se llamó Korda, Norka, Capra y Sinatra con un hueco en la cabeza, y se publicó en la revista Carteles semanas antes de que Fidel Castro bajara victorioso de la Sierra Maestra.

Hasta aquel momento, jamás había trabajado como reportero ni el pueblo había sido foco de su obra. "Por el contrario, sus ambientes eran más bien elitistas", asegura Cristina Vives, amiga personal del fotógrafo y coeditora del libro Korda conocido desconocido.

Bola de Nieve. El bar Sloppy Joe's. Los talleres de alta costura de La Habana. Los coches deportivos que le apasionaban. Escenarios como el de los cabarés Parisién y Sans Souci. El estudio del fotógrafo Newton Estapé, con quien Alberto conoció el mundo de la farándula a principios de los cincuenta... La revolución irrumpió en la vida de Korda y cambió su historia personal, igual que la de millones de cubanos.

Junto a los fotógrafos Raúl Corrales, Osvaldo Salas y Roberto Salas, Korda es enviado a Caracas por el periódico Revolución a cubrir el primer viaje al exterior de Fidel Castro. En abril de ese mismo año vuelve a salir con el Comandante, esta vez a Estados Unidos, donde el líder cubano es recibido por el entonces vicepresidente Richard Nixon. Pronto la solvencia de Korda llamó la atención de Castro, y le pidió que le acompañara y documentara sus viajes, lo que hizo durante nueve años.

"Korda aplicó toda la experiencia de su trabajo de publicidad al nuevo centro de su obra; sustituyó a Norka por los líderes revolucionarios, pero utilizó el mismo lenguaje de la moda para construir y vender una imagen de contenido simbólico", opina Vives. La realidad que Korda atrapaba con su cámara se convertía muchas veces en otra cosa en el proceso de edición... "Editaba otra realidad, y la información original lograba transmitir nuevos significados y más poderosos".

Símbolos es lo que necesitaba la revolución triunfante. Y es lo que ocurrió con la famosa foto del Che Guevara. En abril de 1959, mientras Fidel Castro visitaba Nueva York, Raúl Corrales y Alberto fueron a ver a Richard Avedon a su estudio de Manhattan. Korda le enseñó varias fotos, de moda y de los líderes guerrilleros, y el maestro norteamericano le aconsejó: "Retrata la revolución".

Alberto Korda dijo siempre que hubo dos fotos que marcaron su vida. Una, la del Che, tomada el 5 de marzo de 1960, durante los funerales de las víctimas del sabotaje al vapor La Coubre, en La Habana. Es la imagen más reproducida de la historia de la fotografía moderna. La otra es una instantánea de febrero de 1959. La hizo cerca del poblado de Viñales, mientras realizaba un reportaje de turismo con Norka como modelo. En casa de unos campesinos muy pobres encontró a una niña que tenía como único juguete una muñeca de palo. "En ese momento decidió dedicar su vida y su obra a la revolución", recuerda Diana Díaz, su hija y administradora única de la obra de Korda.

Para Diana, la foto del Che, conocida mundialmente tras la muerte del guerrillero en 1967, fue una suerte y "un estigma". "Korda fue mucho más que el fotógrafo del Che y de la revolución. Los negativos sobre la revolución son sólo un 10% de su obra".

Studios Korda -al que entró como tercer fotógrafo Genovevo Vázquez y después José Alberto Figueroa- siguió funcionando como negocio privado hasta 1968. Al principio, Alberto siguió a Castro en sus frenéticas jornadas por Cuba y el mundo, y compaginó este trabajo con las fotos de sus mujeres adoradas. Pero poco a poco fueron cerrándose espacios, y su ideal de belleza elegante y sensual pasó de moda; buscó entonces a las milicianas en la plaza de la Revolución, pero siempre con un toque seductor, un anillo, unos labios pintados, una mueca cómplice en primer plano.

Alberto Korda en realidad nunca fue el fotógrafo oficial de Fidel Castro. Su relación personal con el líder cubano fue sólo de amistad. Según su hija, era "un electrón suelto, un espíritu libre", y por eso pudo hacer muchas fotos íntimas de Fidel que él mismo autocensuró y que hoy siguen siendo desconocidas.

El 13 de marzo de 1968, Castro anunció el inicio de la "ofensiva revolucionaria", que acabó con decenas de miles de pequeños negocios privados. Al día siguiente, Studios Korda fue confiscado por oficiales del Ministerio del Interior. "Pasaron 48 horas buscando pornografía, pero allí no había nada de eso", recuerda Figueroa. Encontraron, eso sí, una foto de una modelo desnuda con una metralleta en la cintura. Pero eso eran juegos de Korda.

El Estado convirtió el estudio en las oficinas de la Empresa de Servicios Menores del Sectorial Rampa, que dirigía por igual barberías que limpiabotas. Con la incautación se perdieron la mayor parte de los negativos de Studios Korda, salvo los 50.000 que formaban el archivo de la revolución, que pasaron a manos del Consejo de Estado. Korda se marchó y fundó el Departamento de Fotografía Subacuática de la Academia de Ciencias. Pasó 10 años fotografiando los fondos submarinos de su país, pero la mayor parte de esta obra también se extravió.

Dos veces perdió sus archivos. Y siguió adelante. "Por la revolución dejé atrás bellas mujeres y automóviles, pero no me arrepiento", confesó a Marck Sanders antes de morir de un infarto en 2001, a los 72 años, en París, mientras dormía la siesta en un sofá, junto a los restos de un trago de ron blanco y muy próximo a una joven cubana de 22 años. Fue enterrado en La Habana cinco días después. Fidel caminó junto a amigos comunes y preguntó: "Díganme, ¿cómo murió?". Le dieron detalles, y concluyó: "Ése era Korda".

'Korda conocido desconocido' está publicado por la editorial La Fábrica. La exposición puede verse en la Casa de América de Madrid desde el próximo jueves hasta el 25 de enero de 2009. www.lafabrica.com

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