Annie Leibovitz, cronista del poder y la fama
Un paseo por la National Portrait Gallery junto a la retratista de las estrellas
"Cuando la reina entró en el salón parecía un poco molesta, y enseguida supe que algo estaba pasando. Se acercó muy resuelta y me espetó: 'No tengo demasiado tiempo". Los personajes más famosos, ricos y poderosos del planeta harían cualquier cosa por merecer la atención de la lente de Annie Leibovitz, pero a la fotógrafa más famosa del planeta no le importa admitir que acometió "muy nerviosa" su sesión del año pasado con Isabel II. Y que incluso se arrugó ante los corsés impuestos por el palacio de Buckingham. Leibovitz rememoraba ayer aquel episodio -muy publicitado en su día porque la BBC sugirió un plante de la reina que nunca existió- durante la presentación en Londres de una exposición consagrada a su trabajo de los últimos 15 años, una simbiosis de imágenes entre su vida profesional y personal que la autora considera "mi mejor capítulo".
"Las imágenes familiares son lo más cercano a quien soy"
Contemplar la pose de una sensual Scarlett Johansson junto al testimonio gráfico de la grave enfermedad de Susan Sontag, quien fuera compañera de Leibovitz, resulta chocante a ojos del público. Quizá por ello la propia fotógrafa -y a pesar de su conocida reticencia a someterse al escrutinio de los medios- quiso defender personalmente el despliegue de centenar y medio de imágenes en la National Portrait Gallery: "No tengo dos vidas, sino una sola. Y tanto los retratos personales como los encargos (de revistas o publicidad) forman parte de la misma". El título de la muestra, La vida de una fotógrafa, 1990-2005, ya revela que se trata de un recorrido tanto por las fotografías que le han confirmado como maestra a la hora de escenificar la cultura de la imagen -Brad Pitt, Kate Moss, Johnny Deep o una Demi Moore embarazada son algunas de sus estrellas-, como por aquellos retazos que marcaran su singladura vital.
La muerte de Sontag, en diciembre de 2004, y la de su padre, unos meses más tarde, ejercieron de espoleta para que Leibovitz rebuscara en viejas cajas la colección privada de una figura muy pública. Esos negativos recuperados conforman "lo más cercano a quien soy de lo que he hecho nunca". Entre la profusión de imágenes del clan familiar, reflejo de su obsesión compulsiva por "documentar mi vida", ella destaca un retrato tomado de su madre septuagenaria, que adora por su simplicidad y el hecho de que la escena "no proyecte la presencia de la cámara". A sus progenitores no les gustó la foto, reflejo de los estragos de la edad, pero el espectador detecta en ésta un "alma" de la que quizá carece el precioso posado de la modelo Cindy Crawford.
A sus 59 años, Leibovitz admite que su tardío papel de madre (tiene tres hijas, la primera fue fruto de un donante de esperma, y las gemelas, concebidas por una madre de alquiler) le ha forzado a relajar su agenda y a perfilar su papel, que "no es el de una fotógrafa, sino el de una artista conceptual que utiliza -subraya el verbo- la fotografía". Alega no soportar hoy la presión de idear una portada, "que te fuerza a vender una revista", aunque nunca reniega de sus famosas criaturas. Plasmar la coreografía de Baryshnikov le supuso tres semanas de deleite artístico en una playa de Georgia. Inmortalizar el Gabinete de George W. Bush, poco después del 11-S, le procuró humildad: "No creo que sea una buena fotografía. Querían abrir las puertas de la Casa Blanca al público, pero entonces no sabíamos que estaban planeando una guerra [Irak]".
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