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Entrevista:EN PORTADA | Entrevista

Sicilia, tierra cansada

Guillermo Altares

Cuando uno es invitado a comer a su casa por la escritora siciliana viva más importante, descendiente de una familia noble de Agrigento y afincada en Londres desde los años setenta, espera un desfile de esos manjares que resumen la historia de la isla más grande del Mediterráneo: spaghetti con sardinas, involtini de pez espada, caponata (una especie de pisto de berenjenas y tomate). Sin embargo, las décadas de nieblas y frío se notan, y Simonetta Agnello Hornby (Palermo, 1945) llena la mesa de eso que los británicos llaman comida y el resto de la humanidad, alimentación de supervivencia. Pero el roast beef es la única decepción que sufre el visitante durante su encuentro con la autora de las novelas La Mennulara, La tía marquesa y Boca sellada, que acaba de aparecer en España editada por Tusquets. Agnello Hornby es como su trilogía siciliana: inteligente y sorprendente, una persona que lucha contra los tópicos y dispuesta a enfrentarse a verdades dolorosas sin pestañear, una novelista que ha sido capaz de adoptar una mirada a la vez crítica y cercana sobre el mundo del que viene: la aristocracia siciliana.

"Tuve que mirar dentro de mí misma, buscar la Mafia en mí, que está ahí. Lo que es doloroso"
"Lo impregna todo... Cuando pones perfume en una habitación, o mal olor en este caso, está en todas partes"
"Tuve una infancia muy extraña. Nadie trabajó en mi familia. Es difícil de explicar: no entendía qué eran los festivos"
"Lampedusa se basó en la única gente que conocía, los aristócratas. Su novela es una generalización y es indolente"
"La auténtica naturaleza de los sicilianos está en Oriente Próximo. Me encuentro completamente en casa en el mundo árabe"
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Abogada especialista en niños en uno de los barrios más duros de Londres, Brixton, y una importante jurista en el Reino Unido -llegó a presidir el Tribunal Especial de Menores durante ocho años-, Agnello Hornby empezó a escribir a los 55 años gracias a un retraso que le dejó tirada en el aeropuerto de Roma. De aquella larga estancia en Fiumicino nació La Mennulara, una historia de tintes policiacos sobre una mal avenida familia siciliana y su ama de llaves, ambientada en los años sesenta. El libro se convirtió en un éxito mundial, con cientos de miles de ejemplares vendidos en 18 idiomas. Luego siguieron La tía marquesa, una novela clásica basada en una antepasada, una mujer rechazada por su familia y atrapada en un matrimonio desgraciado, ambientada en la Italia decimonónica, que transcurre prácticamente en los mismos años que los dos clásicos de la literatura de la isla: El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y Los virreyes, de Federico de Roberto, una joya de la literatura italiana, que está a punto de reeditar Acantilado (Agnello Hornby considera, al igual que Leonardo Sciascia, que es la mejor novela sobre la isla). Acaba de cerrar la trilogía con Boca sellada, otro relato sobre la familia y el desamor, aunque en este caso está ambientado en la Sicilia actual, un lugar al que llegan inmigrantes en vez de irse. Son libros que saben jugar con los tópicos sin caer en ellos, que no decepcionan a los amantes de la isla (hay Mafia, familias decadentes, palacios herrumbrosos, almendros, odios, campesinos y bandidos); pero que van mucho más allá del Mediterráneo. Son obras que reflejan una vida rica y difícil, de una mujer que se casó y se divorció muy joven, se instaló en el Reino Unido y escogió dedicarse a un oficio muy duro, abogada de menores en barrios desfavorecidos, un lugar al que llegan constantemente casos terribles.

Agnello Hornby es una mujer atractiva, divertida, clara, rotunda e irónica en sus opiniones, que rara vez coinciden con lo que uno espera de una noble siciliana, tan crítica como orgullosa de sus orígenes. Habla perfectamente inglés, italiano y francés -los tres idiomas que se mezclan en su desordenada biblioteca-, le apasiona viajar y considera que la fama que conlleva haberse convertido en una escritora importante es un molesto engorro del que trata de librarse con la mayor dignidad posible. Su agradable piso del centro de Londres, a cuatro pasos de la estación Victoria, está lleno de fotos de sus dos hijos y sus cuatro nietos. Como no podía ser de otra forma, el primer tema de conversación es la Mafia. Agnello Hornby recuerda un artículo que publicó en julio de 2005 en el magazine del Financial Times. Su título lo dice todo: The fear lives on (El miedo continúa).

"El editor, que es un amigo, me pidió que escribiese sobre mis propias experiencias con la Mafia. Y tuve que mirar dentro de mí misma, buscar la Mafia en mí, que está ahí. Lo que es doloroso. Llamamos mafiositá a la cultura de la Mafia. Hace unos años, en Sicilia, tenía en brazos a mi nieto pequeño, de unos seis meses, y tocó algo y se cortó. Sus padres no estaban: mi reacción inmediata fue llamar a un amigo y preguntarle a quién conocía en el hospital. Luego vino mi hermana y me dijo que las urgencias funcionaban perfectamente. Le llevamos al doctor y todo fue bien. La Mafia crece cuando el Estado fracasa en su responsabilidad de proveer servicios. Si vas a un hospital en Sicilia lo primero que se te pasa por la cabeza es a quién conoces. Yo jamás pensé que iba a tener esa reacción".

En sus libros, sobre todo en La Mennulara, la Cosa Nostra es una presencia fantasmal, pero muy poderosa: apenas se ve, pero está en todas partes. La aparición de un padrino en una misa hace que un parroquiano se mee literalmente en los pantalones. "Siempre es así... Lo impregna todo... Cuando pones perfume en una habitación, o mal olor en este caso, está en todas partes". Desde que se fue a vivir a Londres -lo cual no quiere decir que abandonase la isla, porque allí vive su hermana, que ha convertido la casona familiar cercana a Agrigento en un agroturismo, y sigue viajando mucho, tanto que considera que sus hijos tienen la doble cultura-, los tiempos han cambiado mucho pero la Mafia no. Ha sabido transformarse para mantener su poder, esconderse para seguir presente y eso es algo que se percibe en el trasfondo de Boca sellada. "La Mafia es una organización muy inteligente, extraordinariamente hábil. Se adapta. Al principio era dirigida por gente muy poco cultivada, pero luego los mafiosos que tienen mi edad enviaron a sus hijos a buenas escuelas y se convirtieron en profesionales. Ahora tienen el mismo aspecto que nosotros, mientras que antes parecían campesinos... Son indistinguibles. Les gusta estar cerca del poder político, aunque no tenerlo directamente en sus manos porque ese poder va y viene, pero si controlas todos los gobiernos es mucho mejor. Les gusta el poder más que el dinero, que también les gusta, no nos engañemos. Tenemos un proverbio en Sicilia que dice 'tener poder es mejor que hacer el amor' y es el único lugar en el que he visto un dicho como éste. No es precisamente muy sexy... Una característica de la Mafia es su profunda relación con el territorio... Todos los sicilianos tenemos esa relación, pero es curioso cómo los más poderosos jefes de la Mafia, como Provenzano, prefirieron quedarse en su territorio, aunque fuese en circunstancias muy incómodas".

"Nada puede cambiar a no ser que sea por la voluntad del Estado, si las cosas funcionasen bien en Sicilia la Mafia no podría existir", prosigue. "Necesitamos un lugar en el que puedas encontrar un trabajo sin contactos, en el que vayas a una oficina y el empleado cumpla con su deber, necesitamos un sistema en el que no haya corrupción. En enero estaba hablando con amigos en Sicilia y en un momento dado dije, y tal vez no debí hacerlo, 'todos vuestros hijos, que son brillantes profesionales, han conseguido trabajos a través de los contactos familiares o de los contactos políticos'. Y se produjo un tremendo silencio. Estamos hablando de ingenieros, de altos profesionales, de abogados que en la Sicilia de hoy no encuentran trabajo si no es a través de contactos. Eso es Mafia. Es la mafiositá".

Su trilogía siciliana, escrita en apenas seis años, toca tres periodos muy diferentes: el siglo XIX y la decadencia de una clase social, la aristocracia borbónica, los años sesenta del siglo pasado con la decadencia completada, aunque la nobleza sigue agarrada a lo que fue, y el presente, un mundo moderno, al que por fin ha llegado Europa, pero que en algunos momentos sigue anclado en el universo lampedusiano. Pero hay dos temas que se repiten de forma constante: la familia, muchas veces como un espacio en el que se producen situaciones terribles, y el amor, generalmente desdichado. "¿Por qué la familia y el amor? Porque es la vida, mi vida. Me gusta la familia, soy abogada de familia. Creo que soy una persona feliz, tengo problemas, pero amo la vida, he pasado por muchas dificultades, pero la vida es así. El mensaje que trato de transmitir es que nada es blanco o negro, y también que pueden ocurrir cosas terribles, como el incesto, que aparece en Boca sellada. En mi vida, a causa de mi trabajo, he visto cosas horribles. La familia de La Mennulara en el fondo es muy normal, porque cuando miras a fondo cualquier familia aparecen estas cosas. Mi madre, que es mi mejor editora, censora y lectora, cuando terminé La tía marquesa me dijo: 'Es una historia terrible, ¿no puedes hacerla un poco más feliz?'. Le respondí que no. Y me dijo: '¿Los Agnellos son realmente tan malos?' (risas). Cuando te introduces en una familia son todas horribles, pero nos olvidamos. Es en lo que nos ha convertido la vida. Toda familia tiene sus secretos, sus dramas...".

Pero los dramas familiares que aparecen en su obra no están tomados sólo de Sicilia, sino que, camuflados, emergen los casos que ha tratado en su vida de jurista. "En La Mennulara, por ejemplo, la violación es algo a lo que me he enfrentado muchas veces a través de mis pequeños clientes. Fue algo fácil de escribir, horrible, pero fácil. En La tía marquesa la escena de violencia de la madre hacia su hija es algo que me habían descrito personas que lo habían sufrido. Mi trabajo está allí, tiene que estar allí. No sabe usted la cantidad de veces que me he enfrentado a matrimonios infelices no consumados en la clase media inglesa. Tengo una enorme experiencia de esas cosas, es mi trabajo".

Sin embargo, resulta difícil que la conversación permanezca mucho tiempo fuera del Mediterráneo. Al final, las palabras regresan al lugar en el que nacen sus libros, la isla y su infancia.

Simonetta Agnello Hornby nació en 1945, al final de la II Guerra Mundial (aunque en Sicilia el conflicto acabó en 1943, con el desembarco aliado, dejando paso a un mundo de profunda pobreza, de bandidos y convulsiones sociales, en el que la Mafia creció como una hidra). El escenario de su infancia es Agrigento, una ciudad del centro-sur de la isla, actualmente conocida por el Valle de los Templos (un conjunto de monumentos helénicos Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), pero en aquellos años de pobreza era una tierra de minas de azufre y Mafia despiadada. El medio en el que creció era la baja nobleza siciliana. "Tuve una infancia muy extraña. No fui al colegio hasta los 11 años porque mi padre decidió vivir en Agrigento, que es la ciudad de mi madre, mientras que el resto de la familia vivía en Palermo. Estábamos aislados y éramos la familia prominente. Veíamos a otra gente pero, nosotros, los niños, no nos mezclábamos con ellos. Tuve una niñera húngara. Un profesor venía todas las mañanas una hora y media. Y pasaba el resto del día jugando, pintando. En verano venía toda la familia. Recuerdo que una vez me chocó que una amiga de mi madre fuese llamada 'señora' porque toda la gente que conocía tenía un título. Es extraño. Nadie trabajó en mi familia. Leía libros sobre gente cuyos padres trabajaban y no sabía lo que significaba. Es difícil de explicar: no entendía qué eran los festivos. Los días eran todos iguales. Había muchos miedos, porque estaba Giuliano y los bandidos. Mi padre era un hombre muy interesante. Fue un marido realmente muy malo y tampoco puedo decir que fuese un buen padre, pero le queríamos. Era un igualitario, no estaba a gusto en su posición: no podía trabajar, porque los hijos de los barones no trabajaban, no quería hijos ni quería casarse, pero se casó porque amaba a mi madre. Nacimos porque a mi madre le dijeron que no iba a poder tener hijos. Y siempre nos dijo que teníamos que trabajar, parece normal, pero decírselo a una hija en aquel mundo era extraordinario. Nos pidió que no nos casásemos nunca y que no tuviésemos hijos. Su teoría es que pertenecíamos a una clase destinada a desaparecer, que había demasiados habitantes en el mundo, que no tenía sentido reproducirse. Realmente nos quería. Tenía esa vida en la que nadie trabajaba, esa extraña infancia. Cuando estábamos en el campo nos dejaba jugar con los hijos de los campesinos y nos obligó a hablar siciliano. Tuvo problemas con la Mafia, que estaba allí todo el tiempo".

Es inevitable que El Gatopardo, el clásico entre los clásicos sobre Sicilia, publicado hace 50 años y convertido en película por Visconti, que creó una de las obras cumbre del cine europeo, aparezca en la conversación. De pequeña, Agnello Hornby conoció a Giuseppe Tomasi de Lampedusa, que era amigo de un tío abuelo suyo -"si conocer es decir 'buenos días príncipe, buenas noches príncipe', puedo decir que le conocí", afirma-. Sin embargo, esta escritora se muestra muy dura con El Gatopardo, un libro con el que parece mantener una relación de amor / odio y al que pertenece este fragmento: "En Sicilia no importa hacer mal o bien: el pecado que nosotros los sicilianos no perdonamos nunca es simplemente el de 'hacer'. Somos viejos

... muy viejos. Hace por lo menos 25 siglos que llevamos sobre los hombros el peso de magníficas civilizaciones heterogéneas, todas venidas de fuera, ninguna germinada entre nosotros, ninguna con la que nosotros hayamos entonado. Somos blancos, como lo es usted y como la reina de Inglaterra; sin embargo, desde hace dos mil quinientos años somos colonia. No lo digo lamentándome: la culpa es nuestra. Pero estamos cansados y vacíos. (...) El sueño, querido Chevalley, el sueño es lo que más desean los sicilianos y siempre odiarán a quien les despierte".

Preguntada por este pasaje, uno de los más célebres del libro, responde (no sin antes hacer una excursión al horno, que la aleja por unos momentos a miles de kilómetros del Mediterráneo hasta el roast beef). "Tiene razón: somos una nación muy cansada. He leído El Gatopardo varias veces, creo que está bien escrito y que permanecerá como uno de los grandes libros italianos del siglo XX, pero no el mayor. Con el tiempo, algunos libros se desinflan... Lampedusa se basó en la única gente que conocía, los aristócratas, aunque los únicos en Sicilia que miran hacia el futuro son los mafiosos. Esta novela es una generalización y es indolente".

PREGUNTA. ¿Pero no cree que este pasaje contiene muchas de las claves de Sicilia?

RESPUESTA. Creo que se han dicho muchas tonterías sobre el pasado griego de Sicilia. Si uno va a Grecia, ¿piensa alguna vez en la cultura clásica? No, ha desaparecido... Creo que la auténtica naturaleza de los sicilianos, los sicani, está en Oriente Próximo. Me encuentro completamente en casa en el mundo árabe. Los griegos fueron colonias, que estaban en la costa. Nunca hubo granjeros griegos. Los sicilianos somos gente de tierra, somos campesinos, de secano. Los griegos no llegaron al interior. Creo que el auténtico periodo siciliano es bizantino.

P. ¿Y los normandos, que en la Edad Media crearon un reino que, mezclando el mundo musulmán y el cristiano, se convirtió en una de las culturas más fascinantes de Europa?

R. Estoy hablando de la gente. Los bizantinos realmente vivieron allí y tenemos sangre bizantina. Los normandos vinieron y crearon una cultura maravillosa, pero se limitó a Palermo. Nunca fuimos realmente conquistados por ellos. Las civilizaciones que nos dominaron nos transmitieron el sentimiento de que éramos una colonia, y también nos dieron un sentimiento de pasividad, algo que ocurre con otros pueblos que han sido dominados.

P. Y luego vinieron los españoles, que acabaron de fastidiarlo todo...

R. Y luego llegaron ustedes, efectivamente. En realidad, nunca nos quisieron. El rey sólo vino una vez, en el siglo XVIII. Yo vengo de la aristocracia, que es lo peor en todas partes, pero aquí es el doble de mala. Porque tenemos la aristocracia y además el feudalismo, con lo que desempeñábamos un papel en la estructura de poder. Vivían sólo de la pompa. Mi familia es borbónica y es un tema sobre el que he leído mucho. La tragedia es que hay mucho escrito sobre Sicilia, pero la inmensa mayoría ha sido por extranjeros, no por sicilianos. Tiene que haber una razón. El verdadero desastre para Sicilia fue la conquista por parte de los italianos y Garibaldi, porque coincidió con el principio de la Mafia tras la abolición de los feudos. Lo que ocurrió es que, en el feudalismo, los dueños de la tierra se ocuparon de mantener el orden. Había un sistema de justicia e incluso mandaban a la gente a prisión. Y, a causa de que eran unos vagos o estaban en Palermo esperando al rey que nunca venía, transfirieron el poder a los capataces. En 1812, con la nueva Constitución y la abolición del feudalismo, pudieron vender las tierras. Pero los capataces ya no tenían el poder institucional así que tuvieron que buscar nuevos poderes al margen del Estado. Con mucha inteligencia ayudaron a los luchadores por la unidad de Italia y les proporcionaron transporte y traductores. Cuando vino Garibaldi, confió en ellos para la creación de un sistema político e institucional. La Mafia ya controlaba el Gobierno, desde el nacimiento de Italia... Lo que ocurre con Forza Italia es un déjà vu...

P. O sea, que todo tiene que cambiar para que todo siga siendo lo mismo...

R. Es una tontería de Lampedusa, aunque sea un buen aforismo. Es sentido común. Era un hombre muy desagradable, que trataba a la gente que no perteneciese a la aristocracia como inferior y eso es algo que no puedo aceptar. No trabajó un solo día en toda su vida. Pero hay una cosa que me molesta especialmente, que creo que aparece en la biografía de David Gilmour (El último Gatopardo, publicada en España por Siruela): Lampedusa, después de la guerra, fue nombrado presidente de la Cruz Roja en Sicilia. Y no hizo nada. Eso es algo que no puedo perdonar a nadie. Sicilia era muy pobre después de la II Guerra Mundial y, a pesar de estar muy bien pagado, no hizo nada.

Después de comer, Agnello Hornby enciende una pipa y ofrece un estupendo café, espeso y contundente. Habla de sus amigos londinenses, de cómo ha cambiado la ciudad desde los atentados del 7-J de 2005, de Brixton, el principal barrio del sur de Londres, de población mayoritariamente de origen caribeño, de las revueltas de los años setenta, durante las que fue destruido su despacho. Relata con humor -es una narradora estupenda, tanto cuando habla como cuando escribe- los cambios que ha padecido desde que se convirtió en una escritora famosa y muestra en el ordenador el principio de su nuevo libro, escrito en inglés y ambientado en Londres: su título es There's nothing wrong with it (no hay nada malo en ello) y habla de abusos a menores. La tarde sigue lluviosa y por las ventanas entra la luz agotada de la primavera londinense. Sicilia parece muy lejana. Pero la fuerza y la ironía, la inagotable lucha con la historia y las tradiciones que Simonetta Agnello Hornby transmite arrastra sus palabras hasta esa tierra cansada del sur de Europa. Pero por eso ella no es lampedusiana: porque ha luchado toda su vida para despertar del sueño y enfrentarse a la realidad. Su trilogía, su propia vida, su discurso son una prueba de que lo ha conseguido.

Boca sellada. Simonetta Agnello Hornby. Traducción de Carlos Gumpert. Tusquets. Barcelona, 2008. 313 páginas. 19 euros. La Mennulara. Tusquets, 2003. La Magrana, 2003 (en catalán). Círculo de Lectores, 2004. Quinteto, 2006. La tía marquesa. Tusquets, 2006. Círculo de Lectores, 2006.

La escritora siciliana Simonetta Agnello Hornby, de quien se publica en España su novela <i>Boca sellada,</i> posa en su casa de Londres a finales del pasado mes de abril.
La escritora siciliana Simonetta Agnello Hornby, de quien se publica en España su novela Boca sellada, posa en su casa de Londres a finales del pasado mes de abril.LUIS MAGÁN

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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