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EN PORTADA | Perfil

El paisaje moral de Andrea Camilleri

Carlos Arribas

Sicilia es fea, sucia. Sus ciudades son el fruto de la especulación, de los manejos mafiosos, de la destrucción del patrimonio. El sol, la naturaleza, su luz cegadora sólo trae calor, un calor inaguantable para los habitantes de la isla, que huyen como pueden. Los coches invaden el territorio por carreteras malditas que conducen siempre lejos del destino deseado. El cielo, el escenario oscuro en el que se desarrollan tenebrosas tormentas que atormentan el sueño agitado, sudoroso, del comisario Montalbano. El mar no es más que una piscina en la que Salvo Montalbano deshace su melancolía dando brazadas todas las mañanas, o, también, una despensa, la cueva de la que surgen los pulpitos tiernísimos, los salmonetes que hacen llorar de gozo al protagonista de gran parte de las novelas de Camilleri, al hombre a través de cuyos ojos el escritor siciliano nos traza, línea a línea, el paisaje moral de su isla.

En 'Il campo del vasaio', más sombrío que nunca, profundiza en esa descripción interna, fea, de la Sicilia que él vio transformarse
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Sicilia, tierra cansada

En la última entrega de las andanzas de Montalbano, Il campo del vasaio, el hallazgo de un cadáver despedazado en 30 trozos, como las monedas de la traición de Judas, en un gredal maligno, pútrido y pantanoso, un cementerio de arcilla, le sirve a un Camilleri-Montalbano más sombrío que nunca, más estupefacto y pesimista, para profundizar en esa descripción interna, fea, de la Sicilia que él vio transformarse desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la alianza de la Iglesia, los terratenientes y la Mafia bajo el paraguas de la Democracia Cristiana, hasta convertirse en el campo de la traición. Sicilia, tan desmedida, como el pobre Catarella, bruto como un arado, sensible como una Magdalena, el último mono en la comisaría, tan tierna como él, también. Al final de la novela se sabe que lo que aparentaba ser un asesinato ritual de la Mafia no era más que una tapadera para un crimen pasional, para una historia de cuernos. Se cierra el círculo, entonces.

Un círculo que quizás se abrió en el mes de julio de 1943.

Andrea Camilleri tiene entonces 18 años y para huir de los bombardeos aliados sobre su ciudad, Porto Empedocle (la Vigata de Montalbano) y Agrigento (Montelusa), las bombas que tanto le fascinan durante las noches prohibidas de La Pensión Eva (Salamandra, 2008), se refugia con su madre en la casa de un pariente de Serradifalco, en la montaña. Su padre se queda en Porto Empedocle, aislado de su familia. Un día de julio, al joven Camilleri le despierta el silencio. Los alemanes han huido. Los americanos han desembarcado, están conquistando la isla. Preocupado por su padre, del que no tienen noticias desde hace meses, Camilleri coge una bicicleta, una Montante, fabricada precisamente en Serradifalco por Calogero Montante, ex ciclista profesional siciliano, y se lanza hacia Porto Empedocle por carreteras inexistentes, por calzadas destrozadas por los bombardeos, llenas de metralla, de restos de carros de combate carbonizados, y en sentido contrario a las tropas norteamericanas, que avanzan sin encontrar resistencia comandadas por el general Patton. Camilleri parte acompañado de su primo Alfredo, que se raja ante las dificultades, y prosigue solo, domando en soledad, como los campeones ciclistas, la naturaleza y la carretera hostiles. De la boca de un tanque desventrado surge el cuerpo muerto de un soldado italiano boca abajo. La camisa del soldado, por efecto de la gravedad, cae hacia tierra, cubriéndole la cabeza. De su bolsillo ha caído al suelo un mazo de cartas no enviadas que el joven Andrea recoge con la intención de mandárselas a su familia. Pero el hombre que dedicará el resto de su vida a contar historias no lo hace, hablaban de una traición conyugal, no era el caso, explicó 60 años después. Aún las conserva. No así la bicicleta, la Montante, que le llevó hasta su padre, que estaba perfectamente bien, sin sufrir ni un solo pinchazo durante los 55 kilómetros de ida, de veloz descenso hacia el mar por caminos imposibles, ni en la vuelta. La bici no era suya, pero el fabricante, Montante, le ha regalado una réplica, casi idéntica, de aquel modelo Kalos. En agradecimiento a la montura que tan bien le trató entonces, el viejo Camilleri, ya a punto de cumplir 83 años y sumergido en periodo de fecunda creación, ha escrito el prólogo a un opúsculo, La volata de Calò, que cuenta la historia de aquel ciclista que empezó a fabricar bicicletas en un lugar tan inhóspito como la Sicilia interior.

En agradecimiento a la bicicleta como objeto de libertad y autonomía, también, a la bicicleta que simbolizó en la segunda posguerra la reconstrucción italiana, física y moral. Pocos meses después de aquel viaje iniciático de Camilleri, en octubre de 1943, en la Toscana ocupada por las tropas nazis, Gino Bartali efectuó una serie de viajes maratonianos entre Florencia y Perugia, más de 380 kilómetros diarios de ida y vuelta, portando escondidos, dentro de los tubos de su bicicleta, documentos que salvarían la vida de decenas de judíos. Bartali sería después una de las figuras del Giro. Su mito se creó con las retransmisiones radiofónicas, con las narraciones del Giro que también Camilleri escuchaba. El Giro cambió también el paisaje físico de la isla: su llegada significaba la reconstrucción de los puentes, el asfaltado de los caminos, el progreso.

De Serradifalco, tierra de minas de azufre y latifundio, a Agrigento, a la Montelusa en la que Montalbano nunca visita los templos griegos, su perspectiva más hermosa, la única, la carretera actual baja serpenteando entre un paisaje duro y desolado, polvoriento, de rocas quemadas. En la Sicilia interior, como en Castilla, un árbol es un tesoro. Camilleri, que habita en Roma, lo contó el domingo pasado por la RAI durante la retransmisión del Giro. "Mi viaje en bicicleta fue un viaje hacia la libertad, una reconquista. Según me acercaba al mar me iba desnudando. No era por el calor, era porque al fin podía sentirme libre" -

Obras recientes de Andrea Camilleri en España: La pensión Eva (Salamandra), La ópera Vigata (Destino) y en edición de bolsillo La peciencia de la araña, El miedo de Montalbano y La forma del agua (Quinteto).

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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