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Adela Cortina | ENTREVISTA

"El primer mandamiento es no dañar"

En la larga historia de la Academia de Ciencias Morales y Políticas (que nació hace siglo y medio) jamás se había sentado una mujer, hasta que lo haga Adela Cortina, catedrática de Ética, nacida en Valencia en 1947. Fue elegida otra mujer, Gloria Begué (jurista que llegó a vicepresidenta del Constitucional), pero no leyó su discurso cuando debía, así que dejó el récord (porque ella sí va a leer el discurso, "faltaba más") para esta mujer menuda que llega a la entrevista vestida de negro absoluto, aunque sobre sus hombros huesudos y pertinaces luce una chaqueta de color fucsia que se pone para las fotografías. Adela Cortina es autora de numerosos libros sobre ética, entre ellos uno sobre ética del consumo y otro de ética para empresarios; así, a primera vista, daría la impresión de que va a hablar con sosiego, es decir, en voz baja, de las cosas que le perturban y le apasionan, pero a medida que transcurre la conversación en la sala presidencial del Círculo de Bellas Artes de Madrid se va convirtiendo en una militante de la ética de no dañar; porque ése es su leitmotiv: nos dañamos, nos dañamos mucho, y no sólo nos dañamos con lo que hace sangre, con la guerra, a la que ella se opuso y se opone, sino que nos dañamos muchísimo con la palabra. Viene de una educación que combina lo español con lo germánico, tiene maestros cuyos nombres subraya en la entrevista como si les estuviera enviando mensajes de gratitud, pero de esa educación mixta germano-española extrae noticias que le ayudan a reflexionar sobre las actitudes sociales respecto a la memoria colectiva sobre los daños pasados. Detrás de este rostro que trata de convencer y de persuadir está también un carácter cristiano, que tiene la certeza de Dios, pero también la evidencia de que el gran misterio de su existencia es el Mal. Además del daño, le preocupa la falta de amistad, la falta de cordialidad. Todo ello lo va contando con pasión, como si acabara de ver una película que le ha dejado francamente turbada. Al final de la conversación dijo que era feliz.

"Nuestra sociedad debe cultivar la amistad cívica para alcanzar metas"
"En España, la gente se mira como enemigos me parece terrible"
"Los periodistas dais demasiada cancha a los políticos"

¿Cómo le ha sentado la honra de llegar a la Academia? La verdad es que me ha alegrado muchísimo; por una parte, por el hecho de entrar en una academia en la que hay gente de un nivel intelectual, humano y práctico enorme, ¡los académicos son una gente impresionante!, y luego por ser la primera mujer, claro; eso parece que sienta un poco de historia.

Lo que revela es que los académicos han tardado mucho tiempo… Se eligió a una señora, Gloria Begué, pero pasaron cinco años sin que leyera el discurso de ingreso y, por tanto, ahora la plaza la ocupa otra persona. En las ocho reales academias existentes hay 12 mujeres ahora. En la de Ciencias Morales y Políticas seré la primera. Esa ausencia responde a toda una mentalidad general, no es sólo de los académicos. No se piensa en las mujeres habitualmente, eso es evidente.

En la campaña electoral, Felipe González dijo que un país que prescinde del 50% de su talento va muy mal. Sí, pero no sólo ocurre en España. Esto es algo que está bastante extendido. A mí siempre me ha sorprendido que en Alemania, un país al que le tengo bastante afición por razones filosóficas, hay muy pocas catedráticas. Yo te diría que aún menos que en España. Y eso que tienen una mujer presidenta, Angela Merkel.

¿Se ha sentido usted excluida? Como mujer, jamás. Yo comprendo que hay muchas mujeres que se han sentido excluidas, pero yo, por el hecho de ser mujer, no me he sentido excluida jamás. Nunca he sido relegada por ser mujer; ni en la facultad, ni en ningún lugar. Las cosas no me han ido mal. He sentido bastante aprecio en el entorno en el que me he movido. Ahora bien, que aquí hayan pasado 150 años para que una mujer entre en una academia sí es indicativo de toda una mentalidad.

Usted no se ha sentido excluida, pero la evidencia dice que la sociedad trata a la mujer a patadas, muchas veces literalmente. Lo que hay, sobre todo, es una desigualdad de oportunidades en el punto de partida. En efecto, se sigue pensando que la mujer se tiene que seguir ocupando de la casa, de los hijos, etcétera, y que el varón se tiene que ocupar de lo otro. Y entonces a las mujeres siempre se les ha adjudicado el famoso techo de cristal. Lo que habría que hacer es aumentar los permisos de paternidad, educar a los varones en la idea de que la casa y los hijos son tan suyos como de la mujer; hay que convencer a la gente de que todas esas tareas son comunes. Y afortunadamente hay chicos jóvenes que trabajan y se ocupan de los niños mientras ellas estudian oposiciones. Ahí es adonde hay que llegar, con todas las fuerzas sociales y educativas posibles. Que las oportunidades sean iguales. No hay que hacer más que preparar el terreno. Si las mujeres estamos presentes, realmente se cuenta con nosotras.

Y los datos sobre la violencia doméstica… Ah, pero eso es harina de otro costal. Una cosa es hablar de la violencia doméstica y otra es pensar en una persona para ocupar una cátedra. Son cosas muy distintas. La violencia doméstica, efectivamente sigue siendo tremebunda. Y todo lo que se hace es poco.

¿Ha pensado sobre las raíces de esa barbaridad? La raíz es ese deseo de demostrar el poder sobre alguien que está, desgraciadamente, en el ser humano. Ese deseo de demostración de que los fuertes valen más que los supuestos débiles me temo que está muy extendido. Estamos viendo casos truculentos de niños maltratados por los padres, de ancianos a los que también se maltrata… Las mujeres no somos un caso único.

¿Cómo ha ido su historia personal? ¡Usted era de las pocas que estudiaban filosofía pura en su época! Las de filosofía pura -¡se llamaba filosofía pura!- solíamos ser menos, pero porque se decía que aquello era muy difícil, muy difícil…, pero tampoco era tan difícil. La verdad es que las mujeres que estudiábamos filosofía pura éramos un poco raras. Con los compañeros siempre me sentí estupendamente bien. Y en las oposiciones no me sentí ni excluida ni ninguneada, para nada.

¿Y en casa? Mi padre era psiquiatra, mi madre se dedicaba a sus labores. Somos dos hermanas y un hermano, y nos llevamos maravillosamente bien. Siempre existía la idea de que la carrera del hijo era más importante que la de las hijas. Yo no me cabreaba, porque hacía lo que yo quería. No sé si es que he tenido una capacidad de adaptación muy grande… Estudiaba lo que quería, a lo mejor por eso no me cabreaba, seguro.

Su hermano tenía más brillo para la familia. Preocupaba más mi hermano, pero no tenía más brillo. Porque él debía formar una familia a la que sacar adelante. Nadie lo decía, pero eso era lo que subyacía en esa preocupación.

¿Cuál sería su descripción del panorama de la mujer en España? Creo que en nuestro país las mujeres, afortunadamente, van cambiando poco a poco en distintos estamentos. En el nivel universitario, las cosas están cambiando prodigiosamente.

¿Tiene más alumnos que alumnas? No te podría decir. Cada vez hay más mujeres. Me parece importante igualar las oportunidades porque muchas veces tampoco se lanzan a los puestos de más responsabilidad. Por ejemplo, soy directora de una fundación de ética de la empresa, y uno de los temas que nos interesan es el de las mujeres empresarias. Cada vez va habiendo más, pero rara vez están en los consejos de dirección. Pero también hay mujeres que no se atreven a avanzar más en sus puestos, bien porque les han puesto el techo de cristal, bien porque ellas mismas prefieren otras opciones.

¿Dónde están más complicadas las cosas? En los pueblos, en los lugares pequeños en los que todavía existe la idea de que el varón es el que lleva la casa. Conozco grupos de mujeres que están haciendo una tarea espléndida para espabilar a todo el mundo en contra de esta tendencia.

¿Y usted también está ayudando a espabilar? Sí, claro, a mí me preocupa la discriminación de la mujer, pero también me preocupa la discriminación de mucha gente. Hay gentes que pueden tener mucha valía, pero no tienen el apoyo suficiente porque no tienen amigos o familiares suficientes, y no sacan unas oposiciones porque no están en las mafias…

¿Eso ocurre? Es el pan nuestro de cada día. En las universidades siguen existiendo las mafias y los grupos de poder, eso lo sabe todo el mundo.

¿Ha sido testigo de muchos casos de mafia? Unos cuantos, unos cuantos. Cuando la gente va a oposiciones y cosas por el estilo, hay gente que lleva ya los cinco votos encima porque están en un grupo determinado de poder.

Eso es la mafia. Claro. Por eso digo que la variable mujer es una de las discriminaciones.

Pero eso debe de crear una conciencia muy laxa. ¿Cómo se puede enseñar bien siendo injusto? [Risas]. Pues es el pan nuestro de cada día. Ocurre en todos los lugares de este país, y me temo que no es el único.

¿Y por qué no se denuncia más? Sigue existiendo el convencionalismo moral. La gente busca su propio interés.

Eso crea una sociedad acomodaticia… [Risas]. ¡Pues es lo que hay!

Si eso ocurre es que el estamento universitario está enfermo. Bueno, vamos a ver, que hay una enfermedad es evidente. Pero decir que no se avanza por ese motivo… Yo creo que en el sistema universitario español tendríamos que introducir muchos sistemas de incentivos, y creo que eso es difícil porque no creo que lo que se propone ahora en el marco europeo -los nuevos programas y planes de estudio- nos vaya a favorecer en nada a la universidad… Pero es el marco europeo y no tenemos más remedio que seguir la marcha.

¿Por qué no nos va a favorecer? Pues porque va a aumentar la burocracia y no va a aumentar la excelencia ni la calidad. Al fin y al cabo, yo creo que cuando se llevan a cabo medidas de calidad, son medidas de cantidad. ¿Cuántos alumnos tienen, cuántos han aprobado, cuántos han tenido…? Se va a aumentar la burocracia enormemente y no creo que se vayan a aumentar los contenidos.

Pero estábamos hablando de las mafias… ¿Por qué no hay más controles? ¿Por qué se dejan introducir reglas mafiosas? Hombre, yo creo que en el mundo universitario lo lógico es que jueguen los que están capacitados para jugar. Tú no puedes recurrir a una persona que no sea experta en los temas porque evidentemente no va poder saber qué decir. Hay países en los que interviene el poder político, y eso es una barbaridad, porque se convierte en la correa de transmisión entre el partido político y la universidad, y además, ¿qué sabe el político de los contenidos? Tienen que ser los iguales los que juzguen. Claro que hay mafias, pero hay también mucha gente decente que cuando está en un tribunal o en una comisión no está dispuesta a darle la plaza al peor porque tenga muchos amigos. Hay gente muy decente que hace las cosas muy bien. No creemos un panorama negro de la universidad española porque no es el caso.

¿Qué color tiene ese panorama? Pues como todo en la vida, desgraciadamente el color es gris. Creo que estamos todos un poco grises. Hay gente muy responsable y muy decente que se da cuenta de que hay que poner las cosas en manos de los mejores y otra gente que juega al juego de la mafia. Como toda la vida.

Y tenemos que resignarnos al color gris… No, hay que potenciar la excelencia, y más en el mundo universitario. Y hay mucha gente que lo hace.

Debe de pesar mucho ser catedrática de Ética, porque le obliga a usted también a tener una ética determinada, no sólo a enseñarla, ¿no? Pues ése siempre es el problema de la gente que nos dedicamos a esto de la ética, que te das cuenta de que la gente, cuando habla con nosotros, intenta parecer muy bondadosa. Y yo digo: ¡mira, si yo no te estoy juzgando en absoluto! A mí no se me ocurre decirles a los otros lo que tienen que hacer, pero me miran como si tuviera que ser así. Pero, por otra parte, sí es verdad que produce cierta incomodidad darse cuenta de que siempre hay una esquizofrenia en la persona que habla contigo…

¿Cuál sería hoy para usted el principal mandamiento ético que enseña y que quisiera aplicarse a su propia vida? Pues, el de siempre: yo creo que el mandamiento más importante es el que ya expresó Kant en la Metafísica de las costumbres, cuando decía que la ética no había que tratarla nunca como un medio, sino siempre como un fin en sí mismo, y ese mandamiento tiene dos partes. Por una parte, no dañarás, y por otra parte, ayudarás a la gente a que lleve a cabo los planes que quiera llevar. Yo creo que el mandamiento ético más importante es el de no dañar y sí empujar a la gente para que lleve a cabo sus planes de vida. Eso sí que me lo creo, y, en la medida de lo que puedo, algo hago.

Es lo clásico, mi libertad termina donde empieza la tuya… Pero eso se refiere a la libertad negativa; este mandamiento se refiere a que no hay que instrumentalizar ni dañar. No maltratar desde el punto de vista doméstico, no apoyar al peor frente al mejor. Pero, además, está el otro lado: el de empoderar para que las gentes puedan desarrollarse dentro de su libertad. Por eso a mí la palabra empoderamiento me gusta; la verdad es que la vi por primera vez en inglés, el empowerment. Pensaba que en español no existía, pero luego la vi en el diccionario. Empoderar es darle poder a otro para que pueda llevar su vida adelante. No tratar a la gente como si fueran todos unos discapacitados, todos poca cosa. Hay que pensar: yo le doy poder a usted para que haga su vida y para que la haga bien. Creo que el mandamiento fundamental de la ética moderna es el de no dañar, no instrumentalizar a otros y sí empoderarlos.

Mientras usted habla me ha venido a la cabeza el daño que nos hacemos mutuamente todos los días. ¡Desde que amanece! Creo que en nuestra sociedad tenemos una gran esquizofrenia entre nuestras declaraciones y nuestras realizaciones. Hay un abismo…

Éste es un país en el que se despierta uno por la mañana escuchando cómo alguien impunemente insulta a otro. Y no pasa nada. Creo que lo peor que le sucede a la humanidad es que se estén muriendo 1.200 millones de personas que hay por debajo de la pobreza extrema. Me parece apabullante que existan los derechos humanos y luego haya esa cantidad de personas viviendo de esa manera... Pero, hablando de lo que hablamos, después de la última campaña electoral siento algo que me ha dejado muy mal sabor de boca: la no existencia de la amistad cívica. Una sociedad como la nuestra necesita una cierta amistad cívica; la gente debe darse cuenta de que para llegar a algunas metas comunes han de respetarse las diferencias legítimas. Es importante cultivar una amistad cívica. Puedes tener leyes, pero no son suficientes. La amistad cívica, decían los clásicos, es importante para que la gente se dé cuenta de que están construyendo juntos una sociedad. Que los derechos de todos los ciudadanos se vean respetados. La sanidad pública en España se está deteriorando. Todos tenemos que tener una educación de calidad. Ésos son problemas comunes; proponerlos como asuntos que debemos resolver juntos debería crear una cierta amistad. Pero tras la campaña electoral, éste es mi diagnóstico: amistad cívica, cero.

¿Eso nace de la nada? Creo que se ha partidizado la vida pública y todo el mundo se alía con A o con B. Y eso se contagia a todo el entorno. La gente se ha acostumbrado a mirarse como enemigos, y eso me parece terrible. Es fundamental recuperar la amistad cívica. Compartimos muchísimas cosas y sólo nos fijamos en las que nos separan.

Habla de dañar. El daño mayor es el que se hace en una guerra. Y la falta de amistad cívica en este país, según todas las evidencias, nace de la guerra de Irak. Es un buen ejemplo. Muchísimos salimos en aquel tiempo a las manifestaciones con contundencia y con toda la claridad del mundo. De la gente que fue a las manifestaciones, ¿había gente del entorno del PP? Por supuesto. ¿Había gente del PP que no estaba de acuerdo con la guerra de Irak? Por supuesto. ¿Hay gente en el PSOE que no estaba de acuerdo con la negociación con ETA? Por supuesto. A mí lo que me aterra es que los partidos se hagan monolíticos. No puede haber pluralismo, es terrible. Como los partidos son la representación del pueblo, al final los ciudadanos se acostumbran a posicionarse también y a ser todos monolíticos, ¡y eso mata la vida! Eso no puede ser. Nuestra sociedad es plural.

Con el 11-M se generó en este país una teoría según la cual el Gobierno que había sido elegido en las urnas el 14-M era ilegítimo. Esa teoría de la conspiración mantuvo la enemistad cívica. ¿Tiene usted esa lectura? Ése fue uno de los elementos, pero hay montones. Por ponerle un ejemplo, me fui a dar una charla a Zaragoza; fui recibida muy bien por una gente estupenda. Les dije mi teoría sobre la destrucción de la amistad cívica. Y les conté también que la primera ciudad a la que me habían llevado mis padres fue Zaragoza, y que me había deslumbrado. Pero ahora vengo y veo que me miran con recelo, porque soy de Valencia, por el trasvase… Y cuando lo dije observé que todo el mundo se quedaba helado, hasta que dije: "¡Es broma!". Una cosa es entender que los partidos tienen que competir por el voto del pueblo y otra es que toda la ciudadanía se escinda en dos respecto a cualquier tema. Eso no puede ser.

¡Que el agua cree enemistad cívica! Sí, qué país. Eso solamente pasa cuando están puestas las condiciones para que la gente se mire con enemistad.

Donde hay una enemistad cívica terrible es respecto al terrorismo. ¿Cómo se desenreda la madeja? Zapatero propone ahora tomar los elementos del Estado de derecho y hacer un pacto con el PP y los otros partidos para acabar con ETA sin diálogo con la organización terrorista. Creo que ésa sería una manera de desenredar la madeja.

¿Qué sensación moral le produce el terrorismo? Creo que hay un tema central en la cuestión vasca, y es que Euskadi, desde el punto de vista económico y social, está muy bien. España está razonablemente bien, y el País Vasco es un país boyante al que le van bien las cosas. Así que a mí me parece que a la población en general este tema no le interesa gran cosa, sino que hay unos grupos que sacan ventaja de esto. Y esos grupos son los que potencian el asunto. Me parece inconcebible que sea el problema número uno en un país al que le va bastante bien. No estamos en una sociedad de desesperación y miseria. No hay ninguna razón, Dios mío, para matar o para no dejar expresarse a otro.

Cuando uno se dedica a analizar las actitudes desde el punto de vista de la ética, ¿comprende más o se indigna igual? Ante casos como éste, uno se indigna igual que la mayoría de la gente. La verdad es que los sentimientos de indignación son algo que tenemos todo el mundo.

¿Hay algún espacio para la esperanza de que algún día no nos dañemos los unos a los otros? Se están haciendo cosas maravillosas en este mundo, y esas cosas son el punto de esperanza. Hay una cantidad de gente que ha adoptado a un crío mayor que tiene sida, hay gente que se preocupa de los vulnerables, que van a los barrios… Hay cantidad de gente que está haciendo cosas, y cada vez hay más leyes e instituciones que se preocupan de que haya más solidaridad y más justicia.

O sea, que podríamos estar en el buen camino. Sí, porque las orientaciones están ahí. Queda camino por hacer. Los Objetivos del Milenio no me entusiasman en absoluto. ¿Qué es eso de acabar con el hambre en el año 2010? ¡Hay que acabar ya, y hay posibilidades de hacerlo! Es un deber. Lo que hay que hacer es progresar, hace falta mucha revitalización.

¿Qué haría usted por los más vulnerables? De pronto, estoy tratando de estudiar todo lo que puedo sobre el hambre, la pobreza, los medios…, agitar todo el pensamiento político que puedo, y estoy con grupos cívicos, de inmigrantes…

¿Cuál es su relación con la Iglesia? Buena. He trabajado mucho con comunidades de base. Eran y son una gente excelente que se deja la piel y que trabaja muy en serio, y son una de las grandes esperanzas de la humanidad. Yo sigo esperando mucho de ellos. Pero los grupos que ocupan las jerarquías eclesiales están en una posición muy negativa. Creo que siempre están diciendo a la gente qué no debe hacer, por dónde no hay que ir; están muy ligados al Derecho Canónico, cuando el papel de la religión es el de hacer propuestas entusiastas de vida de plenitud.

¿Usted se sigue sintiendo cristiana? Yo sí.

¿Tendencia ortodoxa? No. Ya le he dicho que estaba con las comunidades de base.

¿Se siente cómoda? Sí, porque dentro del cristianismo, del catolicismo, hay un gran pluralismo. ¡Ríase de los políticos, aquí sí que hay pluralismo!

¿Qué le da esa fe? Como decía Kant, yo quiero que exista un Dios. Y luego Horkheimer decía que quería que existiera un Dios para que la injusticia no fuera la última palabra de la historia. Eso no quiere decir que uno no tenga que trabajar.

¿Y cómo permite Dios la injusticia, el horror? Es un misterio. No entiendo cómo eso se puede permitir. El sufrimiento, el mal…

¿Qué sensación le produce ese misterio, la posibilidad de que no exista? ¿Desolación, quizá? No, esperanza. Realmente creo que los seres humanos somos extraordinariamente valiosos y no es concebible que lo único que conozcan sea el sufrimiento.

¿Su mayor sufrimiento? El problema del mal. El otro día me enteré de que una gran amiga mía tiene cáncer, y el sufrimiento de la miseria de la enfermedad me aturde… Tenemos los mimbres que tenemos, pero podríamos tejer un mundo mucho mejor.

Como decía Bertolt Brecht, se puede cantar en los tiempos oscuros. ¿Qué le da alegría? Afortunadamente estamos en un país donde se vive bien, tengo un marido que es un tipo majísimo, tengo unos hermanos que son estupendos, tengo amigos fenomenales, tengo un trabajo que es envidiable, dar clases a la gente joven es extraordinario… Tengo compañeros no tan simpáticos, pero tengo otros que sí. Tengo un entorno agradable. ¿Qué me da alegría? Pues un montón de cosas. Amigos en todo el mundo. En América, en Europa… Creo que tengo una vida bastante feliz. Gracias a la vida que me ha dado tanto, como decía la canción.

¿Hay alguna preocupación que no hayamos comentado? Me gustaría nombrar a personas que han sido importantes en la trayectoria. Appel y Habermas. José Luis López Aranguren, con el que tuve una magnífica relación. Ortega y Gasset, Zubiri, Marías, Laín Entralgo… Son mis maestros, como Goulet; me enseñan ellos, me enseñan aquellos con quienes trabajo.

Y trabaja usted mucho sobre la ética de los medios. Dígame un mandamiento que debamos tener en cuenta. ¡Ríase de la ética de los políticos, de la de los médicos! La ética de los medios es la más importante de todas.

¿Dónde lo hacemos peor? En tratar de sacar siempre la noticia extravagante y llamativa, en lugar de aquella que es realmente importante para el país. Hay muchos otros temas que son más importantes. Pero hay esa construcción mediática de la realidad. Un error. Los periodistas dais demasiada cancha a los políticos.

¿Qué les va a decir a los hombres de la Academia? ¿No les va a echar ninguna reprimenda? Les voy a dar las gracias y les voy a decir que me siento muy a gusto de estar con ellos, porque son gente de un nivel muy elevado.

¿Y les va a proponer a alguna mujer? Si tengo la oportunidad, sí.

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