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Columna
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¿A quién le importa?

La palabra Senado tiene algo de senectud y de estandarte llevado en un palo noble

Vicente Molina Foix

¿A quién le importa el Senado? La palabra tiene algo de senectud y de estandarte llevado en un palo noble por un ujier vestido de gualdrapas. El senado no puede ser otra cosa que romano, y nuestras imágenes se deben casi todas a Shakespeare y al cine: togas que esconden dagas, oradores prolijos y con latín, Charles Laughton -en su más oronda maldad- como prototipo. En Gran Bretaña, su equivalente, The House of Lords, conserva todos los tópicos senatoriales, y por eso era tan divertido seguir alguna de sus ceremonias públicas, cuando los lores, con la preceptiva peluca, salían del hemiciclo y paseaban por Westminster como una cofradía andaluza (el pelo falso en vez del capirote), no siempre llevando en su centro el paso de la Virgen, que sería la Reina. Antes.

Ahora los lores también están rebajados de pompa, aunque no plenamente democratizados, y la lata es saberlos siempre haciendo de atrasados, de valetudinarios, cuando les toca sancionar una ley social nueva que les ha pasado la cámara baja.

Del Senado español se sabe menos; me refiero al hombre de la calle, que es lo que uno es cuando no está en casa. Se alberga en un edificio grandioso que suelo ver de noche, cada vez que ceno en La Bola o Caripén, dos restaurantes de referencia, y nunca he estado dentro. Dicen que al Senado mandan los partidos a sus políticos más han sidos, y que esos have beens del PP o el PSOE se mezclan allí con unos desvaídos representantes de la cuota autonómica. Qué vergüenza saber tan poco de un órgano tan alto.

Para mí todo ha cambiado, senatorialmente hablando, desde que supe que el escritor Álvaro Pombo se presenta el 9 de marzo como cabeza de lista por Madrid del nuevo partido Unión, Progreso y Democracia (UPyD), una agrupación política que cuando uno sale de este campo de avispas concentracionarias que es Madrid se entera que está teniendo buena acogida en diferentes regiones de España y lleva en varias provincias de candidatos a profesores de universidad y notables personas de la intelligentsia. Sólo puedo hablar de mi circunscripción, y de una pena que siento: la de que figuras del máximo valor y solvencia como Savater o Vargas Llosa se limiten a pensar y apoyar a UPyD y no figuren en sus papeletas. Doy por seguro que ellos saldrían elegidos, produciendo no sólo un nuevo aire en las cámaras de representantes, sino un terremoto en la televisión estatal, pues nadie querría perderse, incluso cuando dieran a la misma hora Aida, a estos grandes escritores en el despliegue de sus brillantes dotes orales.

Pero Pombo sí va, tras una decisión que explica con su característico humor cripto-franciscano en el recién aparecido libro Política razonable (Editorial Triacastela). La obra presenta por medio de textos y de entrevistas a la plana mayor de este nuevo partido, sus objetivos, sus ideas, y en el caso de Pombo sus coincidencias y sus disidencias. El candidato por Madrid no es, por ejemplo, tan radicalmente desconfiado de los nacionalistas vascos como él ve a Savater, aunque se muestra ocurrentemente radical en su juicio respecto a la única posible salida de los terroristas etarras, el arrepentimiento. ¿Es eso posible, se pregunta el novelista citando a los tratadistas clásicos? Su repuesta es contundente: "Un auténtico arrepentimiento, una toma de conciencia seria de haber destruido de forma irreparable una existencia, supondría, probablemente, el suicidio del arrepentido".

Tampoco elude Pombo las patatas calientes, como esa pregunta que le hace el compilador del libro, el profesor de la Universidad Autónoma José Lázaro, respecto a su desconcertante presencia, al lado de Rosa Díez, en la última (por ahora) manifestación organizada en Madrid por la Asociación de Víctimas del Terrorismo que dirige ese siniestro personaje de la extrema derecha cavernaria llamado Alcaraz. "Una de las experiencias más mortificantes de mi vida"; así la califica Pombo, esforzándose en deslindar algo que, por desgracia, no siempre hace la propia Rosa Díez, quien, sucumbiendo a la viciada dialéctica de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo", ha figurado en actos a los que ningún demócrata español se debiera prestar.

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De luchador solitario, espiritual pero no eclesiásticamente cristiano, se tilda a sí mismo el candidato Pombo, aludiendo al componente de sacrificio que le supone el compromiso como independiente dentro de UPyD, la dedicación a la campaña electoral, y, si los madrileños le votan suficientemente, su labor parlamentaria en la cámara alta. Sería tan estimulante tener a Álvaro sentado en esas sillas que me imagino drapeadas y con reposabrazos de pan de oro. El escritor ya está en el olimpo de la Real Academia, pero allí las sesiones son secretas, y es imposible saber si los académicos se divierten los jueves tanto como se dice. Para divertirme y para saberme bien representado yo le votaré el 9 de marzo, aunque, ahora que lo pienso, ¿a quién le importa lo que yo vote?

Acabar: ¿a quién le importa lo que yo vote/piense?

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