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Columna
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'To spin or not to spin'

Entre las novedades que el ex primer ministro británico Tony Blair nos ha dejado figuran notables aportaciones lexicológicas que hoy acosan a su sucesor, el también neo-laborista Gordon Brown. La más llamativa gira en torno al verbo to spin, que aplicado a ciertos deportes podría traducirse como imprimir un efecto, caso del tenis, donde Santana era un mago sin saberlo de tan grande sutileza; y por esa vía llegamos al sustantivo spin-doctors, los médicos-brujo de la política, que tanto juego le dieron al premier, como muñidores de tres victorias electorales.

Brown no es un natural como Blair. De la personalidad del anterior primer ministro manaba una fácil aproximación al ser humano, una empatía seguramente genuina con la masa, el seguidor, el votante que, sin embargo, se agotó antes que su largo mandato de 10 años. Su sucesor es mucho más británico, formato estándar dentro de la clase educada, a la que el contacto físico, la proximidad excesiva del otro, comúnmente desazonan. Resultaba tan fácil votar por el primer Blair, el de la victoria récord de todos los tiempos en 1997, que el elector tenía que buscar razones para no hacerlo -que las había-; mientras que ante Brown, en cambio, ha de encontrarlas para votarle -que las hay-.

El último año del longevo primer ministro, con el sumidero iraquí reclamando su cuota de frustración e ira, y los cuatro o cinco anteriores diciéndole que al presidente Bush, sin que por ello el Partido Conservador levantara cabeza, habían hecho que se recibiera a Brown con alivio y esperanza por el solo hecho de que pareciera la antítesis de Blair. El nuevo premier es, sin duda, algo manazas, pero por ello mismo proyectaba una imagen de mayor calado y seriedad personal, mucho menos flash y amor de reflectores, así como se le reputaba de muy capaz de guardar la distancia con el patrón americano. Y como idea de fondo, el suyo era un neolaborismo suficientemente maquillado para convocar a la unanimidad en el partido. Tras tanto spin, un reparador y tradicional güisqui de malta.

Pero ese Brown, que había hecho de la necesidad virtud, tan pulcramente reconvertido en lo que ya era, ha caído estrepitosamente en los sondeos por fiarse demasiado de esos mismos sondeos. Al hombre que se perfilaba como ajeno a toda maña electoral, la opinión le ha pillado poniendo en práctica, pero de la atribulada forma que le es propia, el mismo spin que su predecesor. El país entero le ha visto sopesando la conveniencia de convocar elecciones a las pocas semanas de heredar el cargo, para aprovechar que el líder conservador, David Cameron, no acababa de causar impacto. Y aún peor, cuando ese titubeo, seguido en vivo y en directo por la audiencia, se comía el tramo de ocho puntos que le llevaba en los sondeos al torysmo, Brown se desdecía como a la espera de tiempos mejores.

La paradoja, ante este juego de espejos en el que medra una espontaneidad tan natural como un mecano, consiste en que el electorado rechazaba al primer ministro cuando de verdad era él mismo. Como Sadam Hussein, Brown ha pagado el precio de decir la verdad: el iraquí por revelar que no tenía armas de destrucción masiva, y el escocés por reconocer que había tramado adelantar las elecciones.

Blair siempre creyó que manejaba el spin en el mejor interés de su país, y nunca elevó el regate del fino político en el área a un fin en sí mismo. Por ello, si llevó la electoralogía más lejos que nadie en el Reino Unido, tampoco es cosa de reivindicarle el Guinness. La gran nación británica, con sus pasatiempos electorales como la aplicación del swing -la oscilación del voto a favor o en contra de cada partido- a cualquier situación de la política; el folclor del pueblecito que siempre elige al caballo ganador; y hasta el propio sistema, first past the post -lo antiproporcional por antonomasia- ha sido siempre tierra fértil para la política recreativa; y nadie convoca elecciones para perderlas.

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El legado de Blair se centra en tres terrenos: la transformación del New Labour en partido de Gobierno; la guerra de Irak, con la que ha dañado irreversiblemente su mandato; y el spin como método de supervivencia política. Las tres van a servir para medir a su sucesor: ganar los próximos comicios; retirarse de la guerra; y renunciar a los juegos de manos. Ése es el mandato que asume Gordon Brown.

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