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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un Fausto macarra

En una escena de Ghost Rider, Johnny Blaze (Nicolas Cage) contempla un programa televisivo en el que un tipo practica llaves de yudo con un chimpancé. Blaze se enfada cuando un amigo intenta cambiar de canal: defiende su derecho a encontrar cierto solaz en un espectáculo razonablemente idiota. Lo mismo puede esgrimir en su defensa todo espectador que, como este crítico, prefiera echar a perder dos horas de su tiempo con esta película de superhéroes chorra, macarra y escasamente elegante antes que con otra pomposa disección del arquetipo superheroico como las propuestas recientemente por cineastas como Bryan Singer o Christopher Nolan. Tan estridente como una Bultaco chapada en oro mercenario, Ghost Rider está perfectamente diseñada para complacer a su público natural: hace unos años, hubiese sido una serie B para cines de barrio de factura tosca, efectos especiales chapuceros y estrellas de saldo. Hoy, hace falta un rostro como el de Cage y un presupuesto desmesurado para poner en pie lo que no es más que una inocua -y a ratos gratificante- sandez-espectáculo.

Ghost Rider

Dirección: Mark Steven Johnson. Intérpretes: Nicolas Cage, Peter Fonda, Eva Mendes, Sam Elliott, Wes Bentley. Género: Aventuras superheroicas. Estados Unidos, 2007. Duración: 114 minutos.

Cineasta que debutó adaptando a John Irving en El inolvidable Simon Birch (1998), para, poco después, consagrarse como guionista y director a la resurrección de algunas figuras de culto del panteón superheroico de la Marvel, Mark Steven Johnson demuestra en Ghost Rider que tiene ese interés por el detalle nerd que el espectador iniciado en los placeres del cómic-book siempre agradece. Ghost Rider, conocido en nuestro país como el Motorista Fantasma, nació en 1972 de la mano de los guionistas Roy Thomas y Gary Friedrich y del dibujante Mike Ploog: eran tiempos en los que, una vez consolidado el arquetipo del superhéroe adolescente y atormentado que creara Stan Lee, la Marvel intentaba canibalizar el influjo de otras subculturas coetáneas para ampliar mercado. El Motorista Fantasma se convertía, así, en el superhéroe de la generación pos Easy Rider del mismo modo que, ese mismo año, Luke Cage se presentaba en sociedad como superhéroe blaxploitation. Ghost Rider había tomado su nombre prestado de un viejo personaje Marvel, el vaquero enmascarado Carter Slade, también concebido por Thomas y Friedrich en homenaje a los cómics western publicados por Magazine Enterprises. En la película, Johnson logra armonizar los dos orígenes del personaje, con la complicidad de un Sam Elliott que parece disfrutar tanto como sus compañeros de reparto. El resto es ruido, autoironía, infiernos digitales y el canalillo de Eva Mendes. En otras palabras, lo que el público de Ghost Rider pide. Y no más.

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