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Quejas y descabellos

"¡Ay, qué calores!". Y se sacudía levemente la camisa de raso blanco, abierta a la altura del último botón, por donde aparecía un canalillo alegre y generoso. La cosa es quejarse siempre. "Esto de los toros con calefacción... Vamos, si lo viera mi abuelo...", decía otro señor puesto en pie, la vista perdida por la estructura de araña de la bóveda, mientras se aplastaba con la mano morena el pelo blanco. Siempre quejándose. Y eso que hoy la calefacción estaba francamente agradable. Afuera, recientes lluvias y rachas de viento se enseñoreaban de campos y poblaciones, y aquí, mientras, disfrutando como oficinistas.

Comenzó la tarde del viernes con una novillera en la terna. A mitad del paseíllo ya se habían terminado dengues y melindres, y los sofocos tornaron en aplausos.

Fue una tarde de descabellos. Treinta y tres nada menos, como la edad de Cristo. Los novilleros acusaron la inexperiencia, el principio de temporada, las ansias... Pedro Carrero, más técnico, falló en la medida. Ana Infante, arrojada y ganosa, falló a espadas, y a Carlos Guzmán, la enjundia torera se la desbarataron los nervios.

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