"El sufrimiento ajeno es mi sufrimiento, esa es mi postura personal y literaria"
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), Premio Euskadi de Literatura por Los ojos vacíos en 2001, vive desde hace más de dos décadas en Alemania, pero siempre ha sentido, como si los hubiera padecido en carne propia, cada atentado de ETA, cada exilio forzoso, cada fuego de la kale borroka. "El sufrimiento ajeno es mi sufrimiento", asegura por teléfono desde Lippstadt donde da clases de español. Ése es el germen de Los peces de la amargura (Tusquets), diez relatos sobrecogedores sobre las consecuencias del terrorismo en Euskadi.
Pregunta. ¿Cómo surgió el libro?
Respuesta. Convivía conmigo desde hacía muchos años, pero la mano no se sentía segura para dar voz a individuos concretos que habían sufrido la acción criminal de ETA. Me daba reparo suplantarles artificialmente. Por ese respeto y porque no terminaba de encontrar la técnica adecuada fui demorando su escritura hasta que la mano comenzó a soltarse y redacté los diez cuentos seguidos
"Con 'Los peces de la amargura' mi objetivo era devolver el rostro a aquellas personas a quienes se lo han arrebatado; describir su soledad y su dolor"
"Al escritor le corresponde decir la última palabra sobre asuntos personales y sociales, por eso no es raro que llegue el último al lugar de los hechos"
P. ¿Hay alguna vivencia personal en el germen de Los peces de la amargura?
R. Estoy empapado de episodios dramáticos que han ocurrido en el País Vasco y que me afectan de una manera directa. El sufrimiento ajeno es mi sufrimiento, esa es mi postura personal, moral y literaria. No me siento sólo espectador, sino que noto que la realidad me salpica.
P. Y ha decidido contarla de la manera más cruda y sobrecogedora posible.
R. Mi objetivo era devolver el rostro a aquellas personas a quienes se lo han arrebatado y describir su soledad, su dolor. Esto es, no hacer reportaje, ni transmitir datos, ni pronunciarme sobre una u otra cuestión, sino bajar a lo humano.
P. Pero sin salvar ni condenar.
R. No es esa mi misión. Cuento lo que he visto y me han contado, lo que creo que ha sucedido. La misión del escritor es dar una presencia histórica a los individuos, ponerles nombre y situarlos en su ambiente cotidiano. He escrito unos cuentos que se alimentan de una realidad conocida por los posibles lectores, lo cual me ha obligado a documentarme, especialmente sobre aspectos psicológicos muy delicados, a conocer determinadas impresiones de víctimas, y también de criminales.
P. En el libro huye del maniqueísmo. ¿Ha tenido miedo a posibles críticas?
R. Si no me sintiera libre para escribir, no lo haría. En la vida diaria acepto otra serie de compromisos, voy a trabajar, tengo mi familia..., es decir, no impongo mis criterios de una forma totalitaria a nadie. Pero cuando escribo yo soy yo y me exijo una libertad absoluta. En cuanto a las críticas, habría que matizar. Las de tipo político ni me rozan ni me dañan, porque sé cuál es el trasfondo. Más respeto, incluso un poco de temor, me producirían las literarias; si los cuentos no hubieran funcionado, estaría desanimado.
P. Los críticos hablan de un libro de humildad estilística. ¿Es deliberada?
R. El tema era muy delicado y quise abordarlo con sencillez, no me podía permitir florituras a costa del sufrimiento ajeno.
P. Hasta ahora, muy pocos escritores han abordado el conflicto vasco como tema central de sus libros. ¿Falta de valentía, de compromiso?
R. El compromiso es una opción personal y, por tanto, uno no debe exigírsela a nadie sino, en todo caso, a sí mismo, y yo lo hago. Por otra parte, entiendo que el escritor es el responsable de abordar con complejidad cuestiones personales y sociales; por tanto no me parece extraño que sea el último en llegar al lugar de los hechos. El periodista tiene que transmitir lo urgente de la noticia, pero el escritor debe llegar con su capacidad reflexiva y con su dominio del lenguaje, si lo tiene. Ahora bien, nos corresponde una tarea muy importante, que es la de decir la última palabra. Es decir, la de la interpretación, la de la descripción de los detalles, de los matices y de los gestos. Y esto requiere un tiempo, pero ya estamos llegando. Esos ochocientos y pico muertos nos están interpelando de continuo.
P. ¿A usted le ha movido el ánimo de influir en las generaciones futuras?
R. Ya sé que es un poco iluso pensar que a uno le corresponde un pedacito de eternidad, pero sí, quería dejar mi visión para que las generaciones futuras sean conscientes de que hubo personas, entre ellas algún escritor, que dijeron no a esa barbarie. Se trata de dejarles un pequeño espejo en el que mirarse, como ha ocurrido en Alemania, que cuando miran a los años treinta o cuarenta no ven más que crímenes y sienten vergüenza de lo propio pero dentro de esa brutalidad encuentran figuras honradas a las que agarrarse.
P. De las consecuencias de la violencia, ¿cuál es la que más le preocupa?
R. Muchas. En primer lugar, me duele el dolor que han sufrido personas concretas. Y desde el punto de vista social, siento que se han producido errores históricos muy graves que seguramente darán lugar a un sentimiento de culpa con respecto a lo vasco. Eso también me duele. Es decir, los ciudadanos del futuro, cuando miren al pasado, verán cosas muy feas, muy tristes y muy brutas, y creo que esto empaña un poco el prestigio del lugar, y también me duele. Me duele que exista en esta sociedad un sector que intenta lograr parcelas de poder mediante la brutalidad; me duele que otro sector apoye más o menos, comprenda, bendiga, o haga como que condena con palabras tibias esa brutalidad, y me duele que haya otra gente, si acaso movida por el sentimiento de sobrevivir, que mira hacia otro lado, que no ve el fuego, no ve la sangre, no oye las explosiones. Esto da lugar a una sociedad moralmente en ruinas.
P. Enferma.
R. Totalmente, pero unos más que otros.
P. ¿Y está esperanzado con el futuro?
R. Tengo poca esperanza. Pero no quiero hacer cábalas, porque sé que nos falta información a los ciudadanos para tener un juicio cabal e intuyo además que hay mucho chanchullo político en la sombra.
P. ¿Qué papel deben jugar las víctimas?
R. Pienso que se les debe una reparación en todos los sentidos y siento que habrá una repercusión pedagógica muy importante, sobre todo para los vascos del futuro, si se reconoce el daño hecho. Es una manera de empezar a curar las heridas. Si se reconoce el error, si se reconoce el crimen, el proceso se coloca en un nivel bastante humano. Ese es el papel que creo que les corresponde a las víctimas; el de depositarias urgentes de una reparación.
P. ¿Cómo se ve el País Vasco desde Alemania?
R. Se ve como es, pequeño y mal avenido. Cuando viajo al País Vasco, cosa que hago con frecuencia, noto cómo se exacerban los problemas y se usan palabras grandilocuentes, paz, proceso, en fin, términos abstractos que desde fuera de la zona se ven muy pequeñitos.
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