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Columna
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Sucesión, sin transición

Andrés Ortega

En eso está Cuba, desde la enfermedad -cuyo cariz es secreto de Estado- de Fidel Castro. La sucesión tiene un nombre: Raúl Castro, que controla el Ejército, el sector de más éxito en sus empresas económicas. De hecho, nadie se mueve mientras Fidel Castro siga vivo. Pero lo ocurrido parece algo más que un ensayo general ante tal eventualidad. Nada es ya lo mismo, aunque la situación es muy distinta de la de aquella flebitis de Franco, de la que volvió, y de aquella España. No caben comparaciones.

No parece poder esperarse una sublevación de los cubanos. Lo más sorprendente de lo que ha pasado desde que se anunció, sin filtración previa alguna, el 31 de julio que el comandante estaba enfermo es que... no ha pasado nada. Aunque algunos perciben "miedo y ansiedad", la realidad es que no hay tensión palpable. Incluso la situación social ha mejorado ligeramente gracias a las ayudas de Chávez -que llama a diario a su amigo y quiere controlar la evolución de la situación- y las inversiones y compras chinas (que no son ideológicas, sino mercantilistas. Son otros tiempos).

El escenario de que hablamos es, de momento, uno de los más plausibles. De hecho, un conocedor de Cuba como es Jorge Domínguez, director del Centro Weatherhead para Asuntos Internacionales, de Harvard, en el excelente libro Cuba hoy: analizando su pasado, imaginando su futuro (ed. Colibrí), que acaba de publicar (escrito antes de la enfermedad de Castro), sitúa la "sucesión dinástica", como el punto de partida de los escenarios que esboza. Un modelo que se acerca más (salvando las dimensiones) al de la República Popular China que al de Rumania. Puede esperarse una mayor apertura hacia una economía de mercado que hasta ahora, pero manteniendo el control político el Ejército y el partido comunista.

El propio Raúl Castro, poco dado a grandes discursos, parece preparar el terreno al criticar públicamente las "deficiencias" del sistema sobre los "éxitos", incluyendo "los hechos de corrupción y robo" y "las ilegalidades e indisciplinas laborales", pero también al reclamar autocrítica a los dirigentes y saber "escuchar" lo que la gente tiene que decir, aunque no les agrade.

Domínguez concluye que es "muy probable" que "la transición a la democracia sea lenta, caracterizada por fases en las cuales variará el grado y la velocidad de la apertura política, bajo jaque por un siempre fuerte partido comunista y el resquemor popular respecto a las intenciones estadounidenses".

Esta última cuestión es fundamental. Tanto que, pese a una política declaratoria más agresiva, Washington parece ahora dispuesto a "apoyar incluso a un Gobierno no electo, pero comprometido con los cambios", como lo describe un funcionario americano. Desde luego no es aún, ni puede probablemente serlo por razones internas americanas, la aceptación de una sucesión sin transición, pero sí de otras posibilidades que no partan de unas elecciones libres, sino que acaben llevando a ellas. Lo que tanto España como Estados Unidos, temen es que el inicio de un cambio acabe en violencia (que acabaría reforzando al Ejército en su función de mantenimiento del orden público).

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¿Cómo queda España? Tiene una posición muy importante, política, cultural y hasta económicamente hablando, ante el cambio cubano. Pero la situación ha cambiado en unos pocos años, y la verdad es que, en realidad, gracias a Chávez y a China, el régimen cubano, incluso el sucesorio, no necesita a España. Por ello España se ha de hacer necesitar, y a la vez, en una difícil maniobra, pues el régimen no lo acepta, apoyar a los disidentes (internos) y la oposición (externa). España puede hacer de puente con el resto de la Unión Europea (que no le importaba gran cosa a Fidel Castro) y con Estados Unidos. Las grandes transformaciones llegarán, mas no ahora. Aunque, como decimos, ya nada será igual, sin él o incluso con él. aortega@elpais.es

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