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Reportaje:La explotación del atún rojo

La última 'levantá'

La pesca indiscriminada del atún pone en peligro la tradición milenaria de la almadraba

En casa de Rafael Márquez siempre ha olido a atún. Desde su bisabuelo, todas las generaciones de la familia han tenido trabajadores en la almadraba. Él, de 35 años, heredó su puesto entre las redes cuando murió su padre. Su madre se le acerca siempre que vuelve del trabajo para evocar un recuerdo de mar. "Hueles a papá", le dice. Pero Rafael llevaba más de una semana alejado de ese olor familiar. Un persistente viento ha impedido la faena hasta que el pasado jueves una tregua del levante permitió retomar la ceremonia almadrabera.

Perder 10 días de trabajo por el mal estado de la mar provocan desesperación en un colectivo que ahora teme, más que nunca, por su futuro. Acuciados por el descenso de las capturas, que se han reducido un 80% en los últimos seis años, la falta de actividad les lleva al desánimo. No es hasta el último momento cuando el capitán de la almadraba decide si se sale a la mar o no. Eso llega tras el trabajo de los buzos entre las redes y los partes meteorológicos, ya en el puerto de Barbate. "Volverse a casa sin nada es muy triste", reconoce Rafael. Por eso, tras un largo tiempo de caras tristes, el jueves fue un día feliz.

"Llevo nueve meses en esto, de mal en peor. Vamos para atrás como los cangrejos"
"Hoy estamos celebrando 127 atunes, pero hace unos años salían 300 o 400"
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Una especie devastada

Pasadas las nueve de la mañana, el viento parecía totalmente calmado en el puerto de Barbate. Los más experimentados corregían a los novatos. "En la almadraba tiene que estar soplando, pero hoy se va a poder hacer la levantá", explica un viejo pescador. La levantá es una de las fases cruciales, la más espectacular, de la pesca con almadraba, una tradición milenaria que se remonta a los fenicios, un arte de redes fijas que se colocan desde la costa hacia el Estrecho para aprovechar las rutas migratorias del atún, que viaja desde el Atlántico rumbo al Mediterráneo para dejar sus huevos en aguas más cálidas.

Durante dos meses, los almadraberos se han dedicado a calar todo el complejo sistema de mallas bajo el agua. La última red en instalarse es el copo, más gruesa y resistente porque deberá soportar el peso de los atunes. Aprovechando la llamada luna de mayo, con el mayor tránsito de los atunes, se inicia la campaña.

Tras muchos días de viento, el ritual se retoma con buen ánimo. A Rafael le llaman El Chapista. Todos tienen un mote. Hay un Topete, un Chispa y un Baúles, entre otros muchos. A Topete, Agustín Rivera, el viaje de tres millas hasta las redes le sirve para mezclar la ilusión por una buena levantá y la preocupación por el futuro del sector. "Llevo nueve años en esto. La cosa ha ido de más a menos. Vamos para atrás como los cangrejos".

A primera hora, los buzos han comprobado que hay atunes suficientes. Bajo el mar, han quedado atrapados entre las mallas. Pero todavía hay mucho por hacer. Las embarcaciones de canto, de tierra y de fuera, se aproximan sigilosas al copo, mientras que otras dos, la testa y la sacada, completan el cuadrado a cada lado de esta red. Desde un barco de menor tamaño se lanza el atajo, otra red que servirá para empujar a los atunes desde el buche de la almadraba hasta el copo. Los pescadores de la sacada van subiendo esta gruesa red mientras en la testa se preparan para recibir los primeros atunes al tiempo que comienzan a notarse los primeros aleteos. La red se va izando, los atunes se esfuerzan en escapar y del mar brota espuma como si estuviera hirviendo.

El capitán coordina la operación desde la sacada, mientras que Rafael, agregado cuarto de la almadraba y que ejerce labores de ayudante, lanza gritos desde la testa. "¡Arría, arría!". Se han bajado ya los garfios para atrapar a los animales. Algunos hombres se han tirado al agua. Llevan cuchillos. Un corte en la agalla asegura una muerte rápida y garantiza una carne de máxima calidad. Para subirlos, los enganchan y las grúas los suben, aunque el esfuerzo de los almadraberos es fundamental. Se abrazan a los atunes y, aunque algunas piezas superan los 200 kilos, logran elevarlas aprovechando los impulsos agonizantes de los animales.

La ceremonia es visual. El mar de espuma blanca que se tiñe de rojo, impermeables naranjas que aguardan, los hombres empapados que se agarran a los atunes sumergidos entre las redes. Es también sonora. Los gritos intercambiados, los apodos de pescadores que se lanzan para ahorrar palabras entre el vocerío y el viento, los aletazos sobre la cubierta. Es una exaltación de sangre y mar, una fiesta por la muerte del atún que da la vida a 600 familias de la zona. Dura apenas una hora y se cierra con gritos desbordantes de los almadraberos. Desahogo al cansancio y expresión de alegría por una aceptable levantá. Un total de 127 atunes pasan a la testa, donde son guardados en compartimentos con agua hielo. Las bajas temperaturas garantizan que el producto servirá para su consumo en crudo, tal y como lo quieren los japoneses, los principales clientes, que esperan en puerto con sus barcos.

En el regreso, las caras son muy distintas a las de los anteriores días. Una semana de sequía, de madrugones en balde, da paso a gestos amables y risas. Aunque persista el pesimismo. "Hoy estamos celebrando 127 atunes, pero hace unos años salían 300 o 400", recuerda Bernardo García, de 45 años. Para Antonio Varo, de 21, ésta es su segunda temporada en la almadraba. "Es mi primer trabajo en serio. Entré aquí porque pensé que sería algo de futuro, pero ya no lo tengo tan claro".

Una preocupación que se extiende a las familias. Ya en puerto, limpio de sangre y sal, Rafael Márquez recibe una primera llamada al móvil acabado de pisar tierra. Es su mujer. "Han sido casi 130 atunes", le cuenta él. Y su esposa se alegra al otro lado del teléfono. Hoy, Rafael volverá a casa y su madre podrá seguir evocando recuerdos a través de un olor familiar.

Pesca del atún en la almadraba de Barbate.
Pesca del atún en la almadraba de Barbate.JARO MUÑOZ

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