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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

El milagro del agua

En Etiopía, bañada por el Nilo, el 62% de la población no tiene acceso al agua. Millones de mujeres emplean cinco horas al día en ir a por ella, aunque sea insalubre y peligrosa. La falta de infraestructuras condena a la pobreza, la enfermedad y la incultura a muchas de ellas. La instalación de una fuente es, así, un auténtico milagro. Una odisea en vísperas del Día Mundial del Agua.

Mai (es decir, agua en tigriña, el idioma de la región etíope de Tigray) es una palabra con una densidad que no posee en los países más desarrollados. El agua es vida, sí, pero también significa tiempo, educación, menos enfermedades, mejores cosechas, mínima higiene personal y mayor desahogo económico. Especialmente para las mujeres, niñas y adolescentes, que en el medio rural etíope son las encargadas de ir a por ella.

"A lo que más miedo tenía era a dar a luz camino del estanque", cuenta Tesefehen Guirmai, una campesina de 40 años de la comarca de Samre. "No me pasó con mis cuatro hijos, pero a muchas amigas, sí". Desde hace años, esta mujer enjuta, de rostro surcado por arrugas prematuras, ha pasado todos los días dos horas andando hasta el estanque de Shentila; una hora guardando cola con una de sus hijas y un burro para cargar 80 litros de agua (20 cada una y 40 el burro), y dos horas más de viaje de vuelta para poder asearse, cocinar, lavar la ropa y beber su familia y el ganado. Repetía la operación dos veces al día, a las cinco de la madrugada y a las dos de la tarde. Todo un día en ir a por agua.

Parir de camino no es el único peligro. Incluso en estas tierras áridas y montañosas, de lomas ralas y cauces polvorientos de desaparecidos ríos y torrenteras, las hienas siempre andan al acecho. Muchas mujeres inician su periplo de madrugada, cuando las hienas campan a sus anchas. Van en grupo, para protegerse. Pero los ataques son inevitables. "Conozco a varias que han sido mordidas", señala Tesefehen.

La vida de esta mujer y la de su familia han cambiado radicalmente desde que la Rest (Relief Society of Tigray, o Sociedad de Ayuda de Tigray), una ONG local, y la española Intermón Oxfam han excavado un pozo de agua potable a media hora de su casa. Pero, como Tesefehen hasta entonces, más de diez millones de mujeres y niñas etíopes emplean entre cinco y seis horas al día para proveerse de agua.

En el reparto de las tareas en la familia del medio rural etíope, el hombre labra el campo y apacienta el ganado, y la mujer se encarga de las tareas domésticas, como ir a por agua. Pero no se especifican distancias. Y tener el agua a dos o a diez kilómetros, como es habitual en muchas zonas del país, es determinante. ¿Un ejemplo? Las dos hijas de Tesefehen: Dilai y Ametesin. Dilai Haile, la menor, tiene 13 años. Es seria y desenvuelta. En medio de la frente luce una cruz tatuada, signo de su fe ortodoxa. De mayor quiere ser médica. Hace dos años estuvo a punto de dejar el colegio, como muchas de sus amigas. El horario era incompatible con el agua.

Afortunadamente, hoy Dilai va al pozo con su madre por la mañana, pero puede ir a clase, a veinte minutos, en la aldea vecina de Netbarhadnet. "Me gustaría casarme a los 30, cuando haya terminado mis estudios. Quiero mejorar los niveles higiénicos y sanitarios de mi comunidad", dice. En cambio, para su hermana Ametesin, de 16 años, el nuevo pozo llegó demasiado tarde. No terminó primaria. Hoy, casada, ayuda a su madre en las labores del hogar.

En Etiopía, las niñas van menos al colegio que los niños. Y las que van, lo dejan antes. Séptimo país del mundo con mayores diferencias entre hombres y mujeres, según la ONU: cerca del 60% de las niñas en edad escolar no asiste a la escuela, por un 40% de varones. "En parte, por la falta de concienciación paterna", dice el director de la escuela de Netbarhadnet, Haftom Nesguena. "Si tienen que elegir qué hijo irá a la escuela prefieren enviar a los varones. A ellas las destinan a las tareas domésticas y las casan a los 16 años".

Así, la educación de las mujeres es deficiente, y sus expectativas en el mercado de trabajo, limitadas. Muy pocas pueden trabajar en empresas dedicadas a una cuestión que conocen mucho mejor que los hombres: la gestión del agua. "La distancia a los puntos de abastecimiento agrava el problema de la desigualdad de género", señala el responsable del Programa de Agua de la ONG Intermón Oxfam en Etiopía, el economista Kaleab Getaneh. "Tardan mucho en ir a por ella y cuentan con menos tiempo para formarse, realizar otras actividades productivas y aspirar a un mayor estatus económico".

Las caminatas subyacen como causa, incluso, de muchos divorcios. "Los maridos llegan antes a casa de los campos de cultivo. Algunos pasan mucho tiempo solos y se molestan cuando su mujer llega tarde. Entonces surgen los problemas", refiere Getacho Haile, jefe del departamento de desarrollo de recursos hídricos de Rest, una de las mayores ONG del este de África. Víctimas especialmente desesperanzadas del difícil acceso al agua son los mendigos de agua: ancianos sin familia ni fuerzas que peregrinan de choza en choza mendigando algo que beber.

Otra consecuencia son los conflictos entre aldeas. "Hace 20 años existían muchos riachuelos, ríos y pozos, pero la sequía los fue secando", relata Haile. "Ahora sólo hay agua en puntos concretos que pertenecen a un pueblo determinado. La gente de las localidades vecinas, sin agua, van a por ella y surgen las disputas. Los primeros argumentan que el agua está en su territorio; los otros, que no por ello dejan de tener derecho a ella. El litigio, que a veces llega a los tribunales, está servido".

Pero lo más desalentador de todo es que el agua, tan trabajosamente acarreada por las mujeres, no es potable. Turbia, de un tono marrón anaranjado, infestada de microorganismos y parásitos, a veces maloliente…, esa misma agua representa, paradójicamente, el mayor de los peligros.

En Etiopía, casi dos de cada tres habitantes (el 62% de la población) no tiene acceso a agua potable, según el Ministerio de Recursos Hídricos; es decir, 45 millones de personas beben agua sucia, que no resistiría el estándar europeo menos exigente. La estadística incluye a las ciudades. En el campo, el porcentaje es más alto. Hay comarcas en las que nadie bebe agua potable.

En la de Samre, donde vive Tesefehen, muchas adolescentes quieren ser médicas. Llama la atención, en un país con tres médicos por cada 100.000 habitantes, según Naciones Unidas. Y puede que, en parte, se deba al referente de la directora de su ambulatorio local, Yelam Tsergay. Esta doctora de 28 años, siempre activa y sonriente, se enfrenta con pocos medios, pero firme determinación, a una situación de partida descorazonadora. La mayoría de la población que atiende sólo come una o dos veces al día. El 68% no tiene acceso a agua potable. La esperanza de vida es de 52 años para los varones y de 54,9 para las mujeres.

El capítulo de la higiene personal no es mucho más halagüeño. Sin apenas letrinas, lavabos, lavaderos ni costumbres higiénicas, poca gente se lava las manos. La ropa se lava cada tres meses, como mucho. No hierven el agua, ni la leche. Esta falta de higiene, en parte, la propicia la escasez de agua. La Organización Mundial de la Salud recomienda un consumo de agua por persona y día de 20 litros. En estas zonas es de cinco. "Ves a las familias lavarse, y luego, con ese agua, hacer la comida", relata el responsable de Rest, Getacho Haile. Así, los campesinos son víctima fácil de parásitos intestinales y enfermedades de la piel, ambas debidas, generalmente, al agua en mal estado. "Amebiasis, ascariasis, giardiasis y esquistosomiasis están entre las enfermedades más frecuentes en nuestra comarca", recalca Tsergay.

"Los más afectados son los niños, por la inmadurez de su sistema inmune. Luego, las mujeres, que van a por el agua, y los mayores", explica. En Etiopía, 169 niños de cada 1.000 mueren antes de los cinco años, y sólo el 38% de los que padecen diarrea, el síntoma más común en las enfermedades por el agua, es tratado con rehidratación y alimentación continua.

Cinco horas de vida al día, de media, es lo que ganan las mujeres con la proximidad de una fuente. Terminan antes las tareas domésticas, cuidan más la higiene familiar, se ocupan mejor de sus hijos, asisten a las asambleas locales -donde ejercen voz y voto- y ayudan a los hombres en los campos. En Raya, una planicie rodeada de montañas bajas al sur de Tigray, donde viven 430.000 personas y 360.000 cabezas de ganado, el 60% de la población no tiene agua potable. Ni comida, en años de sequía, como 2003, cuando sobrevivieron gracias a la ayuda exterior. El tef, un cereal local, es el cultivo más extendido.

"La cosecha de tef es diferente si se planta por la mañana o por la tarde", explica Asfá. "Si es por la mañana, la producción aumenta. Lo mismo pasa con el sorgo y otros productos. Donde las mujeres y los niños ayudan en el campo, la cosecha llega a ser hasta un 50% mayor".

Los Abraha son una familia de clase media, con nueve hijos, de la aldea de Wárgeba, en Raya. Tienen cuatro bueyes y una vaca. Viven del cultivo del tef, el sorgo y la cebada. Habitualmente comen shiro, un puré de legumbres especiado, sobre una torta de inyera, una especie de pan ácimo. Sólo en las fiestas se dan el lujo de tomar carne. "Si la cosecha es buena vendemos el excedente para comprar bueyes y vacas, y tener más leche", comenta el padre, Abraha Tarreken. "Si el agua no estuviera a dos horas de aquí, las cosechas serían mejores".

Así, tal vez, hasta podrían comprar camellos, como los Germai, una familia potentada de Chadu, en la misma comarca de Raya. La madre, Asmara Woldu, o alguno de sus ocho hijos, tarda ahora 40 minutos en ir y volver a por agua. Los bidones ya no los carga ella, sino el camello, que puede con 80 litros. Libre de peso, la espalda ya no le duele. Las más de cinco horas que ha ganado las invierte en criar gallinas para vender sus huevos, fabricar cestas que vende en el mercado y ayudar a su marido en el campo. "El rendimiento de nuestras tierras ha aumentado. Ahora ganamos algunos miles más de birrs [la moneda etíope]", asegura.

Si buscamos las causas de esta escasez a la vez crónica y aguda, lo primero que viene a la mente son las sequías de los últimos 30 años. Especialmente las de 1972-1974 y 1984-1986. La primera mató a más de 200.000 personas. Y apuntilló a un imperio de 3.000 años de antigüedad. En uno de los episodios más sonámbulos de su historia, en el año 1974, la noche del 11 de septiembre (Nochevieja, según el calendario etíope, que vive ahora en 1999), los militares insurgentes que controlaban ya el país instaron al anciano emperador Haile Selassie, solitario inquilino de su abandonado palacio, junto a su criado, a ver en televisión el documental El hambre oculta, del periodista británico Jonathan Dimbleby, sobre la sequía que asolaba Tigray y Wollo.

La cinta había dado la vuelta al mundo. En ella se alternaban imágenes de hombres agonizantes por inanición con festines en palacio y el emperador dando de comer jugosos pedazos de carne a sus perros. A la mañana siguiente, el León de Judá fue oficialmente destronado. De la segunda gran sequía, la de 1984, aún resuenan, ligadas al macroconcierto solidario Live Aid, imágenes espeluznantes.

Letehigot Hagos, campesina de Samre, tenía entonces 20 años. Para sobrevivir tuvieron que talar los árboles y venderlos como leña. "Estas tierras secas eran bosques de acacias", recuerda. La venta de leña, último recurso, no pudo, sin embargo, impedir la tragedia. Más de un millón de personas murieron entre 1984 y 1986. Cientos de miles, como Letehigot, huyeron a Sudán. Lo hicieron de noche para eludir el mandato gubernamental de trasladarlos al sur del país. "Muchos morían porque daban la poca comida que tenían a sus hijos", relata Wodesembat, un veterano de guerras contra comunistas y eritreos.

Pero para Aulacho Korei, funcionario del Ministerio de Recursos Hídricos, ni siquiera estas sequías crónicas e intensas explican la dificultad de la población para acceder a agua potable. "La cantidad de aguas subterráneas y en superficie es suficiente para suministrar de agua potable a toda Etiopía. Lo que pasa es que sólo se aprovecha el 2,5% de ella", señala. Esas aguas en superficie incluyen el 86% del caudal del Nilo, el río más largo del planeta. Etiopía tiene agua de sobra para abastecer a toda su población. ¿Entonces? ¿Por qué no le llega? Sencillo. Porque no hay dinero. Los gobernantes tienen otras prioridades. La primera, que sus habitantes coman tres veces al día, y no dos o una, como es habitual. Con un 44% de su población sobreviviendo por debajo del umbral de pobreza, Etiopía es el quinto país más pobre del mundo, por detrás sólo de Níger, Burkina Faso, Malí y Chad, según el Informe sobre Desarrollo Humano 2005 de Naciones Unidas. La probabilidad de no llegar a los 40 años es del 40%.

La segunda prioridad es la guerra. Desde la caída del régimen de Selassie, en 1974, el país se ha trastabillado entre conflictos internos o con su vecino, Eritrea. De ambos mantienen los rescoldos. Dentro: tras las elecciones de mayo de 2005, el presidente Meles Zenawi, con tendencia a eternizarse en el cargo que ocupa desde 1991, dio por ganados los comicios por su partido. La oposición no comparte el escrutinio. La delegación de la Unión Europea que acudió como observadora, tampoco. Para la parlamentaria que la encabezaba, Ana Gomes, los resultados fueron manipulados. Los enfrentamientos entre opositores y la policía se han cobrado ya decenas de vidas. Fuera: el presidente eritreo, Isaías Afewerki, que en diciembre de 2005 expulsó a los observadores de la ONU de la zona de seguridad entre ambos países, profiere amenazas de invasión de la zona de Badme, al norte de Etiopía.

"En un país en desarrollo como éste, la tarta nacional es muy pequeña", indica Getaneh. El representante de Intermón Oxfam incide en la desigual distribución del agua. Donde se encuentra entre el 80% y el 90% del agua vive el 30%-40% de la población, mientras casi el 60% de los etíopes reside donde sólo hay entre el 10% y el 20% de las reservas hídricas. "El problema podría solucionarse con canalizaciones que las conduzcan de una zona a otra, pero no hay dinero", añade Getaneh. "Es el círculo vicioso de la pobreza. Como el agua no es potable, la población enferma de dolencias prevenibles. Su productividad es baja; sus ingresos, míseros, y la comunidad no puede costear la instalación de agua potable", explica.

Para Lluís Basteiro, consultor de Ingeniería Sin Fronteras y experto analista en recursos hidrológicos etíopes, "la falta de acceso se ha visto agravada por el nulo mantenimiento de los sistemas, su precaria sostenibilidad y el bajo grado de organización de las comunidades".

En los últimos años, las mejoras han sido notables. En 2002, el Ministerio de Recursos Hídricos puso en marcha un plan de 15 años para ampliar la cobertura de agua potable. Los resultados no se han hecho esperar. En 2001-2002, sólo el 17% de la población tenía acceso a agua potable; actualmente es el 38%. Se ha duplicado la cobertura. Este plan ha estimulado la generosidad exterior, de por sí pródiga con este país, cuya capital, Addis Abeba, es conocida como la Bruselas africana por la concentración de organizaciones foráneas que han plantado allí su tienda.

A escala nacional, uno de los Objetivos del Milenio -plan para combatir la pobreza en el mundo aprobado en 2000 por Naciones Unidas- es que el acceso al agua potable ascienda al 63% de la población para 2015. Y que su red de instalaciones de higiene, como letrinas y lavaderos, cubra al 59% de los etíopes. Largo trecho desde el 18% actual.

Entre las ONG españolas más activas en el sector está Intermón Oxfam. Su Banco de Agua, el proyecto más ambicioso de su historia de construcción y gestión de infraestructuras hidrológicas, está financiado, entre otras entidades, por la Generalitat de Cataluña, la Comunidad de Castilla-La Mancha y la Comunidad de Madrid. "Queda mucho por hacer. Por ahora nos estamos centrando en el objetivo marcado por Naciones Unidas para 2015", dice Getaneh.

"Las cinco horas que he ganado al tener el agua más cerca las empleo en dedicarme más a las tareas del hogar, como lavar la ropa, y asistir a reuniones sobre higiene y sobre planificación familiar", cuenta Tesefehen Guirmai, de la comarca de Samre (Tigray). "Si instalan un surtidor de agua más cercano a nuestra casa podré enviar a mis hijos pequeños al colegio y no tendrán que abandonar los estudios", dice Letehigot Hagos, también de Samre.

Pozo a pozo, niña a niña escolarizada, doctora a doctora, el círculo vicioso de la pobreza y la desigualdad empieza a invertir su giro, tendido desde tiempos inmemoriales como un intimidatorio león dormido al que no interesa despertar sobre las castigadas pero fértiles tierras etíopes. Un círculo que habrá ralentizado sus vueltas cuando mai signifique, aun para la familia más apartada, simple y livianamente agua.

Suficiente, pero mal repartida

Por Clemente Álvarez

La única agua que puede beber una de cada seis personas en el mundo suele ser un líquido en el que pueden nadar bacterias, amebas y otros tipos de gusanos. Y eso cuando no se trata de virus o venenos como el mercurio, el plomo o el arsénico. El agua da la vida, pero también la quita. Las cifras son aterradoras: cada día mueren 6.000 humanos por enfermedades diarreicas, la mayoría niños menores de cinco años. "El agua mata tanto o más que el sida, y la mitad de las camas hospitalarias del mundo están ocupadas por patologías relacionadas con ella", detalla Daniel Zimmore, director del Consejo Mundial del Agua (World Water Council), organización que engloba a instituciones públicas y privadas de más de 50 países.

Con todo, el problema no es sólo dar agua segura a los más de 1.000 millones de personas que hoy no tienen acceso a ella, o evitar infecciones con la mejora del saneamiento de los 2.600 millones que carecen de él. Un ser humano precisa unas decenas de litros al día para sus necesidades básicas; uno o dos centenares si puede permitirse una lavadora, un lavaplatos, ducharse… Sin embargo, recalca Zimmore, para darle de comer se requieren unos 3.000 litros diarios entre riegos y lluvias, una cifra que se dispara hasta los 5.000 con la dieta occidental. Si para producir un kilo de arroz se necesitan 1.400 litros, para un kilo de carne de vaca son 13.000.

¿Hay suficiente agua en el planeta? Dejando de lado la lluvia que debe caer sobre los cultivos, el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia estima que la humanidad debe extraer cada año para su consumo unos 3.800 km3. En cuanto a los recursos hídricos mundiales, si se retira el agua salada de los océanos, y del apenas 3% restante de agua dulce se descartan las enormes masas congeladas, aún quedan gigantescas cantidades en el subsuelo y proporciones menores en los lagos, la atmósfera, los ríos… Si se cuenta tan sólo con estos últimos, el volumen que fluye hacia el mar es de sólo entre 1.700 y 2.120 km3. Eso sí, este caudal se renueva por completo en semanas por medio de la evaporación y las lluvias que perpetúan el ciclo del agua. En principio, más que de sobra. Si no fuese porque estos recursos no pueden estar peor repartidos. El segundo Informe sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos del Mundo de Naciones Unidas detalla cómo en Asia, donde se abarrota un 60% de la población, sólo se dispone de un 36% del agua dulce del mundo, mientras que en América del Sur, donde pisan el 6% de los humanos, se acapara el 26%. En Islandia gozan de 582.190 m3 por habitante al año, mientras que en los territorios palestinos deben subsistir con sólo 41. A España se le atribuyen unos 2.710, más que a Reino Unido o Alemania, pero la sequía mantiene algunas regiones en situación crítica.

Entre el primer informe de Naciones Unidas, que daba cifras de 2000, y este segundo, el agua que toca en el reparto se ha reducido en casi todos los países. "La causa es el crecimiento demográfico y el aumento de la demanda", explica el boliviano Carlos Fernández-Jáuregui, coordinador adjunto del Programa Mundial de Evaluación de Recursos Hídricos de Naciones Unidas: "En el último siglo, la población se ha multiplicado por tres, pero el consumo de agua, por seis". Pero se tenga o no, este recurso se derrocha sin sentido. Entre un 30% y un 40% del agua que circula por el mundo se pierde en fugas en canales y tuberías, cuando no en perforaciones ilegales. El despilfarro es enorme en la agricultura, donde va a parar el 72% del agua consumida. "Los sistemas de riego y de drenaje son ineficientes, hay que invertir en investigación", enfatiza Fernández-Jáuregui. Mucho tiene que cambiar, pues se calcula que el aumento de la demanda de alimentos entre 2000 y 2030 obligará a ensanchar las tierras de cultivo un 67% en los países en desarrollo.

Tampoco se debe pasar por alto los enormes caudales de agua contaminados. Ni los efectos del temido cambio climático. Todo ello suma todavía más presión sobre unos ecosistemas húmedos ya de por sí muy alterados. Las poblaciones de animales de agua dulce estudiadas por el Índice del Planeta Vivo de WWF se habían reducido a la mitad entre 1970 y 2000.

La Unesco habla del agua como un derecho humano. Su escasez aguijonea las tensiones entre los pueblos. Naciones Unidas ha empezado a instruir a diplomáticos en hidrología y se esfuerza en dar otro enfoque a la cuestión: de las 1.831 interacciones por el agua entre países analizadas en los últimos 50 años, 21 acabaron en operaciones militares y unas 500 generaron conflictos, pero la mayoría, 1.228, fueron de índole cooperativa.

La familia Abraha tiene nueve hijos y vive en una aldea de
Raya. Como ha llovido, consumen agua de un estanque (abajo)
a unos 20 minutos de casa. Si hay sequía, son más de dos horas.
La familia Abraha tiene nueve hijos y vive en una aldea de Raya. Como ha llovido, consumen agua de un estanque (abajo) a unos 20 minutos de casa. Si hay sequía, son más de dos horas.TOMÁS ABELLA

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