El Carmel, un año de socavón
Más de 1.000 vecinos del barrio afectados por el hundimiento del túnel del metro luchan por recuperar la normalidad un año después

Hasta el trenecito navideño ha tenido que modificar este año el trayecto en el barrio del Carmel (Barcelona) por el hundimiento del túnel del metro el 25 de enero de 2005. El convoy pasaba por una de las calles que, después de agrietarse, aún sigue cortada. Ahora, el trenecito encara una curva y se desliza por una pronunciada pendiente. "Por el otro lado tampoco era mucho mejor. Es un barrio empinado, ya se sabe", bromea el conductor. Los pasajeros, la mayoría abuelos con los nietos, no quieren ni oír hablar del socavón: "Queremos olvidarlo".
El intento de superar el susto y el disgusto flota en el barrio. Pero cuesta. Las huellas son aún visibles un año después del socavón que expulsó de sus casas a 1.276 personas, de las que 249 todavía no han regresado. Los signos del grave suceso son evidentes en la parte cercana al cráter que engulló un aparcamiento y provocó el derribo de cuatro edificios.
La actividad es frenética porque se trabaja en la recimentación y rehabilitación de los inmuebles próximos al socavón, hoy convertido en un solar con máquinas y aparejos de construcción. Los ruidos de taladros, los gritos en varios idiomas y el paisaje de obras imponen en esa parte del barrio.
A escasos 30 metros, los colores claros y las impecables fachadas recién rehabilitadas son la otra cara de la moneda; 230 familias viven (o vivirán cuando vuelvan) en edificios recimentados. Y otras 270 han regresado a sus casas rehabilitadas. Los bares están llenos a la hora de comer.
Más lejos de la zona cero del hundimiento, la normalidad se ha restablecido con la apertura de una de las arterias principales del barrio: la calle de Llobregós. El mercado se va normalizando. "Fue muy duro", recuerdan los comerciantes que vieron cómo decenas de familias dejaban de hacer la compra. En estos días han ido a comprar algunos de los que viven fuera todavía, explican en una carnicería.
Para Isabel la desgracia fue doble. Fue desalojada de su piso de la calle Sigüenza y es propietaria de una frutería que se resintió de la marcha súbita de vecinos. Isabel y José, su marido, viven desde hace casi un año en un hotel. Lo lleva mal. "Sufro crisis de ansiedad y tengo que medicarme. No sabes lo que es pasar la Navidad de esta manera", dice con ojos vidriosos.
¿Y pasar la Navidad en un piso distinto? "Es raro", explica Gemma Raygal. Su familia regenta un quiosco en el barrio y presenció cómo las máquinas reducían a escombros su casa. No pudieron recoger nada. "Sólo los perros y de aquella manera, porque no nos dejaban", recuerda. En febrero les enseñaron los nuevos pisos, y en mayo entraron. "Se hace extraño porque sigues pensando en cómo era tu casa que ya no existe", interviene Mónica, su hermana. La conversación tiene lugar en su vivienda nueva "unos 75 metros, más pequeña que la que teníamos aunque con más luz", precisa. Todo es nuevo, desde los cubiertos hasta la última silla: "Hemos aprovechado para darle otro aire más moderno, porque el viejo piso lo pusieron nuestros padres a su gusto hace 25 años". Su padre murió al mes del socavón.
Creen que los que ya están de vuelta, en los pisos rehabilitados o nuevos y que han cobrado las indemnizaciones, tienen más fácil pasar la página. Y eso que no ha sido un camino de rosas. Hay quejas por las "prisas" y fallos en los pisos nuevos. El edificio donde viven los Raygal está ocupado por 21 familias, de las que 15 eran convecinos de los inmuebles derruidos. "La mayoría ya nos conocíamos", añade Mónica.
Conocían a Sebastián Rodríguez, que se quedó sin casa nada más jubilarse. Ahora vive puerta con puerta con los Raygal. En febrero pasado, cuando vieron los que ahora son sus pisos, Sebastián iba con su cuñada, que insistía en que se fuera a vivir con ellos a otro barrio de Barcelona. Sebastián rehusó: "Mi vida y mis amigos están aquí y aquí me moriré". El pasado jueves estaba tan feliz en su nuevo piso: "Ya ves, aquí estoy la mar de bien". Pero no todos están tan contentos.

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