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París muestra la pintura francesa que gustaba en las cortes alemanas de los siglos XVII y XVIII

OCTAVI MARTÍ,

¿Qué pintura francesa agradaba en las distintas cortes de la Alemania de los siglos XVII y XVIII? Ésa es la pregunta que se ha planteado Pierre Rosenberg, antiguo conservador del Museo del Louvre y hoy comisario de una gran exposición que se exhibe en el Grand Palais de París hasta el 31 de julio y que luego viajará, entre octubre y enero de 2006, a Múnich, para más tarde instalarse durante tres meses en Bonn. Con el fin de que la respuesta a la pregunta inicial fuese satisfactoria, Rosenberg visitó 60 localidades germanas, estudió más de 2.000 obras y, por fin, ha escogido 168.

La exposición está organizada por temas y cronológicamente, es decir, que se muestran de entrada los rescoldos del manierismo -Laurent de La Hyre, por ejemplo- para seguir con los admiradores de Caravaggio -Valentin de Boulogne, Nicolas Tournier, Simon Vouet, Nicolas Régnier-, y desembocar en personalidades indiscutibles y bien representadas como Nicolas Poussin o Claude Lorrain. Un tema inevitable -la pintura religiosa- reúne a Jacques Blanchard, Eustache Le Sueur, Louis Le Nain y al excelente Philippe de Champaigne.El reinado de Luis XIV confirma la condición de Francia como gran potencia y ese prestigio político revierte sobre sus artistas. Federico el Grande de Prusia se entusiasma con Watteau, la princesa Carolina Louise de Baden es una ferviente admiradora de Chardin, el duque de Mecklembourg-Schwerin prefiere las aves cazadas por el pincel de Oudry.

Son 38 los museos alemanes que han prestado obras para que Rosenberg pudiera organizar esta panorámica. El recorrido acaba con David y su neoclasicismo, es decir, con la operación napoleónica de imponer al mundo una estética gracias a la fuerza de las armas. Algunos de los artistas muy presentes, como el aviñonés Joseph Vernet, es infravalorado en Francia: sus grandes temporales o las calmas mitificadas corresponden perfectamente a la iconografía que después popularizará el romanticismo alemán.

Rosenberg ha prescindido de los artistas franceses que desarrollaron su carrera en Alemania -Pesne, Guibal, Vanloo, Goudreaux- por estimar que su caso ya no responde a una "política de inversiones" por parte de los señores. El comisario se interesa en su muy documentado catálogo por obras que los príncipes alemanes han tenido que vender uno, dos o tres siglos más tarde, ya fuese el duque de Deux-Ponts, cuya colección se dispersó en París un año ante de la revolución, o la familia Hohenzollern, que, en 1983, vendió una obra maestra de Watteau al Gobierno regional de Berlín. Rosenberg nos recuerda también que Gerd Bertoschek y Christoph Martin Vogtherr acaban de publicar un libro extraordinario sobre las obras de arte desaparecidas en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.

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