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Reportaje:

El 'open' de golf se abre a las mujeres

La vetusta organización del torneo británico rompe su tradición masculina

Carlos Arribas

"A alguno de los del blazer", ironizaba el corresponsal del diario The Guardian, "seguro que se les atragantará la sopa esta mañana al leer el periódico". El titular, en primera página de la edición de ayer del periódico londinense, era, en efecto, fuerte: Revolución en el Royal & Ancient: las mujeres podrán jugar el 'open' de golf.

El desarrollo de la noticia tampoco se quedaba atrás. En ella, el secretario del Royal & Ancient, Peter Dawson, aseguraba que apoyará un cambio en el texto del formulario para participar en el open, de forma que puedan jugar mujeres. Los formularios de este año, para el Open 2005, ya están enviados, pero en años sucesivos se borrará la palabra "masculino" de la frase que dice: "El open acepta solicitudes para jugar de cualquier golfista profesional masculino o aficionado masculino".

El club organizador de la prueba descarta de momento cambiar las normas y admitir socios femeninos

El Open Británico de golf es como el té a las cinco, como el pastel de riñones, como la pinta de cerveza tibia, tan tradicional, tan inamovible, tan indiferente a las leyes de la evolución. El Royal & Ancient, venerable institución emanada, y allí arraigada, de St. Andrews, el campo de golf escocés en el que cualquier cambio de costumbre es un terremoto, es el Vaticano, el lugar en el que las centenarias leyes no escritas que rigen el juego del golf se transforman en reglas incontestadas que afectan a todo jugador europeo. Un lugar en el que las telarañas son intocables, un club que acoge silenciosos, rubicundos viejecitos con blazer cruzado sorbiendo sopa a mediodía. El lugar, por tanto, menos sospechoso de efectuar un movimiento no sólo de aggiornamento, más aún, de sorpasso, de los hábitos del golf.

El open es el único torneo del grand slam -categoría que comparte con los míticos Masters de Augusta, Open de Estados Unidos y Campeonato de la PGA Americana- que contiene tal estipulación. Y ni siquiera los torneos semanales europeos o norteamericanos, en los que habitualmente sólo juegan hombres, especifican la necesaria masculinidad como requisito.

Dado que el golf ha sido hasta años recientes un negocio eminentemente masculino, y dada la diferencia de potencial físico entre los dos sexos, a favor del macho, a pocos se les había ocurrido la necesidad de delimitar el territorio. Gracias a ello, las mejores jugadoras del circuito femenino, la británica Laura Davis, por ejemplo, la sueca Annika Sorenstam, o la norteamericana Michelle Wie (una quinceañera delgada como un junco y potente como un puñetazo de Cassius Clay que, dicen, arrasará los torneos cuando cumpla los 18), han participado junto a hombres profesionales, y en igualdad de condiciones, en algunos torneos con similar infortunio: ninguna de ellas ha logrado aún pasar el corte que permite a los mejores jugar.

La eliminación del requisito no garantiza, sin embargo, que Wie o Sorenstam participen si lo desean en el Open de 2006. Deberán disputar junto a centenares de golfistas masculinos las durísimas fases previas.

Aun después de anunciar el sorpasso, Dawson, quizá alarmado de su audacia, no pudo por menos que elevar algunos peros. Así, de entrada, no se cuestiona, dijo, que el Royal & Ancient cambie sus reglas y acepte mujeres entre sus socios -como tampoco las acepta, en Estados Unidos, el Augusta National Golf Club, que organiza el Masters- o que se borre de la lista de escenarios del open a clubes famosos por no admitir mujeres, como Muirfield o Royal Troon.

Por eso, al final, los socios del Royal & Ancient pudieron terminar su plato de sopa con una sonrisa. Vale, las mujeres podrían jugar en su campo, en su torneo, pero, al no ser socias del club, nunca podrían entrar a su bar a tomarse un whisky después de los partidos.

La golfista sueca Annika Sorenstam, durante un torneo en Tejas el año pasado.
La golfista sueca Annika Sorenstam, durante un torneo en Tejas el año pasado.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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