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Reportaje:

El 'papable' Ratzinger reafirma el látigo

El cardenal que guarda con mano de hierro la doctrina romana castiga por hereje al famoso teólogo jesuita Roger Haight

¿Ratzinger papable? ¿Puede acceder al pontificado el cardenal que ha castigado en los últimos años a miles de teólogos, acusado sin tapujos, además, de haber resucitado el infame Santo Oficio de la Inquisición, que suprimió a bombo y platillo -casi con regocijo- el Concilio Vaticano II? ¿Soportaría la Iglesia romana, sumida en una grave crisis, un liderazgo que la enfrentaría aún más al numeroso sector aperturista que representan los mejores -y más famosos- teólogos del momento? Las preguntas están en la prensa internacional estos días a causa del último incidente doctrinal protagonizado por el cardenal Joseph Ratzinger. Se trata de una llamada, en la jerga romana, Notificación condenando sin contemplaciones el libro Jesus Symbol of God [Jesús Símbolo de Dios], del jesuita Roger Haight.

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El cardenal Ratzinger, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio de la Inquisición) ha llevado el peso de la investigación para condenar a este jesuita norteamericano, ex presidente de la Sociedad Teológica Católica de América y uno de los pensadores más conocidos en poderoso catolicismo americano. Según la congregación encargada de velar por la doctrina y de corregir a los teólogos díscolos, Haight hace en su libro "afirmaciones contrarias al mensaje central del cristianismo". Esta nueva irrupción de la policía doctrinal romana en la ciencia teológica no tendría relevancia, pese al prestigio del autor de Jesus Symbol of God, si Ratzinger no figurase hoy como el más firme candidato a suceder a Juan Pablo II, cuya salud se deterioró severamente en las últimas semanas. Medios de comunicación de EE UU y de Alemania subrayan esa circunstancia al dar la noticia del nuevo incidente inquisitorial. Y los periódicos y agencias de prensa católicos se esfuerzan de manera poco frecuente en explicar las razones que han llevado al alemán Ratzinger a intervenir contra el jesuita norteamericano. Por su parte, la británica Reuters ha entrado en el tema tomando como punto de partida un informe del periódico más leído en Europa, el sensacionalista alemán Bild-Zeitung. ¿Será alemán el nuevo papa?, se pregunta. En el análisis de Reuters, Ratzinger no salía bien parado. Se le llama "perro guardián" [watcdog] de la ortodoxia y se subraya que es "demasiado viejo" para aspirar al papado, aunque también se hace notar que, quizás, sus 77 años de edad le favorezcan. Después del larguísimo pontificado de Juan Pablo II -26 años, el segundo más largo de la historia: sólo Pío IX reinó en Roma más tiempo que él: 31 años, entre 1846 y 1878-, tal vez los cardenales prefieran "un papa corto y de transición".

El libro de Haight, profesor de la Facultad de Teología de Weston (EE UU), fue publicado por la editorial Maryknoll: Orbis Books, en 1999, y está traducido a varios idiomas, pero no al español. En portugués tiene 576 páginas y lo ha editado la congregación de San Pablo [en España, Ediciones Paulinas].

Como en este tipo de procesos, la congregación del cardenal Ratzinger mantuvo "un diálogo" con el autor, desde el 14 de febrero de 2000 hasta mediados de 2004, para indicarle los errores constatados y pedirle que él mismo los corrigiera, explica la Notificación. Pero no hubo acuerdo, como suele ocurrir en casi todos los expedientes que Roma ha abierto a teólogos de envergadura. Después de varias respuestas del autor, la última el 7 de enero de 2004, la sesión ordinaria de la Congregación, el 5 de mayo de 2004, concluyo que el libro "tiene afirmaciones que niegan cuestiones fundamentales del cristianismo".

En concreto, según el texto firmado por Ratzinger, el teólogo Haight hace afirmaciones contrarias a "la divinidad de Jesús, la Trinidad, el valor salvífico de la muerte de Jesús, la unicidad y la universalidad de la mediación salvífica de Jesús y de la Iglesia, y de la resurrección de Jesús". También se le acusa de utilizar en su trabajo "un método teológico impropio".

Lejos de amilanarse por los anatemas romanos, Haight se ha reafirmado en sus posiciones porque la "tradición debe ser críticamente recibida en la situación de hoy", caracterizada por un contexto pluralista. A causa de la actual conciencia pluralista, añade el teólogo, "no se puede seguir afirmando todavía que una religión pueda pretender ser el centro al que todas las demás tienen que orientarse". Sobre el valor de los dogmas de fe, en particular los relativos a Cristo, el teólogo afirma que no deben descuidarse, pero que tampoco deben repetirse acríticamente, pues "en nuestra cultura ya no tienen el significado de cuando fueron elaborados". "Por tanto, hay que hacer referencia a los concilios clásicos, pero también hay que interpretarles explícitamente para nuestro presente", propone.

"La interpretación del autor resulta ser no sólo diferente, sino incluso contraria al verdadero significado de los dogmas", replica la Congregación de la Doctrina de la Fe. "Por tanto, se prohíbe al autor la enseñanza de la teología católica hasta que sus posiciones sean rectificadas de manera que estén en plena conformidad con la doctrina de la Iglesia", concluye el anatema de Ratzinger. La Notificación contra Haight se publicó en la edición del 7 al 8 de este mes del diario vaticano L'Osservatore Romano, y puede consultarse,

en italiano, en la sección Documenti de la web de la agencia Zenit.

El mejor inquisidor

El papa Juan Pablo II, hoy anciano e inválido, escogió como su más brillante mano derecha a un teólogo alemán que animó como pocos el reformista Concilio Vaticano II (1962-1965), conocido con razón como el concilio de los teólogos. Se llama Joseph Ratzinger, tiene 77 años y preside la Congregación para la Doctrina de la Fe, la pomposa institución encargada de promover la fe, según la voluntad de los casi 3.500 obispos convocados aquel 1962 a un largo concilio romano.

Impulsados por el papa Juan XIII, y aun más por su sucesor, Pablo VI, víctimas los dos del Santo Oficio de la Inquisición (también había sido investigado su predecesor, Benedicto XV), los obispos suprimieron entonces el Santo Oficio de la Inquisición. Soplaban vientos de libertad de conciencia y los prelados asumían el compromiso de que la ciencia teológica nunca volvería a sentir el ahogo de caprichosas garras inquisitoriales.

No imaginaron que la congregación creada entonces para promover el conocimiento de la doctrina y la promoción de la fe católicas iba a ocupar con el tiempo el lugar y las formas del Santo Oficio, ni que aquel brillante teólogo alemán, elevado a la dignidad de cardenal por Juan Pablo II, podría ejercer con tanto ahínco de inquisidor implacable.

Cientos de pensadores cristianos (más de mil, varias decenas en España) han sufrido anatemas y perdieron sus trabajos a manos de la congregación de Ratzinger, que tiene delegados en cada conferencia episcopal. En la española lo fue durante años su actual portavoz, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino.

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