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El Grand Palais de París une a Whistler, Turner y Monet

La muestra exhibe la continuidad estética de tres pintores enamorados de la luz

La prueba del ADN ha supuesto la garantía científica para las especulaciones sobre el vínculo entre padres e hijos. En materia artística, la transmisión genética es más difícil de probar, pero, hasta el 17 de enero, el Grand Palais de París ha querido demostrar que hay una continuidad entre el inglés William Turner (1775-1851), el americano James Whistler (1834-1903) y el francés Claude Monet (1840-1926). La exposición, que procede del Museo de Bellas Artes de Toronto, visitará después la Tate Gallery de Londres.

Tres pintores empeñados en inmortalizar la luz sobre la tela, los tres enamorados de la iridiscencia, de los cielos y los mares ardiendo, de los instantes mágicos en que los edificios cobran un relieve especial gracias a unos rayos solares que llegan sesgados.

Monet pasa por ser el primer impresionista, pero como sucede siempre que se afirma este tipo de cosas, otros podrían arrogarse el título y, entre esos otros, ninguno como Turner. El inglés se liberó pronto del dibujo para dejar que sus ojos y su pincel girasen como los copos de nieve de una tempestad sobre el mar. El resultado ha sido rebautizado como "abstracción lírica" y fascinó a Whistler y también a Monet cuando éste, en 1870, huyendo de la guerra contra los prusianos, se instala en Londres. Las tormentas, las puestas de sol, los claros de luna, las nieblas y las evanescencias de Turner seducen al francés tanto como al americano. Si Turner prefiere la acuarela, Whistler se inclina por el grabado y Monet por el óleo, pero los tres pintan los puentes sobre el Támesis, el cielo y el mar que se confunden, Venecia emergiendo de entre la bruma y formas vaporizadas.

El Londres del XIX es una capital que quema cada año 18 millones de toneladas de carbón, que lanza a su río y puerto 250 toneladas diarias de materias fecales, una ciudad en la que coexisten mansiones suntuosas y zonas de pobreza dickensiana, una metrópoli en el centro de un imperio, conectada a sus colonias por telégrafo, el principal centro industrial del mundo, un caos salvaje y vital del que los pintores captan su atmósfera pestilente, el incesante rumor de los trenes o la tímida aparición de la luz de gas. Otro impresionista refugiado en Londres en 1871, Camille Pisarro, le escribe a un amigo: "Me parece que todos nosotros descendemos del inglés Turner", y Berthe Morisot, que visita la capital británica, dice haber "visto muchos Turner" y haber descubierto que ese "Whistler que tanto nos gusta le imita enormemente". Un gran coleccionista, Gustave Kahn, se plantea en 1904 "presentar ciertos Monet al lado de ciertos Turner". El principal interesado, Monet, que viajó en repetidas ocasiones a Londres, "una ciudad de la que sobre todo me gusta su bruma", en 1918 escribe: "Años atrás me gustó mucho Turner, pero ahora mucho menos porque no dibujó el color lo suficiente. Es algo que he estudiado en profundidad".

Este reconocimiento de filiación no debe hacernos olvidar que ciertas experiencias corresponden al espíritu de la época y que, por ejemplo, el holandés Jongkind, mediado el siglo XIX, pintó en multitud de oportunidades las costas normandas con la luna o un sol moribundo como única luz; que Gericault fue a Londres en 1821 para ver cómo era una gran ciudad moderna y que 50 años después Gustave Doré se siente fascinado por la monstruosidad de la urbe humeante.

<i>Incendio de las cámaras de los Lores y de los Comunes el 16 de octubre de 1834,</i> óleo sobre tela de Turner, procedente del Museo de Arte de Filadelfia.
Incendio de las cámaras de los Lores y de los Comunes el 16 de octubre de 1834, óleo sobre tela de Turner, procedente del Museo de Arte de Filadelfia.
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