_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Homenaje

La teoría nos la sabemos. Muchas de las decisiones que se toman en Europa nos afectan directamente, sobre todo a sectores como la pesca y la agricultura, tan importantes para la economía almeriense y andaluza. Las carreteras, las alcantarillas, hasta el dinero para restaurar la iglesia de nuestro pueblo viene de Bruselas. Sabemos que nuestros países han cedido a la Unión Europea grandes parcelas de soberanía. Esto lo sabe ya muy bien Carmen Calvo, que quería bajar el IVA de los libros, creyendo que esa decisión podía tomarse en Madrid, al margen de la política económica de Bruselas. Ya digo, la teoría nos la sabemos. Y sin embargo seguimos viendo las elecciones europeas como algo ajeno, como un simulacro de elecciones. Si las municipales y las generales son como una final de fútbol, las europeas son como un partido amistoso.

¿Dónde está el fallo? ¿Por qué la mayoría de los europeos sentimos indiferencia por estas elecciones, cuando sabemos que las decisiones que se toman en Bruselas afectan a nuestros municipios? El primer fallo hay que buscarlo en la propia naturaleza de las elecciones, en el mismo funcionamiento de las instituciones europeas. Los votantes no sentimos que la soberanía europea emane de nosotros, por decirlo con una frase cursi. No es que nos creamos a pies juntillas eso de que la democracia es el poder del pueblo, pero en las elecciones nacionales uno ve la misma noche electoral los efectos de su voto: el 13 de marzo de 2004 el PP gobernaba España, y al día siguiente ya no la gobernaba. Esta pedagógica relación de causa y efecto no está sin embargo tan clara en las europeas. Los ciudadanos elegimos a los diputados de un extraño parlamento que ni siquiera elige a su presidente. El resultado psicológico de esta situación es devastador: sentimos que entre nuestro voto y las decisiones políticas reales hay una enorme distancia, una maraña burocrática que desvirtúa nuestra voluntad y hace poco efectivo nuestro voto. La cosa cambiaría si a estas elecciones nos se presentaran listas nacionales, sino candidaturas internacionales, y si el Parlamento resultante eligiera al presidente de la Unión. O si éste fuera elegido directamente por los ciudadanos. Pero eso sería ceder demasiado poder y los políticos nacionales no están dispuestos a tanto. Europa mola, pero sin exagerar. Este podría ser el lema de nuestros partidos; se lo regalo.

La maquinaria empresarial de los partidos tampoco contribuye a dignificar las europeas. Todos los políticos que se presentan como cabezas de lista, y otros muchos que van en los segundos y terceros puestos, acuden a estas elecciones porque no han ganado otras que les interesaban más. Son por tanto viejas glorias, heridos de guerra, perdedores, dimisionarios y excedentes de cupo a los que sus respectivas empresas quieren agradecer los servicios prestados. Viendo a los Mayor Oreja, a los Borrell, Rojas-Marcos o Willy Meyer tenemos la impresión de que las elecciones europeas ni siquiera alcanzan la categoría de encuentro amistoso. Son más bien uno de esos partidos de homenaje en los que el futbolista que se retira recibe el cariño del público y se queda con la recaudación.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_