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Reportaje:ELECCIONES EN RUSIA

El espía empeñado en modernizar Rusia

Pragmático y calculador, Vladímir Putin se siente cómodo en su sillón

Pilar Bonet

Como persona cuya psicología se ha formado en las artes marciales orientales, Vladímir Putin espera antes de actuar y, cuando golpea, lo hace de forma "exacta y mortal". Esta característica viene de alguien que se permite la familiaridad de criticar al presidente ruso en privado: Ludmila Narúsova, senadora y viuda del ex alcalde de San Petersburgo Anatoli Sobchak, el iniciador de Putin en la gestión pública. De la mano de Sobchak, el presidente, que ahora tiene 51 años, llegó a ser vicealcalde y máximo responsable de las relaciones exteriores de su ciudad natal, adonde regresó en 1990, dispuesto a convertirse en taxista si era necesario, tras cinco años de servicios como espía en Alemania Oriental.

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El Kremlin no consideró necesario cortar la descripción que hizo Narúsova del presidente, al que defendía en un duelo televisivo con el diputado Vladímir Rizhkov, que denunciaba las elecciones de hoy como una "farsa". Pero las palabras de la viuda de Sobchak produjeron escalofríos a quienes creen descubrir en ellas inquietantes datos sobre el niño de clase obrera que soñaba con ser espía mientras hacía diabluras en los patios de vecindad de Leningrado.

Durante cuatro años los rusos han visto a Putin cada día por televisión: marcial con los militares, piadoso con los popes, atento con los ancianos, bromista con los niños, cariñoso con caballos, perros y delfines y desorientado con los parientes de los marineros del hundido submarino Kursk. A pesar de tanto despliegue de relaciones públicas, los rusos siguen divididos sobre la identidad del presidente. Unos piensan que tiene facetas ocultas capaces de aterrorizar a los ciudadanos; otros creen que "no hay más de lo que se ve": un funcionario cumplidor y leal a sus jefes, que le ha cogido el gusto a un cargo con el que nunca soñó y que desempeña a partir de lo que sabe.

La experiencia de agente secreto y de vicealcalde de San Petersburgo con un jefe tan emprendedor como Sobchak se traduce hoy en una combinación de sentido de Estado y pragmatismo. El mundo de Putin no es el de los ideólogos fanáticos, sino el de los seres de carne y hueso con sus flaquezas. Un colega suyo del espionaje citado por el diario Izvestia afirma que Putin era "anticomunista" por haber comprendido hace mucho que esa "doctrina es una utopía". Por la misma razón, se muestra escéptico con los ideales democráticos puros. Grigori Yavlinski creyó advertir un reproche cuando el presidente le tildó en una ocasión de "romántico".

Putin, cuenta ese colega, no era un líder, pero su amor propio hace que si emprende algo, quiera "salir vencedor". Su necesidad de afirmarse como presidente se manifestó en la lucha contra los oligarcas, que pretendían seguir dominando su política como lo hicieron con la de Yeltsin. Putin paró los pies primero a Borís Berezovski y Vladímir Gusinski, y más tarde, al petrolero Mijaíl Jodorkovski. Los dos primeros están en el exilio, y el tercero, en prisión.

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Pasión por la armonía

La pasión de Putin por la armonía es tal que a veces parece dispuesto a sacrificar las realidades complejas en nombre de unos pocos conceptos fáciles de manejar. Este enfoque se refleja en su actitud hacia la terrible historia rusa. Los manuales, ha dicho, "deben contener hechos que desarrollen en los jóvenes el orgullo por su historia y su país" y han hecho demasiado hincapié en los aspectos negativos del viejo sistema. "Éstos son tiempos de consolidación y las tareas son otras", sentenció. Una comisión especial se encarga hoy de revisarlos.

Putin, que subraya el deseo de modernizar Rusia y hacerla competitiva, no quiere perder el contacto con los liberales. Tras la derrota de estas fuerzas en diciembre, ha situado a políticos de Yábloko en las estructuras de poder. También se siente responsable en cierta medida de las organizaciones no gubernamentales agrupadas en la comisión de derechos humanos que tutela. En diciembre, convocó a las ONG a una reunión con dirigentes de los órganos de seguridad y la policía y les animó a discutir con los altos jerarcas. Alegaba Putin que debían aprender a defender sus derechos, porque un día él no estaría en el Kremlin para garantizarlos.

Putin se siente cómodo entre los uniformados. La socióloga Olga Krishtanóvskaya habla de una "militarización" de la élite rusa y afirma que en un 25% está formada por gente con galones. El proceso de incorporación de los militares a la gestión política es menos dinámico que la de gente del mundo de los negocios, matiza Oxana Gaman-Golutvina.

El presidente se ha rodeado de paisanos -juristas, chequistas y economistas procedentes de San Petersburgo-, que han consolidado todavía más sus posiciones después de que Alexandr Voloshin dejara la Administración Presidencial, y Mijaíl Kasiánov, la jefatura de Gobierno. Pese a la popularidad de que goza, algunos creen advertir en el presidente cierta inseguridad, que se manifiesta en la necesidad de eliminar cualquier posibilidad de que alguien le haga sombra.

En el terreno internacional, Putin ha cultivado la relación con George Bush y se ha beneficiado de la lucha antiterrorista, pero no ha podido reavivar en los norteamericanos el interés que en otro tiempo sintieron por Rusia. Eso parece pesarle, porque él sí siente fascinación por EE UU, tanto que en una ocasión llegó a perder su papel. Inquirido por los presos rusos en Guantánamo, Putin explicó que éstos aseguraban ser inocentes. "Yo no confío en ellos, confío en los norteamericanos", dijo el presidente de todos los ciudadanos de Rusia.

Vladímir Putin, durante una comparecencia en televisión en 2002.
Vladímir Putin, durante una comparecencia en televisión en 2002.REUTERS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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