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Reportaje:GUERRA EN EL NORTE DE UGANDA | La guerrilla

El silencioso conflicto de Uganda

Casi 20 años de combates han dejado en el país africano 150.000 muertos, un millón y medio de desplazados y una sociedad rota

Ramón Lobo

En el norte de Uganda, en la tierra de los lango, acholi y teso, se libra desde hace 18 años una guerra civil silenciosa, cruel y oculta: cerca de un millón y medio de desplazados, más de 150.000 muertos, decenas de miles de heridos, y una sociedad rota y desestructurada. Para el presidente ugandés, Ioweri Museveni, se trata de un asunto interno, y durante este tiempo ha logrado alejar el curioseo exterior blandiendo éxitos en la lucha contra el sida y un supuesto progreso económico. Pero la matanza a manos de la guerrilla de 210 personas, el pasado 22 de febrero, en el campo de Barlonyo, a 30 kilómetros al norte de Lira, ha desbaratado el juego de las prestidigitaciones y atraído la atención internacional.

El 22 de febrero, la guerrilla masacraba a 210 personas al norte del país

A 330 kilómetros al norte de Kampala se sufre una guerra cotidiana de baja intensidad en la que la mayoría de las víctimas son civiles. El Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en sus siglas en inglés) y los militares cuentan sus victorias en muertos inocentes. "Como Barlonyo ha habido otras masacres. Algunas con tantos o más muertos. El 4 de febrero, el LRA mató a más de 60 personas en Abiya y nadie pareció interesado", afirma una fuente humanitaria.

José Carlos Rodríguez Soto, misionero comboniano que reside en el país desde 1991 -el padre Carlos, como le llaman en Gulu, al noroeste de Lira-, trabaja junto a los líderes religiosos católicos, anglicanos y musulmanes y los jefes tribales en explorar alguna iniciativa de paz que impulse la negociación, y que desde 2003 parece cerrada. Su ánimo pacificador le ha granjeado la enemistad del Ejército, que pidió en febrero su expulsión, y de la guerrilla, que le acusa de robarle milicianos porque los convence para que dejen las armas.

"Ésta es una guerra civil particular y compleja; no es como otras que se explican por causas políticas, territoriales o religiosas", sostiene Lans Eric Skaansar, responsable de Naciones Unidas en el norte de Uganda. Ya nadie se acuerda aquí de por qué se lucha. Al principio fue un odio patológico que el líder del LRA, Joseph Kony, siente por Museveni y la desconfianza de éste hacia los acholis, una tribu belicosa a la que los británicos encargaron del Ejército y la policía en la época colonial antes de que fueran depurados por Idi Amin. "Si Museveni llegó al poder por las armas, también yo lo lograré y viviré en un palacio como él", espetó Kony al general Sharif, número dos del espionaje de Jartum, en un intento de mediación en diciembre de 2001, según una fuente que tuvo acceso al contenido de la entrevista. Kony y sus comandantes, la mayoría acholis, temen por su seguridad personal tras un eventual acuerdo de paz. Han fracasado en su intento de levantar a su pueblo contra Museveni, al que sin embargo detestan, y de erigirse en el portavoz de una tierra arruinada en la que han cometido tantos crímenes y desmanes.

El LRA es una guerrilla atípica que se rige como una secta fanática. En sus inicios esgrimieron como objetivo político la imposición de una sociedad basada en los Diez Mandamientos. Kony trataba de apropiarse entonces del ascendiente entre los acholis de Alice Lakwera, conocida como la bruja, hoy en un campo de refugiados de Kenia. Poco queda de aquella empresa. El líder del LRA ha ideado nuevos mandamientos de tradición islámica -no comer carne de cerdo y no trabajar los viernes- y los ha mezclado con otros animistas -la veneración al agua y a la piedra y el respeto a los espíritus, que sólo se le aparecen a él, su único intérprete-. Estos espíritus, muy valiosos en la cultura acholi, son los que le sugieren las decisiones principales. Es un factor mágico en el que cimienta su poder de gran brujo y guerrero. El general sudanés Sharif contó que durante su conversación con Kony, éste entró en trance durante 40 minutos, habló con una voz que no era la suya, y después despreció la oferta de amnistía.

Para el padre Carlos, que se ha reunido en cuatro ocasiones en la foresta con comandantes del LRA en busca de un alto el fuego, esta guerrilla "tiene en el aislamiento del mundo exterior su seña de identidad". "Así evitan", dice el misionero, "la contaminación intelectual y las divisiones". Esos escasos contactos provocaron algunas fisuras, pues algunos de los comandantes parecían inclinados más a pactar que Kony, y alentaron deserciones en la tropa. Otra huella es el secuestro de niños. Casi el 90% de su fuerza son infantes capturados. A los chicos los adiestran para la guerra, les fuerzan a matar a los muchachos que tratan de escapar, y a las chicas las explotan como esclavas sexuales. Kony acumula casi 50 esposas y tiene decenas de hijos en sus bases en Sudán.

A Albino de Lira le capturaron en septiembre por unos días para utilizarle como porteador hasta su base secreta en el bosque. Después le soltaron. Alfred tuvo menos suerte: los rebeldes le forzaron a comerse a una de las personas que acababan de matar en un ataque contra su aldea. "La trocearon y cocinaron, pero ellos no comieron. Ellos sólo reían". En 1991, Kony ordenó amputar las manos a los ciclistas que sus hombres se topaban en las carreteras al considerarles delatores, y cortar los labios de la gente para imponer silencio. "¿Tú de qué te ríes?", preguntaban a sus víctimas, presas de una mueca de terror, "pues ahora vas a sonreír toda la vida".

A diferencia del Frente Revolucionario Unido que aterrorizó Sierra Leona, el LRA no emplea drogas para envalentonar a sus camaradas. Kony las tiene prohibidas, como el alcohol y el tabaco. La desobediencia se paga con la muerte.

Ésta no es una guerra abierta, de grandes combates. La guerrilla ataca a diario en los distritos de Lira, Gulu, Pader y Kitgum, lo más afectados. Sus objetivos son el secuestro, el asesinato y la obtención de alimentos y dinero. Son frecuentes las emboscadas en los caminos cada vez más peligrosos. Disparan contra los pasajeros y queman los vehículos, pues en la foresta por donde se mueven no les son de utilidad alguna. Pero otras buscan golpes llamativos y atacan un campo de desplazados desprotegido, como los de Barlonyo y Abiya, y pasan a machete y fuego a todo ser humano que hallan con vida. Se mueven dentro de Uganda en grupos pequeños, no más de 11 guerrilleros, que se unen para una acción de envergadura, preferiblemente de noche. Tienen bases en Sudán y han recibido, pese a los desmentidos, apoyo militar, entrenamiento y suministros del Gobierno islámico de Jartum, que los utiliza en la guerra contra sus cristianos del sur.

Hay al menos tres grupos operando dentro del norte de Uganda, y el Ejército, pese a sus proclamas victoriosas de cada día, parece incapaz de vencer. "Creo que la situación puede empeorar", admite Joseph Oywak -rwot (jefe) del clan koyo de los acholi, vinculado a los esfuerzos de paz del padre Carlos-, "el Ejército puede acabar con ellos en cuatro años si hay acuerdo de paz en Sudán [y pierden el apoyo de Jartum], pero eso aquí va a costar la vida a mucha gente".

Joseph Kony, con dos de sus mujeres y uno de sus hijos.
Joseph Kony, con dos de sus mujeres y uno de sus hijos.

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